GARA > Idatzia > Kirolak> Athletic

La victoria empieza en la derrota...y en la identidad

«Tendríamos que aclararle a la mayoría que el éxito es una excepción. Los seres humanos de vez en cuando triunfan. Pero habitualmente desarrollan, combaten, se esfuerzan... y ganan de vez en cuando. ( Marcelo Bielsa)

pd08_f01_194x124.jpg

Ramón SOLA

A su pesar, la final de Bucarest se convirtió ayer en la única lección que a Marcelo Bielsa le faltaba por inculcar a sus jugadores. Les ha inoculado una idea futbolística desconocida en Bilbo, les ha enamorado con el balón y con el pase, les ha curtido en la intensidad, les ha especializado en el sufrimiento, les ha transmutado en su confianza en sí mismos, les ha reconvertido como futbolistas y revolucionado como deportistas, y con todo ello les ha imprimido un sello ganador inequívoco. Sin embargo, cualquier buen deportista sabe que el último peldaño hacia la victoria final es el más difícil de subir, y que en citas como las de ayer incluso todo ese bagaje puede quedarse corto. Y saben también que para terminar de ganar normalmente hay que pasar el mal trago de perder.

Pero antes hay otro requisito, otro puente que superar hacia la estrecha pasarela de las finales. Es el de tener un estilo, una identidad, un modelo capaz de ser ganador. Ese Rubicón lo cruzó el Athletic en Old Trafford, tras haberlo construido a velocidad de vértigo, desde aquel mediodía de octubre en que venció en Anoeta y se sacudió todas las dudas de un plumazo. Desde entonces, el Athletic de Bielsa no solo se ha convertido en un deleite para los suyos, sino también en una referen- cia europea en la estela de los equipos que están marcando tendencia -y también ganando-. Por encima de todos, ese Barcelona sobre el que ya está todo dicho, pero también el jovencísimo Borussia Dortmund -ganador de las dos últimas Bundesligas-; la Juventus renacida de sus cenizas tras reiventarse desde el juego de toque; el Santos brasileño de la fantasía, subcampeón de la Intercontinental; España y Alemania en el espacio de las selecciones...

Por eso era importante que ayer, cuando todo el mundo futbolístico miraba hacia Bucarest, donde la estrella invitada era mucho más el Athletic que el Atlético, los bilbainos confirmaran su identidad, su estilo, su sello. En la grada no cabían grandes dudas: la afición vasca se mostró a lo grande, mientras la BBC dedicaba su principal noticia deportiva del día a explicar por qué este equipo solo tiene jugadores vascos. En el campo, tampoco hubo indecisiones estilísticas. El Athletic confirmó su propuesta, no se traicionó a sí mismo ni confundió a quienes le han admirado en este trayecto.

Fue el Athletic que se ha revelado estos meses: ávido de balón, intentando inventar triángulos que rompan líneas contrarias, limpio y claro, sin perderse por otros caminos. Las estadísticas de la Liga hablan por sí solas. El Athletic es el tercer equipo en número de pases buenos (15.470), solo por detrás del inalcanzable Barcelona (24.457) y del Real Madrid (17.999). Ocurre también que es el tercero en el ranking de pases erróneos (3.710). No debe entenderse como un defecto, sino más bien como la consecuencia colateral de un modelo basado en acaparar el balón y llevar la iniciativa.

Pasados los primeros diez minutos de despiste y nervios, que trajeron el gol de Falcao que empezó a romper el partido, el Athletic se despertó a sí mismo. Para el minuto 28, acumulaba dos tercios de la posesión (67% frente a 33%), lo que reflejaba que entre el minuto 10 y la media hora el cuero no había tenido más que un dueño. Lástima que no hubiera suerte con el rival. Pocos contrarios hay más incómodos que el Atlético de Simeone cuando toca derribar su muralla, y más aún si aparece un ariete en vena como Falcao, que se bastó ayer para guerrear solo contra toda la defensa vasca.

Fue también la fidelidad a sí mismo la que hizo que Amorebieta perdiera el balón por quererlo jugar en la salida del área y el colombiano lo remachara (2-0). Visto el planteamiento del Atlético y el agobio lógico de ver escaparse la final, en el descanso había riesgo de que el Athletic perdiera la cabeza y el estilo, pero no fue así. La segunda parte también se tradujo en un monólogo bilbaino acentuado, ciertamente, con ocasiones claras solo al final. No marcó, pero tampoco se desquició. Tras los tembleques iniciales apareció un equipo maduro, que en la siguiente final seguro lo será aún más.

Pase lo que pase el día 25 en el Calderón, haya o no gabarra, se quede o se vaya Bielsa, el Athletic ya ha ganado mucho, y no solo por las alegrías dadas a su afición o por partidos tan rutilantes como los de Manchester o Gelsenkirchen. Es un triunfo rotundo que haya redescubierto otra identidad oculta debajo de la piel que ha llevado durante décadas, la que ejemplifican las ligas de Clemente o los ataques en tromba contra la Juve en la final de 1977 que tanto se han evocado estos últimos días. Se ha cosido a sí mismo un traje futbolístico moderno, original, imaginativo y con la virtud añadida de casar con los elementos esenciales de este juego, los más básicos: el esférico, el pase, la coordinación, el equipo...

El Athletic ha encontrado el camino del éxito en las antípodas de lo que ha sido futbolísticamente, pero sin dejar de ser lo que siempre ha supuesto socialmente: un equipo enraízado en un país. Lo ha hecho de la forma más insospechada -con un entrenador argentino-. Ha estado a punto de coronarlo en un escenario no menos inesperado -Rumanía-. Y todo eso lo ha hecho mostrando al mundo aquello a lo que nunca ha renunciado: a basarse en lo de casa.

Cuando tanto se teoriza sobre conceptos como lo local y lo global, el Athletic es el mejor ejemplo para enseñar en las cátedras. En la época dorada de la mercantilización del fútbol, ha llegado hasta ahí sin necesidad de quebrar sus reglas de mercado. En la era del acomodamiento y de la falta de riesgo, se ha reinventado a sí mismo de modo radical. ¿Caben mayores victorias todavía?

 

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo