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Mikel Etxeberria Militante de la izquierda abertzale

Las amarras de la información

Desde que la información puede ser difundida de forma masiva, el control de los mensajes y los flujos informativos se ha convertido en elemento fundamental de todo contencioso político, equiparable a la conquista de objetivos estratégicos. Hacer que una información debidamente tratada cale en la permeable sociedad de la comunicación de masas es bastante más eficaz que la clásica propaganda pura y dura.

Una inteligente gestión de la comunicación puede incluso transformar una vergonzosa derrota en victoria, manipulando hábilmente el relato que quede de lo acontecido. No es ninguna exageración, pues son numerosas las vergonzantes retiradas de fuerzas de ocupación que se han reportado en los medios de la potencia agresora como digno repliegue tras una heroica campaña. Ahí tenemos, en otro sentido, la conquista de Nafarroa a sangre y fuego que 500 años más tarde nos la quieren seguir presentando como libre y voluntaria incorporación a Castilla, y por ende, a España. Alguien escribió que los medios pueden hacernos odiar al torturado y amar al torturador. ¡Vaya si lo sabemos en Euskal Herria!

Cuando se establece el control de la comunicación como prioridad estratégica, la información pasa a ser un instrumento del contencioso, alcanzando una relación dialéctica con la propaganda. En un contexto así, el mensaje informativo va siempre enfocado a la consecución de un objetivo político, con lo que el mensajero pierde su genuino papel profesional para integrarse, de forma voluntaria o no, en la maquinaria general del conflicto.

La información que se difunde se trata para generar estados de opinión, pretendiendo, a través de la influencia, intervenir activamente en el discurrir de los acontecimientos. Los medios presionan, aflojan, condicionan en relación a los intereses políticos que se esconden tras el poder económico que los sustenta. No se puede pasar por alto que tras cada medio hay un interés particular que busca el escenario más adecuado para la buena marcha del negocio; en definitiva, de su proyecto político.

Ahora que tanto nos hablan de la elaboración de un «relato» de los sucedido en Euskal Herria en las últimas décadas, no olvidemos que gran parte de nuestra visión del mundo y de lo que que nos rodea deriva de la información que nos suministran los medios. Ponen a nuestro alcance una versión de la realidad filtrada por el tamiz de su punto de vista, de su ideología, de sus intereses. Hay una continua transmisión de valores, bien-mal, buenos-malos... que va penetrando en nuestra capacidad para analizar y elaborar criterios. Transforman la realidad en una ficción interesada y nos la presentan como si fuera la verdad universal.

Como antídoto contra lo dicho se alude a que en democracia existe una pluralidad de medios y cada uno puede elegir el que quiera para informarse. En principio, eso es correcto; pero ¿qué sucede cuando una sociedad vive un conflicto político contrario a los intereses del Estado y la información forma parte de su estrategia? Es sabido que la verdad es la primera víctima de una guerra, pero también lo es la propia democracia cuando la información se concibe como instrumento contra la disidencia. De eso también sabemos mucho.

En el marco del contencioso político que vive Euskal Herria, el papel de los medios conjurados con el Estado es estratégico para tratar de condicionar el escenario en el que se desarrolla el proceso democrático. Las sucesivas iniciativas unilaterales de la izquierda abertzale van marcando pautas que descolocan al Gobierno español, que se ha quedado sin alternativas, sin nada que ofrecer a la sociedad vasca para estar a la altura de las circunstancias. El independentismo se ha establecido ya como clave del futuro, algo que hace añicos los esquemas del Estado, desmonta la propaganda sobre el final del conflicto y, en consecuencia, reclama la necesaria colaboración de los medios para cubrir con ficciones su manifiesta impotencia política. El objetivo es evidente: desnaturalizar el proceso político y cortar el avance del independentismo.

