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Carlos GIL | Analista cultural

Un vacío

Todas las flechas apuntan al cielo antes de establecer una parábola para ser amor, caza, supervivencia o arte contemporáneo. El arte, o es contemporáneo o es museístico. Cada año en esa feria llamada Arco se disparan todas las flechas que atraviesan la conciencia cultural. Unas llevan veneno retrógrado, pero las hay que vienen cargadas de sentido común. Los medios de comunicación se empeñan en transmitir una idea banal, superficial, oportunista de esa feria, y con ello hacen un flaco favor a la contemporaneidad. Sólo muestran al gran público lo excepcional, las ocurrencias, lo que se puede identificar más como una instalación publicitaria que con una obra de arte mayor.

Cuando el arte se convierte en mercado, las obras artísticas se convierten en productos, y es en ese cruce de concepciones donde se produce un vacío abisal. La libertad de creación, la ruptura de límites canónicos, abre la puerta al oportunismo. El establecer una escala de valores en donde la narración se valora más que la esencia nos lleva a una gran confusión. El mercado convierte las obras de arte en objetos, en un subgénero decorativo. Un supermercado del arte es un acto mercantil en el que priman los ábacos y los ismos se agotan en el descuento por pronto pago.

Lo contemporáneo es lo actual, lo de hoy, y como en todo epígrafe o rubro, las calidades y valoraciones se deben buscar en una categorización objetiva basada en criterios que se sustenten en una escala que se pueda identificar sin necesidad de esoterismos y vaguedades. Ni papanatismo, ni entreguismo. Las modas pasan, el arte prevalece. Y todo arte canónico fue en su momento contemporáneo y controvertido.

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