El motivo de esta carta es poner en conocimiento lo sucedido en una sucursal del Banco Santander de Bilbao.

Por el fallecimiento de mi aita en agosto de 2011, y después de un largo papeleo en la notaría, consigo toda la documentación necesaria para poder cancelar la cuenta corriente que aita tenía en dicho banco. Con lo fácil que es abrir una cuenta y lo difícil que es cancelarla.

Cada vez que voy a la sucursal me encuentro con que la persona encargada de hacer dicha gestión no está o que tengo que presentar un nuevo documento, por ejemplo mi nómina o un certificado de saldo de la cuanta al día del fallecimiento (el cual lo emiten ellos mismos y cuesta 35,45 euros).

Después de «las mil y una vueltas» la documentación va a Madrid y a seguir esperando pues la gestión es lenta para recuperar nuestro dinero.

Y menos mal que solamente somos dos hermanos y vivimos a solo 26 y 60 kilómetros de Bilbao, pues si fuéramos más y uno viviera en Australia, no habríamos conseguido nuestro dinero en la vida.

Por fin llega el día D y después de firmar más de 20 documentos cada uno, nos entregan el saldo de la cuenta de aita (sin ningún tipo de intereses y cobrándonos 10,36 euros por cancelarla) en dos nuevas cuentas corrientes a nuestros nombres. Según me dan la libreta pido cancelarla y me cobran 18,36 euros por dicha gestión, pido una hoja de reclamaciones y me responde la cajera que «por ahí estará» y que me aparte de la ventanilla que estoy haciendo mucha cola.

Me dirijo a Consumo del Gobierno Vasco donde me atienden correctamente y me indican que reclame a la central porque ellos no pueden hacer nada (por lo visto, los bancos son intocables...).

Visto esto y aparte con el Seguro de Vida-trampa que le vendieron a mi aita en el mismo banco, con el que consiguió perder casi 800 euros en dos años (menos mal que consiguió anularlo antes de morir, que si no...), he llegado a la conclusión de que ante esta «banda de timadores-trileros legales» lo mejor es guardar el dinero debajo de una baldosa, que va a estar más seguro.