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Oihana Llorente Periodista

Cloro, salitre, crema

Recientemente he podido ver el documental que recoge el avance de la apisonadora del Alzheimer en la mente del expresidente de la Generalitat de Catalunya Pasqual Maragall. «Cuchara, bicicleta, manzana» es un emotivo reportaje que alerta de las duras consecuencias de esta desconocida enfermedad tanto en el enfermo como en sus allegados.

En un momento de la película, Maragall habla de «la magdalena de Proust», en referencia al proceso de evocar momentos del pasado a partir de un olor determinado. Como si de una máquina del tiempo se tratara, esta frase me hizo viajar a los recovecos más recónditos de mi memoria y tres olores envolvieron de inmediato mi mente.

El primero, el del cloro. Cada vez que percibo el hedor de este elemento químico, mis tripas se encogen y puedo observar cómo mi madre tira de una enloquecida niña a la que intenta meter a la fuerza en el maldito cursillo de piscina. Cabe destacar que mis casquetas causaron efecto y que nunca aprendí a nadar como se debe.

El salitre y la crema son los otros olores que desencadenan algunos de mis recuerdos. Con estos aromas en la mochila, mi memoria viaja a la costa catalana, donde veraneaba cuando era niña y todas las mañanas perseguía el perfume del mar a bordo de una colchoneta con la imagen de Snoopy. Una vez en la playa, y embadurnada por completo de crema, esperaba ansiosa a la avioneta que nos bombardeaba balones de una marca cosmética, rompiendo nuestras fortalezas de arena.

Cada vez que una mente se apaga, un testimonio, un testigo directo de nuestra historia se silencia. No vivimos de los recuerdos, tampoco por ellos, pero sin ellos, sin la transmisión de esas historias, vidas, no se podrían confeccionar las memorias colectivas.

A pesar de los avances tecnológicos, todavía somos incapaces de parar la pérdida del tesoro colectivo que supone la memoria. Mientras pueda, me aferro a la mía: Cloro, salitre, crema.

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