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rugidos rojiblancos

Revivir un sueño

 

Borja BARBA | Blog Diarios de Fútbol

Veinticinco años después, el Athletic Club iba a volver a disputar una final de Copa. Me costó muchísimo conciliar el sueño en las noches previas al partido. Me acostaba y mi cabeza empezaba a dar vueltas alrededor de los posibles escenarios que podía deparar un partido que yo, en mis mejores pensamientos, imaginaba imprevisible. Imaginaba un duelo reñido, con un Athletic peleando el empate hasta hacer buena una oportunidad postrera surgida de la nada. Pero el desenlace no siempre era feliz. Me engañaba a mí mismo con la estupidez esa de que llegar a la final ya era un éxito. Mentira. Si la disputa de una final se celebra es porque te da la opción de ganar un título. Y eso, cuando habían pasado veinticinco años del último, cuando el fútbol nacional ofrece un panorama desolador para todos aquellos que no puedan aguantar el tirón de dos colosos que acostumbran a repartirse hasta la última migaja del pastel, es una oportunidad que nunca debería ser desaprovechada.

El martes, en una nueva gran noche para el recuerdo, de esas a las que habrá que acudir cuando lleguen momentos difíciles, el Athletic Club volvió a ofrecer a Bilbao la posibilidad de volver a sentirse grande en lo futbolístico. De nuevo, como en 2009, la generación que creció con los ramalazos de épica del Athletic del Doblete, que se hizo adulta con aquellos inolvidables duelos europeos de mediados de los noventa y que pasó el momento más amargo de su vida en lo deportivo cuando vio cómo su equipo se salvaba milagrosamente después de haber recibido ya la extrema unción, volvió a mirar a la cara a la historia del club. Sin complejos ni vergüenza.

Lo mejor de alcanzar la segunda final copera en tres años, la trigésimo sexta de la historia del club, es esa sensación de estar sentando unas bases sólidas como la estirpe del legendario roble de Gernika. Las nuevas generaciones rojiblancas ya no tendrán que acudir a los Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza o al Athletic de Javier Clemente para sacar pecho y responder a las provocaciones. Este nuevo equipo de los Llorente, Javi Martínez, Iraola, Amorebieta o Muniain ha establecido, o va camino de ello, una nueva referencia temporal. Quizá no de la enjundia de las pasadas, de las que han forjado la historia del club, pero los tiempos, por desgracia, cambian.

En breve, si no lo es ya, será motivo de no poco orgullo el poder presumir de tener tres cuartas partes del centro del campo de la sub21 campeona de Europa (Muniain, Javi Martínez, Ander Herrera), lo mismo que lo acabará siendo la estampa goleadora de Llorente, quien ha adelantado ya por la derecha a referencias como Urzaiz, o, por supuesto, la inigualable atmósfera de San Mamés, un lugar que combina lo espiritual con lo meramente futbolístico con una naturalidad insólita.

No voy a repetirme. No voy a volver a incidir en lo que la disputa de una nueva final implica para un club con la idiosincrasia del Athletic. No quiero resultar pesado acerca de lo que supone la firme identidad y el sentimiento de identificación o pertenencia de un club que maneja una perfecta e ideal simbiosis entre jugadores, afición e institución en estos tiempos de valores y señorío. Tampoco pretendo que nadie comparta un parecer que tal vez tenga un punto de narcisista. Ahora solo quiero volver a disfrutar. Volver a las noches en vela. A los nervios. A esa indescriptible sensación de volver a vivir algo que creías que jamás volverías a experimentar.

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