Musika-Música supera la prueba de la crisis con los mejores resultados de su historia
A pesar de los temores de la directora del Musika-Música, Begoña Salinas, el público de Bilbo no solo no se ha visto cohibido por la crisis, sino que ha superado todas las expectativas. Si el pasado año se vendieron 30.800 entradas, a media tarde de ayer, y todavía sin cerrar taquillas, ascendían a 32.800. De los 69 conciertos se agotaron 33, y en once de los dieciséis conciertos en el gran auditorio hubo que aumentar a última hora las localidades por la gran demanda.
Mikel CHAMIZO
Un resultado excepcional para un festival que va ya por su undécima edición y que se está asentando, cada vez más claramente, como una de las citas musicales más importantes del año en Euskal Herria. Este año más que nunca el Euskalduna se ha visto abarrotado en su decena de espacios habilitados para los conciertos, y por sus pasillos han transitado verdaderas mareas humanas, hasta el punto de hacer complicado el tránsito en momentos clave, cuando varios conciertos terminaban a la vez. Se respiraba el entusiasmo entre un público que sabe que se trata de un festival pensado para ellos en su formato, en los precios y en su filosofía. Sirva como muestra de ello el que los críticos, generalmente con ciertos privilegios a la hora de obtener buenas localidades, teníamos que esperar aquí a que entrase todo el público y, si al final sobraba algún espacio, entonces podíamos acceder nosotros al concierto.
Es complicado proyectar una imagen fiable de lo que ha sido el Musika-Música, pues la experiencia individual que de él se puede tener es, necesariamente, parcial. En nuestro caso, fue una maratón de trece conciertos desde el viernes hasta última hora del domingo. Un número que puede parecer muy elevado y que, en realidad, no llega siquiera al 20% de todo lo que ofreció el festival. Eso en el aspecto cuantitativo, porque en el de los contenidos el Musika-Música también permite a cada persona experimentarlo de una manera muy diferente. Habrá quién solo se haya interesado por el repertorio sinfónico, otros que habrán ido al Euskalduna principalmente por los pianistas, y otros muchos probablemente hayan aprovechado para emborracharse de música de cámara, un género que se echa en falta durante el resto del año. Algunos aficionados habrán optado por asistir a los conciertos con obras más populares, las que pertenecen a los 40 principales de la música clásica, como el «Concierto para violín» de Tchaikovsky o el «Concierto para piano nº2» de Rachmaninov, mientras que otros melómanos habrán optado por todo lo contrario, por el repertorio casi desconocido que es imposible escuchar durante la temporada y que el Musika-Música, en su exploración a fondo del repertorio de un puñado de autores, permite descubrir en conjunto y en contexto con sus obras más conocidas.
La mayoría de la gente habrá aprovechado para escuchar a los buenos intérpretes, algunos de primer nivel. Pero habrá quien también haya husmeado por los conciertos de los conservatorios en busca de nuevos talentos, y muchos padres de alumnos que, por gusto y también por obligación, no habrán visto más que a los estudiantes. En fin, se supone que la gran mayoría elegiría picar de aquí y de allá, en función del momento y del estado de ánimo. Así es como preferí hacerlo yo, y aun y todo, es probable que no haya coincidido con el lector en ninguno. Pero es esta cualidad de inabarcable, acompañada de un ansia por ver y escuchar lo más posible, lo que en gran parte define al Musika-Música y lo hace tan especial.
Mi periplo musical comenzó a las 19.00 del viernes con una de las grandes sinfonías de Tchaikovsky, la «Patética», por la Sinfonia Varsovia, una orquesta habitual del Musika-Música. Una agrupación que, sin ser de primer nivel entre las europeas, es lo suficientemente flexible y profesional para adaptarse al ritmo que le impone este festival, que en esta edición ha confiado a esta orquesta la friolera de siete conciertos en tres días, todos ellos con programas diferentes. La Varsovia, al menos en esta Patética, y salvo algún exceso puntual de adecuación a la acústica del auditorio -la relación entre las cuerdas y los vientos estaba un poco desproporcionada- rindió con notable calidad a las órdenes de un Jean-Jaques Kantorow que abordó esta sinfonía despojándola de los excesos pasionales y connotaciones marciales con que a menudo se interpreta. Kantorow abordó la «Patética» como una pequeña fiesta, un encuentro alegre con la gran música de Tchaikovsky, lo que resultó muy adecuado tratándose del concierto inaugural de un festival dedicado al «Esplendor ruso».
