Josu MONTERO Escritor y crítico
Mientras caían
A diferencia de Thomas Mann, que mira al mundo asomándose desde la última barandilla del siglo XIX, nosotros miramos al mundo precipitándonos por el hueco de la escalera». Con estas palabras, Einaudi, fundador de la homónima editorial italiana, definió perfectamente el salto mortal que la literatura da en el siglo XX.
Antes los escritores podían permitirse otear el mundo de forma más o menos omnisciente. Después sólo pudieron observarlo a ras de tierra o incluso mientras caían. Primo Levi, superviviente de Auschwitz, se tiró por el hueco de su casa turinesa en 1987, más de 40 años después del Lager, en cuya entrada lucía el lema: «El trabajo os hará libres». De esa crónica negra que es la literatura del XX, una cima se sitúa en el inhumano destino de los escritores bajo Stalin y el nazismo.
Escalofría acordarse de las vidas y obras de Babel, Bulgakov, Mandelstam, Pasternak, Svetaieva... O en las de tantísimos sobre los que pasó la barbarie nazi. El austríaco Hans Meyer renegó de su lengua, se convirtió en Jean Amèry y escribió su obra en francés. Paul Celan hizo lo contrario, orilló el yidish y el rumano, y escribió toda su obra en alemán, porque según afirmó: «La lengua ha de ser liberada de la Historia»; eso sí, certificó con su poesía la podredumbre de un tiempo.
Los dos sobrevivieron a los campos nazis. Celan se tiró al Sena en 1970 y Amèry se atiborró de somníferos en un hotel de Salzburgo en 1978, dos años después de escribir su «Levantar la mano contra sí mismo. Discurso sobre la muerte voluntaria»; y de escupir una frase plenamente vigente: «Auschwitz es el pasado, el presente y el futuro de la humanidad o al menos de su parte llamada civilización occidental».