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Final de la UEFA Europa League

«Altza gaztiak!»

Lágrimas. Ilusiones rotas. La tocaban, la tocábamos con los dedos. Pero el Athletic casi nunca estuvo en el partido. Ni siquiera el arrojo y el ímpetu del joven Muniain pudo con un Atlético que hizo su partido, su final. Graves errores propios, desacierto ante la meta rival... y para colmo un «Tigre» suelto. El Athletic no se encontró y lo pagó. Toca levantarse.

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ATLÉTICO 3

ATHLETIC 0

Joseba VIVANCO | BUCAREST

«En cualquier tarea se puede ganar o perder, lo importante es la nobleza de los recursos utilizados, eso sí es importante; lo importante es el tránsito, la dignidad con que recorrí el camino en la búsqueda del objetivo». Son palabras de Marcelo Bielsa en algún momento de su trayectoria deportiva. Él sabe muy bien lo que es el éxito, pero también el fracaso. Y sus jugadores lo aprendieron también anoche, en la que debía ser su noche, su día. La imagen de Iker Muniain, derrotado, abatido sobre el césped del Arena Estadio tras la puntilla del tercer gol de Diego a falta de cinco minutos para el final lo dice todo. Lágrimas. Ilusiones volatilizadas. Estaban, estábamos tan convencidos de que esta vez sí. Pero los errores propios, la suerte negada cuando más se necesitaba y un enorme Falcao privaron a los rojiblancos de la gloria europea.

En ese avión del lunes partió nuestra historia y volverá hoy incompleta. Sigue debiéndonos una. Toca levantarse, toca ponerse en pie. «Altza gaztiak!», lo dice el propio himno del Athletic, en su propio ser, en su filosofía. El día 25 hay otra oportunidad. Igual o más difícil. El «Athletic, beti zurekin» con el que su afición les empujó tras la derrota debe ser su guía. El estadio al completo les dedicó una tremenda ovación cuando subieron a recoger las medallas del subcampeonato. Con los ojos vidriosos. Muniain, Herrera, Llorente, Ibai, Toquero... Ellos, nosotros, queríamos la copa. La tocaban, la tocábamos con los dedos. Ayer y hoy lloramos. Y mañana. Y pasado. Llorar ayuda. Las finales solo las pierden quienes las juegan. Pero qué duro es perder... ¡Qué duro! Juro que uno trata de ponerse en su piel, viéndoles allá abajo, en el césped, pero es imposible.

Fue una derrota inapelable por el resultado. Probablemente también por el juego, porque el Atlético siempre jugó a lo que quiso. Y el Athletic apenas sí se encontró consigo mismo. Errores, mala suerte, Falcao... Demasiado para una final.

Dos errores, dos goles

El Athletic comenzó a suicidarse casi desde el pitido inicial. Los síntomas los dieron primero un mal pase de Iraola y al poco un deficiente cambio de juego de Amorebieta, que dejaron paso al primer acercamiento colchonero, con Adrián rematando desviado. Los dos técnicos argentinos se mantenían a pie de césped. Bielsa, con sus idas y venidas. Eran los primeros minutos y a Muniain se le veía revolucionado; a algunos de sus compañeros nerviosos. Nuevo error, esta vez de Aurtenetxe, y otra vez el Atlético metiendo miedo. Se llevaban solo cinco minutos. Fue el preludio del gol de Falcao. Un desconocido Amorebieta no le achica, no tapa bien su pierna izquierda, le deja espacio al borde del área pequeña, y el Tigre cruza al poste contrario, lejos de Iraizoz.

La hinchada del Athletic se quedó muda. La cerveza se le bajó a los pies. Su equipo no encontraba el camino, obligado al pase largo por un Atlético que tapaba bien los huecos en su propio campo. Herrera no estaba, De Marcos no aparecía, Aurtenetxe parecía impreciso, Javi Martínez como atenazado, así que tuvo que ser Susaeta el que se enchufara al partido. Y con él, sus compañeros se empezaron a contagiar, haciendo circular mejor la pelota, encontrando al compañero y pareciéndose a sí mismo. Llorente mandó fuera un balón cerca de Courtois casi al minuto veinte. Pocos minutos después Muniain obligaba al portero belga a repeler un chut. Pero otra vez los errores propios iban a sepultar la reacción de un Athletic al que, por momentos, demasiados, pareció quedarle grande el partido.

Primero erró Herrera en un pase atrás que acabó en una peligrosa falta sacada por Diego. Pero quien no estaba para perdonar regalos era Falcao. Amorebieta hace al borde del área lo que nunca un defensor debe hacer, driblar, le roba la pelota Turan, cede atrás y allí el colombiano la mata. Pasaban cuatro minutos de la media hora. Un chut de De Marcos que fue desviado a córner fue toda la reacción de los leones. Cuesta arriba y sin atisbos de remontar.

Estaba claro. Descanso y Bielsa movió ficha. Fuera Aurtenetxe e Iturraspe, adentro Ibai e Iñigo Pérez. Si la asistencia por banda de Muniain en el primer minuto de la reanudación llega a terminar en la red... Pero no era la noche de los bilbainos. Salieron a por todas, es verdad, pero el Atlético atrás es mucho Atlético. Diego y Turan dieron la réplica en sendas ocasiones a la contra. Pero al Athletic le seguía sin salir nada. Como la volea arriba de Ibai, como el chut alto de De Marcos tras un jugadón del de Santutxu. Y, para colmo, Susaeta marró otra más clara aún, casi a placer. Y otra más casi al minuto siguiente. Cuatro ocasiones en apenas ocho minutos. No era la noche.

Iker Muniain, desde el eje del medio campo, se echó el equipo a la espalda en esa segunda mitad. Suya fue la pelota, suyo fue el ímpetu, las ganas, suyas iban a ser las lágrimas. Avisó Falcao en otra enorme jugada en la que se fue de Javi Martínez y Amorebieta, el partido más flojo de los dos centrales rojiblancos, sobre todo del de Cantaura, incapaz de parar a un Falcao que ayer ni disparándole a sus dos piernas.

Pero no solo del Tigre vive este Atlético. Ahí apareció otro de sus hombres destacados anoche, el brasileño Diego. Su diagonal de veinte o treinta metros hasta el centro del área fue de vértigo, una autopista que acabó con el balón en la red de un Gorka que ayer solo pudo recoger pelotas de su portería.

Iker Muniain, rendido, destrozado, se derrumbaba sobre la hierba. Era la viva imagen del beso en la lona de este equipo que tantos corazones había ganado esta temporada. El propio público rumano, mayoritario, supo reconocer el esfuerzo de los leones por remontar ese 2-0 que aun le daba vida.

Con cada ocasión marrada, saltaba de su asiento. Y eso comprendiendo que, si uno no chuta entre los tres palos, no puede ganar. Y anoche, el Athletic apenas sí lo hizo una vez en 90 minutos. El tercer tanto fue el mazazo definitivo. Una pesadilla, un nadar para morir ahogado en la orilla que se vio reflejado en el disparo lejano de un buen Ibai Gómez, que repelió el larguero. Pasaban ya dos minutos de los 90 reglamentarios.

El pitido final fue solo la sentencia a una agonía. El tren, a veces, solo pasa una vez en la vida. Anoche el Athletic no se subió en la primera estación. Pero queda otra, la de la final de Copa. ¡Pero había tanta ilusión en este título europeo! ¡Eras tantas las esperanzas puestas en este logro! No hay vuelta atrás. Así es el fútbol. Así es la vida. Lo dice nuestro himno, «Altza gaztiak!».

 

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