Con esa pretensión, hay algunos elementos sobre los que continuarán bombardeando con sus baterías mediáticas. El primero de ellos seguirá siendo la deslegitimación de la izquierda abertzale como motor del proceso, algo que no es más que la cobertura para atacar la lucha por la recuperación de la soberanía. Unido a esto, mantendrán a la organización ETA en el punto de mira, machacando el principio de que sin disolución no se puede empezar a hacer nada. Este es un recurso muy poco inteligente para sostener el inmovilismo pues supondría tanto como pensar que por enterrarse los pies la tierra se detiene. Hay un tercer elemento de incidencia que debemos tener muy presente porque va directo al subconsciente colectivo de la izquierda abertzale. Desde los medios y sus determinados periodistas liberados a sueldo se tratará -ya lo hacen- de provocar estados de ansiedad, frustración en las bases abertzales, empujando hacia escenarios incómodos, inestables anímicamente que desvíen el recorrido general y los objetivos inmediatos.

Llegados a este punto del artículo habrá quien piense que lo dicho es más que evidente, que no descubre nada nuevo. Es cierto. Pero si todos tenemos tan interiorizado cuál es la estrategia informativa del Estado, ¿por qué seguimos sin prestigiar ni apoyar sin fisuras a los medios de comunicación que miran con ojos de Euskal Herria? Aunque digamos que no nos afecta su intoxicación, sus productos manipulados y podridos, ¿por qué seguimos consumiendo medios que no solo nos niegan y nos desprecian como nación sino que, además, sabotean nuestro futuro?

Hoy en día el control de los flujos informativos es como antiguamente la incultura para mantener sometidos a los pueblos. Así que estamos pagando de nuestro propio bolsillo a quienes nos insultan y, mientas tanto, dejamos de comprar GARA o «Berria» y los leemos todos los días gratis. A estas alturas no creo que haga falta recordar los cierres de «Egin», «Egunkaria», Egin Irratia... para advertir la importancia que da el enemigo a la información.

Nos estamos moviendo en coordenadas muy favorables para la izquierda abertzale, pero no debemos olvidar la fase anterior, cuando caminábamos sobre ciénagas y en la oscuridad, a pulso y, sin embargo, dimos la vuelta al tablero. Ya en aquellos momentos el papel de GARA fue fundamental para hacer llegar a las bases abertzales, los prisioneros, los exiliados, el mensaje político sobre el que generar el cambio. Donde no alcanzaban las orientaciones, sí que llegaban los debates, los análisis a través de GARA, abriéndose una cuña que resultó vital para mantener al conjunto de la izquierda abertzale unida y homogeneizada, y provocar el salto al nuevo escenario.

En tiempo de tribulaciones, GARA mantuvo una postura valiente y con análisis de altura estratégica. Frente a fariseos a sueldo del Estado, las páginas de GARA abrieron espacios de luz a la sociedad vasca, dignificando, así, el papel de los periodistas como trabajadores de la información.

Es tiempo de cambiar las inercias informativas y adquirir nuevos hábitos comunicativos para ir reconstruyendo Euskal Herria también desde ese campo, desde nuestra forma de ver e interpretar lo próximo y lo lejano, el mundo en el que asentaremos el día de mañana nuestro nuevo Estado. La información es alimento básico. No podemos tolerar que nos venga abastecida por quienes ocupan nuestro país. No se puede ser abertzale y consumir información antivasca. Es cierto que estamos en un universo comunicativo hispano-francés, pero eso no puede ser excusa para mirar con los ojos de quienes nos desprecian y, encima, pagar por ello. Hay dos miradas, la del conquistador y la del conquistado. ¿Seguiremos mirando por la óptica de España? ¿Hasta cuándo toleraremos que sean ellos quienes nos escriban nuestra realidad? ¿Vamos a permitir que desde el presente nos reescriban la historia y le llamen a eso relato de lo vivido?

Debemos asumir la responsabilidad de potenciar nuestros propios medios y comprar GARA, «Berria», «Le Journal»... prestigiar a quienes perciben y trasmiten nuestra realidad con mirada de Euskal Herria; y es que, en ocasiones, da la sensación de que tenemos complejos sobre nosotros mismos.

Llevamos tiempo diciendo que hay que ir rompiendo amarras, y eso es un proceso que atañe también al terreno de la comunicación. No es tarea para mañana. Es una responsabilidad inmediata.

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