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Fede de los Ríos

El Orden celeste debe reinar en la Tierra

 

Dice el repeinado Martínez Camino, secretario de la Conferencia Episcopal Española, que «la homosexualidad es objetivamente desordenada». Desconozco las desordenadas prácticas homosexuales llevadas a cabo por su Ilustrísima, el hijo de Guillermina, pero puedo asegurarle conocer a personas cuyas prácticas homosexuales son tan monótonamente ordenadas y aburridas que, lejos de excitación que procura el clímax, producen hastío y un coro de bostezos. Como ocurre con algunas de las prácticas heterosexuales. De la afirmación de monseñor pudiera inferirse que la heterosexualidad resultara ser, en esencia, ordenada, al llevar al error de interpretar la homosexualidad como una «identidad» contrapuesta a lo que sería otra «identidad» heterosexual. Y eso, querido miembro de la Compañía de Jesús, no es así. El que a una persona le gusten más los culos «pera» que los culos «manzana» o viceversa, quiere decir solo eso, que se siente atraída por unos culos y no por otros. Y ahí, querida Su Eminencia, termina la diferencia. Por ello, de la misma manera que se puede ser calvo siendo un completo imbécil, puede lucirse alopecia mostrando una lucidez fuera de lo común. Lo mismo pasa con la sexualidad. Existen canallas que gustan de personas de su mismo sexo y canallas que gustan de diferente; hombres íntegros que buscan los abrazos de otros hombres o de otras mujeres; geniales mujeres que besan a mujeres y mujeres necias que prefieren otros labios. Es sencillo. Hasta para un obispo. ¿O es que un obispo homosexual es más desordenado que uno heterosexual? ¿La pasión del detective Monk por el orden significa una heterosexualidad a prueba de fuego?

¿O a qué orden refiere S. E.? ¿A la definición aristotélica de relación entre las partes o al ordenado y, a menudo con su amigo, desordenado San Agustín definiendo el orden como atributo que hace que lo creado por Dios sea bueno, pues todo lo ha creado según forma, medida y orden?

A los señores obispos lo que se salga de la posición del misionero les produce susto, pues siempre fueron gentes de orden.

El obispo de Alcalá, Reig Plá, ha condenado a los invertidos al fuego eterno y cita a una de las cartas del pesado de Pablo a los Corintios (estos nunca contestaron a sus epístolas). La primera, en el capítulo 6, dice así: «¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones». No es suficiente con el castigo en la otra vida y parecen querer los obispos desempolvar la ley de peligrosidad social para aplicarla a aquellos de vida y conducta desordenadas.

Los del orden sacerdotal lo mismo dedican sus esfuerzos al orden territorial inmatriculando cientos de propiedades públicas a su nombre que colaboran con el orden maternal a través del intercambio (robo lo llaman los desordenados) de bebés. Ahora es nuestra sexualidad la que debe ser ordenada.

Como demuestra Víctor Moreno en su libro de igual título, los obispos son peligrosos así en el cielo como en la tierra.

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