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El presidente de Maldivas cae en desgracia: no ha sido una revuelta popular, sino un golpe de Estado

Maldivas es retratada por las compañías de turismo como un paraíso tropical con abundante vida marina y espectaculares playas de arena. Constituida por una cadena de más de 1.200 islas coralinas en el Océano Índico, ninguna de las cuales sobrepasa el metro ochenta sobre el nivel del mar, había atraído la atención mundial contra un cambio climático que podría engullir el país bajo las aguas. El presidente, Mohamed Nasheed, había llegado a celebrar una reunión de su gabinete bajo el mar para llamar la atención sobre su causa. Ayer cayó en desgracia. Anunció su dimisión «para evitar un baño de sangre» cuando estaba retenido por la Policía, que se negó a dispersar a los manifestantes contra la detención de un juez proclive al ex presidente, Maumoon Abdul Gayoom, que dirigió autocráticamente el país durante 30 años. Conviene ser riguroso y no caer en el error: no ha sido una revuelta popular, sino un golpe de Estado.

Nasheed, ex preso político y primer presidente electo, se había ganado demasiados enemigos: los religiosos en un país de mayoría suní, la población por una subida masiva de precios y, al meterse con poder judicial, la de los partidarios del antiguo régimen que se han tomado su revancha.

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