Txema Montero Amigo de la familia de Teresa Aldamiz
De Manila vino una mujer cargada de sentimientos
Opino que si no hubiese sido por el cariño de sus hijos Edurne, Santi y Tere y las atenciones constantes de los compañeros de lucha de su marido, hace ya mucho tiempo que se habría despedido de nosotros. Finalmente Teresa reposa en Lekeitio junto a su muy querido Santi
Podemos elegir a las personas pero no las circunstancias. Teresa Aldamiz Mendiguren eligió a Santi Brouard como su compañero de por vida y así fue. Lo que Teresa no pudo elegir fueron las circunstancias, las vivencias y el dolor que la elección de ese compañero le iba a suponer. Tere vino de Manila donde había nacido y donde cursó sus estudios. Llegó a una Euskadi sumida en la tristeza y en la desmoralización que cualquier guerra produce sobre todo cuando se pertenece al bando perdedor. Guapísima, dulce y cargada de sentimientos, conoció a un joven y prometedor médico pediatra que desde el mismo instante del primer encuentro no pudo apartar su mirada de aquella mujer y a la que después de un noviazgo convencional al uso de la época, desposó. Si muchas veces se habla de complementariedad cuando de la unión entre personas se trata, creo que el enlace entre Santi y Tere constituyó un ejemplo perfecto de la unión entre dos seres de pulsiones muy distintas. Tere era proclive a la introspección, al ejercicio de lo espiritual, y encontró su cauce adecuado en la poesía, llegando a publicar dos poemarios: «Poemas para vivir» y «The blending line». Se me olvidaba decir que el inglés era su segunda lengua. Santi era una persona propensa a la acción, bien fuese profesional -la de un médico que cree firmemente que la crianza sana de los niños es esperanza de futuro para la sociedad- y la de su compromiso político para quien igualmente cree que solo desde el cambio de las cosas asentadas en la injusticia se puede alcanzar la vida buena.
El compromiso de Santi le llevó al exilio y el compromiso de Tere para con Santi le llevó a acompañarle en tal tránsito. En reiteradas ocasiones fui a visitarles al Quartier Urdazuri de Donibane Lohizune donde residieron durante aquel tiempo de fin del franquismo y esperanza en el porvenir. Vivían con estrechez, haciendo gala Tere de gran dosis de estoicismo, pues supongo que tal vivencia resultaba chocante en el proyecto de vida que imaginó compartir con Santi. Volvieron del exilio y, lejos de encontrar el sosiego que todo el mundo pretendemos cuando nuestra vida entra en la madurez, nuevamente el compromiso hizo acto de presencia. Santi alcanzó gran notoriedad pública no solo ya como médico, pues seguía ejerciendo su profesión como si el fulgor de la política no le afectase. Tras su siempre larga jornada laboral, se sumergía en ese otro fulgor hasta acabar el resto del día y finamente el resto de sus días. Santi, es notorio, murió asesinado en 1984 por unas balas mercenarias que pretendían acabar con la vida del hombre y con lo que el hombre representaba más allá de su propia vida.
Tere metabolizó el asesinato de su compañero con incredulidad monumental porque, me atrevo a decir, jamás imaginó que el compromiso de Santi le llevase al martirio. También me atrevo a decir que en lo más íntimo de su ser nunca dio por muerto a Santi, y lo afirmo por haber leído lo que dejó escrito en «Poemas para vivir». Tere se fue apagando después de aquel 20 de noviembre y, otro atrevimiento más, opino que si no hubiese sido por el cariño de sus hijos Edurne, Santi y Tere y las atenciones constantes de los compañeros de lucha de su marido, hace ya mucho tiempo que se habría despedido de nosotros. Finalmente Teresa reposa en Lekeitio junto a su muy querido Santi. Para algunos esta historia acaba así; para otros la lectura de sus poemas y el conocimiento de su vida será motivo de constante recuerdo, y para algunos otros más, desde sus creencias religiosas, quedan citados a la espera del día de la Resurrección de los Muertos en el que Santi y Tere contemplarán la Isla de San Nicolás desde la atalaya en la que ahora reposan. Teresa querida, que la tierra te sea leve.