«En mi tiempo hubiera sido el mejor jugador del mundo», dijo sobre aquel extremo zurdo el gran Piru Gainza, su ídolo, luego su mentor y de quien heredó durante 17 años el mítico número `11' de la banda de San Mamés. Hoy se cumplen 30 años del partido de homenaje que la afición rojiblanca y La Catedral del fútbol tributaron a Txetxu Rojo, unos honores de los que se hizo partícipe una selección inglesa que por primera vez en su centenaria historia se enfrentaba a un club.

Tributos de la familia rojiblanca a algunos de sus grandes jugadores los ha habido, como a Iribar, Gisasola, Dani, Goikoetxea o el último, aquel bautizado como `partido imposible' para despedir al último gran capitán, Joseba Etxeberria. Pero ninguno será recordado como aquel encuentro jugado un 23 de marzo de 1982 entre el Athletic y el equipo de la rosa. «El campo estaba lleno. Fue el día más emotivo de mi carrera, más que cuando llegué», diría una de las mejores zurdas que ha visto San Mamés, cuyos centros templados a las testas de los Arieta, Uriarte, Carlos o Dani cedió desde entonces a otro guante de seda, el de Estanis Argote.

A sus 35 años, y tras 17 campañas en el club de sus amores, Javi Clemente decidió que la carrera del de Begoña tocaba a su fin, tras defender la camisa zurigorri en 541 ocasiones (segundo lugar después de Iribar) y marcar 67 tantos. Pero él quiso que su homenaje tuviera lugar aun en activo, «para que una cosa alegre como debe ser un homenaje no quede empañada por la tristeza de la despedida, sobre todo para alguien que como yo ha pasado más de la mitad de su vida metido en esto».

La Inglaterra de Kevin Keegan

Y así fue. Con precios de 1.200 pesetas para la tribuna principal y para los menores a «cinco duros», en un abarrotado estadio, preparado para acoger el Mundial 82, el vizcaino Urizar Azpitarte dirigió una contienda en la que los ingleses capitaneados por el genial Kevin Keegan -Trevor Francis lo vio desde la grada- fueron muy superiores a los rojiblancos, sobre todo en la primera mitad. El `7' inglés fue el autor del único gol de los visitantes -gracias también a la enorme actuación bajo palos de un joven Andoni Zubizarreta-, que tras la reanudación bajaron el pistón y permitieron a leones como Manu Sarabia sacar su mejor fútbol y empatar un partido en el que también destacó Santi Urkiaga. Un tanto que llegó con Rojo I ya fuera del césped, del que salió ovacionado por los 38.000 espectadores a los cinco minutos de la segunda parte, sustituido por el navarro Tirapu. Menos de un mes después, Txetxu jugaba su último partido con el Athletic.

Atrás quedaba la carrera de un extremo izquierda de gran técnica, enorme capacidad de improvisación, inigualable visión del juego y ello aderezado del sambenito de un fuerte carácter que le ocasionó no pocas dificultades con los árbitros o el propio club. Un jugador al que la afición amaba y odiaba a partes iguales, que extasiaba tanto como exasperaba, por sus genialidades o por su a veces frialdad, falta de entrega o anarquía. A finales de 1972, con Pavic como técnico, Rojo I llegó a ser apartado del equipo durante tres semanas tras contradecir al técnico por responderle, se cuenta, que «ellos no eran gladiadores, sino jugadores» o, según ha dicho él, que «no había que ir a la guerra, sino a jugar al fútbol». Hasta fue desposeído poco después de la capitanía en favor del Chopo.

De extremo o de interior, sucesor por méritos propios de Guillermo Gorostiza o Agustín Gainza, el bautizado por alguno como `Mozart del fútbol' fue uno de los futbolistas que formó parte de la génesis de Lezama, a donde llegó de la mano de Jesús Garay. Luego, tras su retirada, pasó a formar parte de ese cuerpo técnico de la cantera y lo hizo con los más pequeños, los alevines, hasta acabar en el primer equipo. Genio y figura, a los veinte años de su homenaje.