LLUVIA Y ROCK ELÉCTRICO CON BRUCE SPRINGSTEEN
Rendidos antes de comenzar el concierto, Springsteen se paseó
Alrededor de 40.000 aficionados se concentraron en Anoeta como si fuese la fiesta de cumpleaños, aniversario de queridos o bodas de oro, que de todo se congregó en un Anoeta ya entregado mucho antes de iniciarse el concierto del «jefe» que muchos quisieran tener.
Iñaki SOTO/Pablo CABEZA | DONOSTIA
Springsteen no está completando aforos con la rapidez ni contundencia de giras previas, pero no son muchos los huecos que deja, como ocurrió ayer en el Estadio de Anoeta. Además, la suerte de Bruce Springsteen y su E Street Band reside en su solidez como músico, un estilo inconfundible -por lo que nadie espera sucesos musicales extraños-, una banda como la muralla china y el entusiasmo de los veteranos en transmitir a los jóvenes (hijos/hijas en la mayoría de los casos) la música que marcó a la generación de los setenta y los ochenta.
Desde el jueves Donostia comenzó a percibir el magnetismo de Bruce. Ya por la noche comenzaban a llegar los primeros seguidores. Aficionados que buscan las localidades que portan la posibilidad de estar al lado del escenario o del pasillo central. Puesto de privilegio desde el que pueden observar hasta las muecas del chico nacido en Long Branch, Nueva Jersey. El chaval que apostó, a pesar de las numerosas travas que tuvo, por el rock and roll como forma de vida. Ni siquiera los primeros álbumes le dieron la razón, pero el tiempo no podía dar la espalda a un tipo con su carácter, talento para la composición y luces para escribir letras de calidad por encima de la media y dispuestas a enfrentarse a los republicanos.
Para media tarde, con lluvia e inquietos presagios, las cuadrillas esperaban impacientes que el reloj se aproximara a los 21.00, el tramo horario donde la excitación coloca la mente más allá de la percepción cotidiana.
De otra parte, los orientales, que en el recorrido hasta el estadio estaban vendiendo capas, las popularmente conocidas como condones gigantes o humanos, estaban amortizando el día.
El mismo estado de percepción hipnótica se repitió a la hora de la entrada al recinto y la salida de Springsteen y banda a escenario, cuando el corazón y la garganta de las 40.000 almas convergieron en un latido y griterío comunitario cercano al éxtasis, a la comunión musical, pero sin misericordia celestial, ya que cayó una tormenta malhumorada y eléctrica. Más épica para la noche.
Con la ikurriña colocada a la izquierda del escenario y las barras y estrellas al otro, la noche se lió arrancando con una versión de la Creedence, para seguir con el single «We take care of our own» y la canción que da título al disco, «Wrecking ball», uno de sus temas más poderosos para el directo. Suena «Death to my hometown» y «My city of ruins», momento en el que presenta a su amplia banda. Apuntando también que «su mujer se encontraba en casa con los críos». Vaya, próximo y humano.
A medio concierto, con «Waitin' on a sunny day», Springsteen recoge a un niño de unos seis años -abajo a hombros de su aita- y el peque es capaz de ayudarle con el estribillo. Inaudito. Al cierre de esta edición, el concierto aún proseguía, con un sonido mejorado, y la lluvia entre las nubes.
Las estadísticas apuntan que Springsteen ha interpretado «Born to run», 1.208 veces; «The promised land», 978; «Badlands», 970; «Thunder road» 943; «Rosalita», 648 (...) «The river», 519, «The rising», 418... y «Because the night», 353. Muchas de esas canciones, oídas ayer en Anoeta.