CRíTICA cine
«Alps» No somos nadie
Mikel INSAUSTI
Yorgos Lanthimos es uno de los cineastas más originales que existen. Poseedor de un estilo único, es igual que aborde temas ya visitados por otros, porque sabe darles un tratamiento muy diferente. Con su anterior “Kynodontas” hizo una reflexión bien alejada de la que Ripstein plasmó de la misma anécdota real utilizada como base, y otro tanto se puede decir de las comparaciones argumentales que surgen entre “Alps” y la ópera prima de Fernando León de Aranoa “Familia”. Coinciden en el tema de la suplantación, pero el cineasta griego no hace sino mostrar la otra cara de su trabajo previo, pues si entonces hablaba de la educación como forma de control sobre el individuo, ahora diserta sobre la falta de libertad dentro de las relaciones sociales. Los demás nos adjudican un papel, según prejuicios e ideas establecidas a las que es difícil escapar. Siempre que aceptemos esa identidad impuesta renunciaremos a nuestra propia iniciativa, dedicándonos a complacer la voluntad y deseos ajenos.
El reconocimiento internacional a Lanthimos, que en la Mostra de Venecia recibió el Premio de Mejor Guión por “Alps”, se debe a la utilización de un lenguaje universal. Tiene mucho mérito no dejarse absorber por la situación crítica que atraviesa su país, en un afán por hacerse entender en cualquier parte y no verse limitado coyunturalmente. La protagónica Aggeliki Papoulia, ya vista en “Kynodontas”, es una enfermera que se dedica a configurar listas de cantantes y de estrellas de cine extranjeros para distraer a sus pacientes. El resto de los componentes de su grupo de suplantadores, cuando ella falta, se entretienen con un juego de acertijos en la misma línea, lo que da lugar a una confusión sobre si Prince es un artista en activo o no. La explicación que el jefe da para bautizar al grupo con el nombre de Alpes viene a decir que considera a dichos montes insustituibles en todo el planeta, aunque resulta ser una excusa para distinguirse de sus subordinados haciéndose llamar Mont Blanc.