Alfonso Sastre | Dramaturgo
En qué sistema vivimos y adónde queremos llegar
Carta Abierta a Vicente Romano
Muy querido amigo: He estado leyendo con mucho placer tu libro sobre La violencia mediática, de cuyo alto nivel universitario o, si se quiere, académico, no tenía la menor duda, por supuesto, a la vista de tus libros anteriores, así como de que estaba una vez más ante un verdadero libro y no, como es tan frecuente, frente a una colección más o menos brillante de artículos o quizás ensayos sobre distintos temas.
En seguida me di cuenta de que el tuyo contenía un tesoro de información y de que resultaba, digamos, muy «instructivo» no solamente por la mucha y bien ordenada información que contiene, en efecto, sino porque además enseña a leer la literatura política, desvelando sus vericuetos y sus trampas, y siendo así como una exploración generalizada del monstruo (el capitalismo como sistema) en cuyas entrañas se desvela lo que tiene incluso de ridículo o, digamos, de cómico, en sus hipocresías, dentro de la afectada «seriedad» de sus postulados como presunta «sociedad de la información», que es más una «sociedad informatizada» (tienes razón) que un espacio en el que se rinda culto a las libertades humanas, pues lo que se pone en uso es el control más estricto de esas libertades. En tu libro, lo que pudo ser un mero acopio de materiales va mucho más allá: es una verdadera aproximación a la esencia de este sistema, elocuente, y una apuesta valiente por un pensamiento crítico actuante contra las veleidades y las amenazas del «pensamiento de la derecha» (pues hay ciertamente un pensamiento de la derecha que no se puede ignorar ni menospreciar, como muy bien pudo decir y dijo Simone de Beauvoir), crítica muy necesaria y que tampoco rayó a gran altura, lamentablemente, en lo que tú llamas muy bien el «socialismo de cuartel» que reinó en el área soviética durante la guerra fría.
En cuanto a tus reflexiones, yo estimo que son capaces de desnudar las palabras de sus falsos significados. (Es el modo de que un sistema quede «desvelado» en su entraña más mentirosa mediante la cual hace efectiva toda la gama de sus violencias. Ello lleva más allá del manejo de cifras, que también tú haces, por ejemplo cuando enumeras la cantidad de los actos violentos que la TV española presenta todos los días, ¡y la cuenta dice que son tres por minuto!).
Con soltura te mueves también en ese mundo, pues lo has conocido en tu práctica y no sólo en la lectura de muchos libros (que también), y así puedes declarar con plena autoridad que el «terrorismo mediático» incumple los diez principios que la Unesco proclamó en 1983, y ahí quedan documentadas por ti las múltiples «técnicas del engaño» que forman quizás la parte fuerte del núcleo de tu libro. ¿Habrá que pensar, pues, que «todas las noticias son mentira»? Por lo menos tú nos apuntas que habrá que pensar, con Clausewitz, que «la mayoría de las noticias son falsas», y especialmente en las guerras, en las que es cierto que lo primero que muere es la verdad, y que la «información» queda reducida a ser un arma de la estrategia bélica.
Zonas para mí extremadamente interesantes de tu libro son las que dedicas al «entretenimiento» y a la crítica de lo que se llama, mal llamado, el «tiempo libre», industrias cuyo objetivo es, por supuesto, trabajar por la enajenación de los seres humanos, al servicio del Poder y ganando además mucho dinero con ese servicio. Los productos de esta nefasta «industria del entretenimiento» con la que se secuestra el «tiempo libre», que desaparece como tal, y queda a merced de grandes empresas y corporaciones, se hacen dentro del mayor menosprecio a la dignidad de los seres humanos, a quienes se sirven además productos muchas veces ininteligibles en virtud de un culto a la velocidad realmente estúpido; por ejemplo las secuencias de la TV se hacen tan cortas que (citando tus palabras) «son incomprensibles por faltar el medio segundo que el cerebro necesita para pasar de un acontecimiento a otro».