Tras el gran arranque, muchos optamos por bajarnos a la, bautizado para la ocasión, Sala Dostoievski, para conocer a la única orquesta rusa que ha participado en este festival ruso. Se trata de Musica Viva, una orquesta de cámara moscovita de una calidad más que notable, dirigida además por un solista de violonchelo de prestigio como es Alexander Rudin. En el primero de los siete conciertos que protagonizaron abordaron piezas de inspiración española de Glinka y las Suite «Mozartiana» de Tchaikovsky, un programa preciosista con el que el grupo demostró las grandes dotes técnicas de sus componentes -había algún solo para casi todos ellos- y una afinación y potencia sonora muy remarcables para tratarse de una orquesta de cámara. No obstante, a las obras de Glinka pareció faltarles algo más de ensayo, a tenor de los errores que empañaron la «Jota aragonesa».
31 conciertos en un solo sábado
El sábado comenzó mi jornada con otra «Patética» de Tchaikovsky, esta vez a cuenta de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa, que o no tuvo su mejor día o no supo adaptarse a las peculiaridades de una sala de acústica extraordinariamente seca. La cosa olió a bolo, a concierto preparado a última hora, y la dirección de Günter Neuhold fue demasiado rutinaria para una sinfonía de las exigencias expresivas de la «Patética». Los otros conciertos de la BOS, por los comentarios que me llegaron, debieron de ir mucho mejor. Tras husmear un rato por la Sala Anton Rubinstein, donde unos alumnos del Conservatorio Ataulfo Argenta de Santander estaban tocando «Las estaciones» de Tchaikovsy, llegó el que fue para mí el concierto más impactante de este Musika-Música. Un recital en la pequeña Sala Turgénev, que ni siquiera se llenó, y que tuvo como protagonista a un joven pianista ruso de 25 años del que ya se venían escuchando maravillas pero al que aún no conocíamos por estos lares. Se trata de Andrei Korobeinikov, experto en leyes para más inri, que ofreció un recital en torno a Scriabin que fue para quedarse sin aliento, tal fue la inmensa demostración de técnica y fiereza expresiva con que abordó unas piezas dificilísimas que, en cierto modo, fueron redescubiertas gracias a su interpretación.
Un mal día y reencuentros
Curiosamente, tras el mejor concierto llegó el pero, o al menos el más desafortunado. Fue el recital que ofreció el violonchelista Iagoba Fanlo por la tarde, en la misma sala, acompañado del pianista Ivan Martín. A Fanlo no le fueron bien las cosas desde el principio del recital: mucha desafinación en las amplias melodías líricas de las canciones de Glinka y problemas técnicos en los pasajes más rápidos de la «Serenata» de Borodin. Pero fue con el «Pezzo Capriccioso» de Tchaikovsky cuando ocurrió el desastre, Fanlo se quedó en blanco y dejó de tocar por unos momentos. Un mal día lo tiene cualquiera, pero ya es mala suerte que te ocurra en el Musika-Música...
Tras una nueva cita con la Sinfonía Varsovia, que acompañó a Dmitri Makhtin en una meritoria versión del «Concierto para violín» de Tchaikovsky, el sábado se cerró por todo lo alto con una de las estrellas de otras ediciones del Musika-Música, además de la casa. El violonchelista Asier Polo se dejó caer por ese Musika-Música sólo para tocar unas deliciosas «Variaciones Rococó» de Tchaikovsky. El público le ovacionó con entusiasmo, señal de que se echaba de menos su presencia en un festival en el que siempre ha sido un favorito.
El domingo por la mañana aún hubo tiempo de descubrir el «Trío patético» de Glinka en una versión de altura ejecutada por el clarinetista José Luis Estellés, la pianista Marta Zabaleta y el fagotista David Tomás. Y ya a la hora de comer, con un auditorio medio vacío, la inusual «Sinfonía nº1, Sueños de Invierno» de Tchaikovsky, magníficamente transmitida por Musica Viva. Ya por la tarde, y mientras se escribía este texto, tenía lugar uno de los conciertos más esperados y que estaba, por lo que me cuentan, abarrotado a pesar de coincidir con el derbi futbolístico: el que la Banda Municipal de Bilbao protagonizó junto a la Sociedad Coral de Bilbao. El Musika-Música, que puede estar muy satisfecho de cómo les este año, clausuró la edición a ritmo de los ballets de Tchaikovsky y con la misma orquesta que lo inauguró, la Sinfonía Varsovia.