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Elecciones en Argelia: entre el islam domesticado y la pura indiferencia

Argelia celebra hoy unas elecciones legislativas que se inscriben en el marco de las reformas auspiciadas por el régi- men para sortear el impacto de las revueltas árabes. Y lo hace en el 50 aniversario del final de la guerra de independencia. Un hito que abrió grandes expectativas y que, medio siglo después, no es más que el recuerdo de una traición.

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Dabid LAZKANOITURBURU

Tres son las principales incógnitas de unas elecciones marcadas por el desinterés de la mayoría de la población. Y las tres están directamente relacionadas con esa premisa. La primera, el índice de participación, que ya en los comicios de 2007 fue del 35% -fuentes independientes lo rebajaron al 20%-. Le sigue el resultado que logre finalmente la lista islamista tolerada. Finalmente, las sospechas de fraude, persistentes desde que el régimen instauró en 1989 una suerte de pluripartidismo controlado, siguen coleando. Dirigentes opositores han denunciado que se han inflado listas electorales y el Gobierno ha negado el acceso al fichero nacional electoral a los observadores de la UE, invitados por primera vez.

El régimen asegura que una abstención del 65% sería todo un éxito. Los expertos auguran que no votará más de uno de cada cinco electores. Estas previsiones bajan al 13.15% si hacemos caso a la oposición.

El todopoderoso presidente, Abdelaziz Bouteflika, ha hecho un llamamiento a la juventud (dos de cada tres argelinos tienen menos de 35 años) a votar «contra los instigadores de la fitna (sembrar la discordia entre los musulmanes) y la división, y contra las veleidades de la injerencia extranjera».

Y es que el miedo del régimen no es infundado. La revuelta iniciada a finales de 2010 en Túnez fue inmediatamente secundada en Argelia, donde la represión de las protestas dejó una cifra indeterminada de muertos y cientos de heridos. Hubo más inmolaciones por fuego en las calles argelinas que en Túnez. La gravísima situación económica, con un 21% de tasa de paro oficial entre la juventud, la carestía de la vida y de la vivienda, y la rampante corrupción, resulta sangrante en un país que nada en hidrocarburos.

No obstante, la Primavera Árabe se cortó de cuajo en Argelia mientras se extendía como la pólvora en Egipto, Bahrein, Libia...

El régimen asegura que Argelia ya tuvo su propia Primavera Árabe en 1989, con la apertura al «pluripartidismo». Elude, sin embargo, que esa apertura que registró un apabullante triunfo islamista en las municipales de 1991, fue brutalmente truncada por el Ejército, que suspendió las elecciones legislativas del año siguiente y hundió al país en una guerra civil que dejó más de 200.000 muertos.

El trauma por esa guerra, en la que el mayoritario Frente Islámico de Salvación (FIS) fue lanzado al maquis, es la principal razón por la que los argelinos se muestran recelosos de participar en otro levantamiento.

Subsidios y obras faraónicas

Por si acaso, Bouteflika lanzó en abril un proceso de reformas políticas y, más decisivo, acordó un incremento general de los salarios -en respuesta a las huelgas y a las protestas laborales que jalonaron todo 2011- y lanzó un ambicioso plan quinquenal que incluye la construcción de dos millones de viviendas, una megamezquita en la capital y una autopista que cruce el país de este a oeste. En noviembre se inauguró, 30 años después del lanzamiento del proyecto, el esperado metro en Argel. La ingente riqueza petrolífera y gasera del país ha permitido al régimen abrir el grifo de las obras públicas y los subsidios en un intento de atajar el creciente malestar. Otra cosa es que esta política de subsidios, que no va acompañada de planes de desarrollo económico y social que pudieran a futuro limitar el carácter rentista de la economía argelina, tiene fecha de caducidad.

Ante ello, el régimen ha articulado un sistema electoral reuniendo a tres corrientes políticas. La primera, el histórico Frente de Liberación Nacional (FLN), atraviesa horas bajas. Ya hace cinco años no superó el 23% de los votos, lo que le forzó a consensuar un Gobierno de coalición. A ello hay que sumar un cisma interno, protagonizado por sectores contrarios a su secretario general, Abdelaziz Beljadem, y que han decidido presentar a sus propios candidatos alternativos en algunas de las 48 wilayas (prefecturas).

El segundo, el RND, no es sino una fuerza subsidiaria. Su líder y primer ministro, Ahmed Ouyahia, llama a votar «por la estabilidad de Argelia» e acusa a la actual Primavera Árabe de «colonizar Irak, destruir Libia, dividir Sudán y debilitar a Egipto».

«Argelia Verde»

La tercera pata viene conformada por el islamismo político tolerado y fomentado por el propio Bouteflika como alternativa al proscrito FIS. El MSP, que se unió a la oposición en vísperas de la convocatoria electoral pero que mantiene cinco ministros, ha conformado la «Alianza por la Argelia Verde» con otras dos formaciones islamistas, Al-Nahda y Al-Islah. Esta coalición se muestra segura de su victoria, a caballo del auge de los movimientos islamistas moderados de la mano de las revueltas árabes. Otras formaciones islamistas menores pero igual de reformistas buscan pescar en río revuelto.

Frente a todas ellas, el Frente de Fuerzas Socialistas, la más antigua formación de oposición dirigida por el kabileño Hocine Aït Ahmed, ha decidido poner punto final a diez años de boicot. Por contra, el RDC (laico), arraigado en Kabilia, ha decidido mantener el boicot contra unos comicios «farsa».

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