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Raimundo Fitero

La feria

Cerrar fronteras para que los miembros del Banco Europeo puedan comer paella con mayor tranquilidad en los chiringuitos junto a las playas barcelonesas es una de las aberraciones contemporáneas. Se están cruzando todas las líneas rojas de las libertades. No quieren protestas ciudadanas, de indignados, afectados o simples defensores de lo conseguido. Silencio total. «¡Que se callen!», braman desde la banda de la laca. Quieren dar muestras de su gran capacidad de generar violencia institucional. Es una exhibición vergonzosa de colocar por encima de cualquier otra noción la seguridad del capital. Los ciudadanos no existen. Solamente existen bancos, mercados, primas, ministros, secuaces de los agresivos funcionarios del desguace del estado de bienestar.

La feria de Sevilla es uno de esos lugares comunes del periodismo de temporada. Ha bajado de intensidad. No se trata de un retorno a la lógica informativa, sino una consigna desde los poderes. Andalucía se debe denigrar en todos los órdenes. El disgusto por no acceder a la gobernación les ha puesto de los nervios. Van a gobernar otros que no son ellos y eso les molesta. Pero una cámara colocada en el ferial nos demuestra que la Policía se dedica a molestar, a defender a los comerciantes, no a buscar un ordenamiento. Y en una mañana gris, un paisano describe la realidad de la feria sevillana: «Es como hace cincuenta años: señoritos a caballo y el pueblo llano paseando porque no tiene ni un duro».

Recobrar los motivos por los que el primero de mayo se coloca en el santuario de lucha obrera, es darse cuenta de que lo que nos viene es el pasado. Un bucle hacia la falta de derechos, la inseguridad absoluta, el triunfo de la plusvalía como único valor tangible en el proceso productivo. El resto es una máquina amortizable y un operario reciclable, de usar y tirar. No hace falta muchas retóricas para decidirse. Miren a su alrededor, escuchen a los portavoces y verán como van a odiar más los viernes que los lunes. No se trata de que queramos ir todos a caballo, sino que podamos pasear para decirles a los del caballo que se bajen y no ser apaleados. Libertad de expresión, manifestación, opinión.

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