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Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Cierta mirada «inocente»


Algunas películas, antes de ser acabadas, reciben alabanzas acerca de su supuesta genialidad. De este modo, su recorrido, llamémoslo comercial, viene marcado desde su gestación. Hecho que no facilita únicamente su distribución y exhibición en las salas, sino que creará ambientes favorables entre los entornos profesionales encargados de valorar estas obras audiovisuales de cara a sus espectadores potenciales. Extinguido ya el esquema rígido de creación de opinión, al menos en apariencia, queremos pensar que escogemos libremente aquello de lo que deseamos disfrutar: la película. Desde los centros de poder o desde los márgenes de la contrainformación (salvando las distancias), «ciertas miradas» componen una percepción sobre un producto determinado que al final acaba convirtiéndose en una especie de verdad incontestable. Y, desgraciadamente, ante el empacho de información y frente a la rapidez a la que estamos condenados a consumir, el lugar para la reflexión cada vez es más pequeño. Esto nos deja menos oportunidades para, desde las consideraciones personales inevitablemente conformadas por el bagaje personal de cada individuo, crear nuestro particular punto de vista. Por eso, a veces, me gusta ejercitar cierta mirada curiosa y pretendidamente «inocente» cuando entro en una sala de cine. Trato de no ver ni leer previamente nada que me ponga «sobre aviso», que me impida disfrutar de esa experiencia, que se interponga entre el filme y yo. El poema de Peter Handke que Hizo suyo Wim Wenders en «El cielo sobre Berlín» me ayuda a recordar esta posición como espectadora: «Cuando el niño era niño no tenía opinión sobre nada, no tenía ninguna costumbre, se sentaba en cuclillas, tenía un remolino en el cabello, y no ponía caras cuando lo fotografiaban...».
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