Mikel INSAUSTI

LLuces rojas” es la película más desproporcionada que se puede ver ahora mismo en la cartelera, debido a que detrás de ella hay un tipo crecido pero con problemas de identidad. No sé si desde la muerte de Hitchcock el puesto de mago del suspense está vacante, pero si Rodrigo Cortés lo quiere ocupar habría de empezar por encontrar su propio camino. No es de recibo que esté durante todo el metraje de su tercer largo queriendo parecerse a otros: ahora soy Shyamalan, ahora soy De Palma, ahora soy Cronenberg, ahora soy Lynch, ahora soy Nolan… Sus transformaciones estilísticas son abracadabrantes, pero de no centrarse corre el peligro de acabar dirigiendo encargos que nadie quiere en Hollywood. Las críticas negativas recibidas en Sundance van por ahí, y es que para llamar a las puertas del cielo conviene no pasarse de ambicioso. El cineasta gallego filma de forma brillante, pero como guionista es un vulgar fullero. Se ha creído que acumulando trucos y más trucos se llega muy lejos, sin percatarse de que lo que consigue en realidad es mantener engañados única y exclusivamente a los espectadores con los que ya existe una complicidad de antemano, como esos magos que tienen ayudantes infiltrados entre el público.

La estrella de la función es Robert De Niro, y se supone que su personaje de Simon Silver ha de ser al menos lo inquietante que era su maníaco Max Cady en “El cabo del miedo”. Después de tanta parodia televisiva, lo cierto es que lo tiene harto difícil, junto con su doblador Ricardo Solans, para imponer respeto. El hombre no asusta, como tampoco lo hacía el verdadero Uri Geller con sus numeritos telequinésicos doblando cucharas, motivo por el que Cortés recurre al efectismo estridente, y ahí le ves a Víctor Reyes metiendo sacudidas orquestales a la vez que se encienden radios, televisores y otros aparatos eléctricos súbitamente. Ver levitar al italoamericano tiene su gracia, pero en medio de los fuegos de artificio y la luminotecnia humeante esto huele a chamusquina.