Josu Iraeta | Escritor y miembro del colectivo hemen gaude
Baltasar Garzón: héroe y villano
La reciente condena del Tribunal Supremo español al juez Baltasar Garzón inspira este artículo de Iraeta, en el que analiza un tipo de juez, el «juez héroe» y aconseja, en lugar de perderse en los efectos, adentrarse en las causas de lo que ocurre con los jueces que responden a esa tipología, como las vías de acceso a su puesto.
Dice la historia que quienes en su comienzo eran una fuerza especial de protección de la Institución Imperial (Roma) terminaron convirtiéndose en una de las principales causas de su corrosión y deterioro. Los llamados «pretorianos» -de estos se trata- llegaron a ser célebres no por su sentido original, sino por sus acciones posteriores. La metamorfosis fue tal que su accionar fue el de una fuerza corrupta y descontrolada, que se sentía omnipotente, hasta el punto de ser quien decidiera el rumbo del Imperio.
Han transcurrido no años, sino siglos, y estamos -una vez más- situados en la cima del escándalo, inmersos en un continuo desatino que se prolonga, porque sin duda cuenta con fervorosos e interesados defensores. Verdadero enfrentamiento en el que los afectados aumentan sin cesar. Una realidad empeñada en demostrar la larga sombra del régimen franquista, para hacer frente a la cual utilizan el hostigamiento ante la multitud de situaciones que se acumulan, pretendiendo crear opinión, aunque no con la intención de resolver, sino de protagonizar la actualidad. Esto no sirve, hay que bucear entre las causas y no perderse en los efectos, aunque estos sean graves, incluso irreparables.
Dónde están, cuáles son las causas de lo que está pasando desde hace lustros con los «jueces héroes»? ¿Obedecen o sintonizan con una estrategia inducida por el Ejecutivo en ejercicio, hoy de Mariano Rajoy? ¿Actúan como acólitos y descendientes del justicialismo peronista? ¿Son víctimas de su exacerbado afán protagonista, acumulador de notoriedad y fuente de riqueza? ¿Son un producto lógico, consecuencia de la nula estanqueidad de poderes vigente en el sistema político español? ¿Hay de hecho algún poder o institución que ejerza control sobre ellos, o por el contrario las consecuencias de su incontrolada independencia deben ser asumidas como errores del sistema?
Quizá no lo parezca pero, en mi opinión, además de las citadas, cabe añadir otras razones, y estas son los cauces de formación y vías de acceso a la carrera judicial, ya que estimo que es así como se obtiene la deformación necesaria que permite «hacer carrera» a quienes se sienten poder y actúan como justicieros.
Jueces que anhelan el estrellato mediático, que en consecuencia no aceptan el trabajo aislado y callado y son proclives a hablar cuando se les pone un micrófono delante. Jueces a los que su marcado egocentrismo e incontinencia verbal los convierten en activos protagonistas políticos.
Estos jueces, solicitados protagonista de la actualidad, habituales en conferencias de prensa y artículos de opinión, son estrellas de la prensa que informa menos y opina cada vez más. De las tertulias radiofónicas y televisivas que transmiten opiniones improvisadas de tertulianos competentes en todas las materias imaginables. Los hay, incluso, autores de libros con marcada tendencia a la ciencia -ficción-. Así pues, son un claro exponente de la deformación antes citada. Este es el prototipo de «juez héroe», personas que han accedido a la carrera judicial y ejercen la hostilidad por sistema y como principio de actuación.
El «juez héroe» cree que su misión es actuar, y es así como deja de ser juez y se convierte en justiciero. En su particular e interesado concepto de la justicia, se ve a sí mismo como el único puro e inmaculado, con «testiculina» suficiente para enfrentarse a la suciedad y la corrupción que le rodea.
El «juez héroe» necesitado de exhibir su independencia, puede, o no, pronunciarse en contra de otros poderes como el Ejecutivo, -incluso por rencor-, pero no se muestra tan radical en defensa de su independencia ante otro poder social, económico o con raíces en los medios de comunicación, y no lo hace porque se sirve de él para el logro de sus intereses personales.
Inmerso en esta vorágine, el «juez héroe», lejos de los principios y fines de su teórico cometido, fortalecido y agigantado por los medios de comunicación, se siente ungido salvador de la patria y olvida que su nombramiento no está sometido a la elección popular. Que él -como otros- accede a la carrera judicial como funcionario, y en su «olvido» cree también poder ejercer la de político.
Comparto la opinión de que la situación actual no puede mantenerse así, pero también quiero apuntar que puede empeorar. Y lo digo porque toda estructura en proceso de desorden y abandonada al libre ejercicio de sus habilidades, tiende a agravar su degeneración.
Naturalmente, toda estructura precisa un marco que le permita intervenir y por tanto este no puede ser ajeno a la gestión que genera el problema. La Audiencia Nacional española es al marco. Fue creada por Real Decreto el 4 de enero de 1977, y aunque desde diferentes grupos de presión no aceptan reconocerlo, los tribunales penales de la Audiencia Nacional española son órganos perfectamente homologables en su composición, funcionamiento y competencias con el franquista Tribunal de Orden Público.
Estos tribunales de excepción están siendo utilizados por los diferentes gobiernos españoles -incluido el actual- como auténtica punta de lanza, fundamentalmente contra quienes reclaman el ejercicio del derecho a la libre determinación. Ignorando y anulando todos los derechos que proclama su propia Constitución.
Es también un escenario sombrío y anacrónico, testigo no sólo de muertes y torturas, también de incontables inmundicias jurídico-políticas que se han conocido en las últimas décadas. Su historial «profesional» es terrible. Además de la muerte por torturas de Joxe Arregi, barbaridades jurídico-políticas como los casos «Egin» -18/98-, «Egunkaria» -35/02- y Gestoras pro Amnistía, entre otros muchos.
Como quedan citadas, hay muchas razones para eliminar una institución excepcional como la Audiencia Nacional española, pues su vigencia y gestión no puede ser compatible con un sistema que se dice democrático. Su desaparición -cuando se dé- será un éxito de todos los demócratas y supondrá un paso firme y necesario para desactivar los núcleos de iluminados, propios de las democracias formales.
Aunque es evidente que el «juez héroe» abunda en la calle Génova (Madrid), a lo largo del artículo he tenido presente a uno de ellos, que sin duda ha sido y es el máximo exponente. Debo confesar que a lo largo de los años, no he podido negarme a sus invitaciones cuantas veces así lo ha requerido, por tanto puedo afirmar que lo conozco «de cerca».
Ahora camina lentamente, con paso inseguro, quizá porque hace mucho que no va a ninguna parte. Nunca pisó por los caminos establecidos, sino que buscó otras sendas que creyó le llevarían al éxito.
Siempre quiso para sí el centro del universo, no le bastó disfrutar del éxito en solitario y ha levitado gozoso con el eco de sus desvaríos.
Su abombado cráneo cobija una materia nerviosa de la que emanan sensaciones que perturban su inteligencia, esto le hace olvidar que ya otros se mofaron de él, pero no antes de servirse de su incontinencia «literaria».
Hoy camina ya al borde del acantilado, frontera natural entre héroes y villanos.