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CRíTICA: «Sombras tenebrosas»

Tim Burton pone su marca a una floja adaptación

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Mikel INSAUSTI

Hay marcas que se venden solas, y en el cine la de Tim Burton cuenta con una clientela fiel. Lo tiene tan fácil que no necesita hacer nada nuevo, le basta con poner su inconfudible sello a las revisiones de materiales ajenos. Antes de versionearse a si mismo en «Frankenweenie», decidió adaptar la serie televisiva de culto «Dark Shadows», de la que se confiesa rendido admirador. Pero el ser fan de la creación sesentera de Dan Curtis no le ha impedido traicionarla de forma consciente, conviertiéndola justamente en lo que no quiso ser en su época. Nació para llevar el suspense gótico a los hogares estadounidenses en horario de sobremesa, desmarcándose de la línea paródica impulsada entonces por otros clanes terroríficos como «La familia Addams» o «Los Munster». Cuatro décadas después ha hecho el viaje de vuelta al infierno de la comedia fantástica problada de excéntricos personajes caricaturescos.

Si «Sombras tenebrosas» fuera divertida jamás se me ocurriría hacerle una crítica desde el purismo cinéfilo, porque eso significaría que Tim Burton ha visto cumplido su objetivo, al margen de la naturaleza del producto original. Si invoco al genial Dan Curtis es porque la nueva adaptación cinematográfica resulta mortalmente aburrida y, lo que es peor, tópica. Estas «Sombras tenebrosas» del 2012, desprendidas del siempre brillante diseño artístico de Collen Atwood, se quedan en una tontería. El guión es flojísimo, y la mayoría de gags humorísticos juegan con el anacronismo provocado por el despertar del vampiro Barnabas Collins dos siglos después de haber sido enterrado, sin que Johnny Depp pueda ir mucho más allá en su desplazada desmitificación del mito vampírico.

Los efectos especiales se concentran, sin embargo, alrededor de la figura de la bruja Angelique encarnada por Eva Green. Me sorprende que, a estas alturas, recuerden tanto a los descubiertos hace veinte años en la película de Robert Zemeckis «La muerte os sienta tan bien». Y, voy más lejos en el tiempo, porque en su manifestación espectral remite al clásico de Richard Quine «Me enamoré de una bruja».

 

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