Tú lo dices así: «el flujo de imágenes discurre a tal velocidad que el ojo humano apenas tiene tiempo para percibirlas y menos aún el cerebro para procesarlas y asimilarlas. A menudo falta incluso el medio segundo necesario para que nos demos cuenta de que pasa algo. (...) Por término medio, la cámara no se detiene más de tres segundos y medio sobre un objeto o sobre una persona. (...)». Esa rapidez es una peste que cae sobre el medio, y yo añadiría a lo que ya se ha dicho otras veces de que la lentitud es bella, que yo detesto esos modos de trabajar, sobre todo porque un ritmo adecuado es necesario para la vida y para la comprensión de lo que en ella sucede. «Se requiere tiempo y reposo», dices tú acertadamente.
Sobre la radio habría mucho que decir. Sus boletines informativos, en muchos programas, se leen por los locutores a matacaballo y sin tener en cuenta que lo que leen está compuesto por oraciones gramaticales. Son un atentado permanente al lenguaje. ¿Es que esos locutores tienen prisa porque no disponen del tiempo necesario para una buena lectura? No, no es así porque el mismo boletín lo repiten varias veces y de la misma manera; es que les importa un pimiento lo que leen, y hasta parece que gozan de más prestigio quienes lo hacen más deprisa, como si ese fuera un mérito profesional entre ellos. (En cuanto a la RAE, parece asistir con indiferencia a estos desmanes).
¿Qué estamos diciendo? Estamos diciendo entre otras cosas que: «El tiempo domina a las personas», como tú dices. (Yo te comento a este respecto que mi hija Eva hizo un irónico corto sobre esas gentes «muy progresistas» y activas -¡no paran!- que luchan tanto «por un mundo mejor» que, ay, «no tienen tiempo para nada»). Es muy cierto que «el tiempo del calendario» pesa sobre -contra- las posibilidades del «biotiempo» humano. ¡Ay, Nüremberg, ay el «reloj de bolsillo»!
Veo que dedicas la debida atención al muy importante tema de la «democracia electrónica»: a las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) y la CMO (Comunicación Mediante Ordenador, que abarca sistemas como internet, radiodifusión interactiva, telefonía digital...). En esa dimensión se lucha casi encarnizadamente tanto a favor de la libertad como en su contra y creo que las espadas están en alto, en pro y en contra de un mundo mejor. Es seguro que ahí van a desarrollarse importantes batallas en el futuro.
Para ir terminando, traigo a colación las ideas, que yo también valoro mucho, de Herbert Schiller. Particular atención merece en efecto -y sigue mereciéndola a pesar del paso de los años- el análisis que hizo en su libro «Manipuladores de cerebros» de los que llamó cinco mitos de la sociedad occidental, que tú recuerdas así: el de la neutralidad, el de la naturaleza humana, el de la ausencia de conflictos, el del pluralismo de los medios, el de las encuestas y los sondeos. Me parece recomendable a los lectores de hoy el acceso a aquel libro en su totalidad.
E n un pensamiento como este habita nuestra esperanza en un mundo otro, cuya conquista estaría hoy tan justificada como cuando Rosa Luxemburg llamó a la acción revolucionaria con tan rotundas palabras como «socialismo o barbarie», incluyendo en esta noción de barbarie las distintas especies de barbarie de rostro humano, consentidas, consensuadas.
Son muy ciertas, como dices, las dificultades del comunismo, y yo te agradezco que hayas sacado a luz algunas de mis ideas sobre la Utopía, en el sentido de que lo utópico no tiene por qué ser una expresión de lo metafísicamente imposible, sino que hace referencia a aquello que está imposibilitado históricamente. Ya por el estado de la ciencia y de la técnica (era imposible que los aviones alzaran el vuelo en el siglo XV, por ejemplo; por eso Leonardo se dio un buen tortazo en un «avión» inventado por él , a pesar de estar en posesión de toda la ciencia de su época: ¡volar para los seres humanos era imposible... todavía!; ya por la oposición de los detentadores del Poder; en este caso, no es imposible pero está imposibilitado. En definitiva andamos en esos pasos, y también lo que yo propongo es «una vida llena de aventuras», que sea, claro, «la expresión máxima de la libertad y la dignidad humanas». Todo lo que tú dices, querido amigo, acredita tu condición de «genuino comunista», lo que no es poco decir en estos tiempos, y que, en definitiva, es lo que yo mismo también quisiera ser.