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CRíTICA: «El hombre sin pasado»

La máquina humana de matar tiene patente coreana

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Mikel INSAUSTI

El cine de producción asiática es un ejemplo a seguir, porque allí son capaces de hacer películas de género al máximo nivel técnico y artístico por muy poco dinero. «Ajeossi» costó unos seis millones de dólares y hace dos años fue el estreno más taquillero en las pantallas coreanas, recaudando cerca de cincuenta millones. La distribución internacional ya es otro cantar, debido a que hasta que no hagan un remake en Hollywood el gran público no se enterará de su existencia. Es un producto que sigue la lógica interna de su mercado y Lee Jeong-beom lo creó con fines comerciales, para así poderse costear un ambicioso proyecto personal que tiene pendiente de financiación. Como espectador occidental, todos estos datos no dejan de sorprenderme, puesto que «Ajeossi» es una obra maestra, independientemente de que vaya a verla más o menos gente dentro o fuera de su país.

En su segundo largometraje, el nuevo genio del cine coreano Lee Jeong-beom te mantiene dos horas en tensión, pendiente de un espectáculo cinematográfico de ritmo arrollador, gracias a que las escenas de acción violenta están conectadas con las más íntimas y poéticas, formando parte de un todo. El estilo visual de este brillante cineasta juega con los contrastes fuertes, poniendo al mismo nivel el simbolismo de la sangre que salpica las peleas cuerpo a cuerpo que otros delicados detalles sentimentales, sin olvidar el humor made in Corea que desdramatiza los momentos más brutales.

Won Bin impresiona con su esquizofrénica caracterización de tipo aparentemente introvertido y sensible, en cuyo cerebro guarda la información letal de un entrenamiento logístico que le convierte en una máquina de matar. Y son extremismos que encajan, viniendo de una sociedad educada en la resistencia ante el sufrimiento, pero donde a la vez son capaces de desvivirse por una menor desamparada. Los planos cenitales que siguen la verticalidad de la lluvia al caer provocan un vértigo que no se olvida, como tampoco las uñas decoradas de la pequeña So-mi, ni su visita nocturna a la tienda de material escolar.

 

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