Tiempo habrá para hacer balances sosegados, pero la despedida liguera de ayer deja otra constatación. El equipo, Osasuna, ha estado esta temporada por encima del entorno, el famoso osasunismo. Que a un partido de la importancia de ayer y con un desplazamiento asequible en distancia y precio acudieran solo unos 400 hinchas rojillos resulta raro y, a la vez, sintomático. Sobre todo si se tiene en cuenta que hace apenas cinco años fueron unos 8.000, 20 veces más, los que se animaron a acudir a Burdeos un miércoles.

Santander no ha sido un destino cómodo habitualmente (colea aún aquella masiva y arbitraria sanción a los Indar Gorri en 2009). La hora del partido era tardía para un domingo. Osasuna no dependía de sí mismo, lo que no garantizaba fiesta. Se podrán añadir además todos los factores estructurales que se quiera: el descontrol de los horarios de la Liga, la televisión, la sobredosis futbolística a estas alturas de temporada, por supuesto la crisis, el buen tiempo... Pero la escasa implicación de la afición no parece algo puntual, sino una tendencia si se observa cómo ha decaído la asistencia a El Sadar este año. Algo similar pasó a principios de los 90 -Fermín Ezcurra se pilló un enfado terrible cuando el campo no se llenó ante el Ajax-, y Osasuna no tardó en caer a Segunda. Pesaba entonces la atonía de trece temporadas seguidas en la elite. Ahora ya son doce.

No parece que Patxi Izco haya tenido esta cuestión entre sus preocupaciones. Más bien, la ha despreciado. Pero quien le suceda tendría que tomarse en serio el tema, porque sin osasunismo Osasuna, como equipo, no es gran cosa, y tiene nivel de Primera algunas veces sí y otras no. Tanto Miguel Angel Archanco como Javier Zabaleta, si se anima a presentarse finalmente, hablan de una Junta Directiva más cercana al socio. A ver.