Mikel INSAUSTI

Si para un padre es imposible comprender a su hija adolescente, para el crítico de cine resulta igual de inexplicable el motivo por el que las espectadoras quinceañeras suspiraban durante la proyección de “Todos los días de mi vida” cada vez que Channing Tatum aparecía sin camiseta. No me voy a andar por las ramas para decir que su hinchado y musculoso físico no tiene cabida en un drama romántico, donde se supone que el protagonista está consumido como en “Love Story” por los obstáculos que impiden su amor, sino que más bien se ajusta por su volumen y por su inexpresividad al de una película porno. Desde el punto de vista interpretativo tampoco el actor resulta creíble si no es bajo la coraza romana de un “peplum”, porque verlo disfrazado de bohemio burgués, eso que los anglosajones definen con el acrónimo de “bobo”, carece de cualquier atisbo de verosimilitud. No hay quien se crea este romance amnésico, y prueba de ello es que los productores se han cuidado muy mucho de incluir en los créditos finales la foto de la verdadera pareja, mediante la cual demostrar que la película está basada en hechos reales.

Tan impersonal chico tal vez se vista y se comporte así por simple imitación, por ganarse el corazón de la escultora de la que está enamorado. Pero a partir del momento en que ella sufre la accidental perdida de memoria todavía se queda más fuera de juego, totalmente desplazado dentro del ambiente “arty” que ambos compartían. Queda claro, por lo tanto, que la rebelde era ella, más aún al aparecer en escena los padres, que son del Tea Party y aprovechan la laguna temporal que sufre su hija para reconvertirla a la causa conservadora. Dentro de un contexto tan involutivo resurge el sagrado concepto de los votos matrimoniales, y por ahí es por donde ha de prevalecer la fidelidad al marido con la ayuda de la institucionalización de los sentimientos. El romanticismo en los tiempos que corren no está reñido con el interés y con un cuerpo de gimnasio que inspire seguridad.