Ainhoa Güemes Moreno | Periodista y agente de igualdad
Paz, guerra y feminismos en Euskal Herria
Al mismo tiempo que se celebraba el Congreso sobre Memoria y Convivencia organizado por el Gobierno de Lakua, en paralelo, se estaba celebrando otro encuentro que pasó desapercibido para la mayoría de los medios. Cabe decir que a pesar de que careciera de relevancia en la agenda mediática y en la agenda macropolítica, fue un encuentro con una alta carga ideológica, cuyo potencial transgresor y transformador debería ser valorado. Una vez más, mujeres y sujetos políticos feministas constatamos cómo se ensombrecen e invisibilizan nuestras acciones y propuestas más significativas.
El encuentro al que me refiero, las VIII Jornadas sobre Estrategias Positivas de Desarrollo: «Redefiniendo la guerra y la paz desde el feminismo», fueron organizadas los pasados 14 y 15 de mayo por la Agencia Vasca de Cooperación para el Desarrollo y el Área de mujer y cooperación al desarrollo del Ayuntamiento de Bilbo. Tuvimos la suerte de contar con la presencia de activistas feministas de larga trayectoria política, entre ellas, la antropóloga y legisladora mexicana Marcela Lagarde; la analista sobre cuestiones de género, ciencia y cultura de paz, Carmen Magallón, o Samia Walid, miembro de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán. A continuación, presento un resumen de la ponencia que expuse en dicho foro, bajo el título: «La guerra en el territorio-cuerpo de las mujeres», y el subtítulo: «Reflexiones sobre las mujeres vascas y la construcción de la paz».
La paz, la idea de paz basada en el respeto y el cuidado mutuo, desde una perspectiva feminista, se ve como una oportunidad de desplazar a los mercados capitalistas y poner la vida en el centro. Por el contrario, la guerra sería la materialización de una obra gestada por una voluntad nihilista que desprecia la vida y su potencialidad afirmativa. Detengámonos por un momento en la cuestión de la guerra, analicemos esa voluntad de poder que según nuestro criterio significa que la voluntad de alguien, de un grupo o de un estado quiere el poder, y se impone con el fin de alcanzar, por la fuerza, el máximo dominio. Situémonos aquí, en Euskal Herria, hagamos un diagnóstico de la enfermedad padecida, porque ¿quién se atreve a negar que hemos sufrido una guerra en nuestro territorio, en nuestro cuerpo-territorio?, ¿se le debe denominar guerra de baja intensidad al enfrentamiento armado que se ha dado durante décadas en nuestro país?, o ¿guerra sucia?, ¿violencia de Estado?, ¿terrorismo de ETA?
En estos momentos, inmersos e inmersas en el proceso de normalización y pacificación, parece que queremos superar el conflicto armado. Buscamos la solución de un conflicto que se ha caracterizado por un déficit democrático en cuanto que ha prolongado de manera innecesaria, con graves y dolorosas consecuencias, el no reconocimiento de los derechos civiles y políticos de la totalidad de un pueblo, así como la negación de su derecho de autodeterminación. Tenemos que pasar por una profundización en el proceso democrático, por una garantía de consecución de derechos integrales para el conjunto de la ciudadanía en igualdad de condiciones.
Hablemos pues sobre lo que unos y otros hemos experimentado, a qué y a quiénes nos hemos enfrentado, pero sin olvidar que los testimonios siempre son parciales. No engañemos más a la ciudadanía, no hay nada sencillo acerca de la verdad, según Adrienne Rich, «la verdad es algo inexistente, no es una cosa, ni siquiera un sistema, es una complejidad que crece». Así, me dispongo abiertamente a contar parte de mi «verdad», vencido el miedo, ejerzo mi derecho a expresarme libremente, y lo hago en primera persona del singular y del plural. Si algo explica lo que yo/nosotras hemos vivido durante las últimas dos décadas, al tener que enfrentarnos como sujetos políticos (abyectos y disidentes) a lo que consideramos una norma impuesta y un Estado opresivo, es precisamente la facultad de resistencia, transmutación y supervivencia. El vigor, la fortaleza y la rebeldía han sido los antídotos contra un tumulto de escisiones físicas, desmembraciones y cortes altamente mortíferos experimentados en el propio cuerpo, sobre todo como consecuencia de la represión y el control policial.
No cabe duda de que las feministas abertzales (Antígonas enfrentadas a los dictámenes de los estados español y francés), como sujetos políticos organizados, por un lado, en la defensa de una vida afirmativa (de una idea de paz que coloque a la vida en el centro), y por otro, comprometidas con la construcción colectiva de Euskal Herria, lo que realmente podemos aportar al nuevo tiempo es un legado de testimonios directos y encarnados, experiencias y vivencias recientes, que han sido profundas, intensas, subversivas y enriquecedoras. En esta transmutación hemos luchado y hemos resistido, hemos escuchado los testimonios de amigas y hermanas torturadas, encarceladas, hemos sentido miedo pero nos hemos enfrentado al miedo con integridad.
Hemos/he visto, o hemos/he soñado con algo demasiado bello; algo demasiado bello que contiene en sí un dolor intenso, insoportable. Pero, ¿quién soy yo?, ¿quiénes somos nosotras?, ¿quiénes somos las feministas abertzales? No soy, no somos un sujeto interno y cerrado. Sin ti, sin vosotras, sin vosotros mi historia, nuestra historia no sería posible. La teórica política Hannah Arendt lo explica de esta manera: «La acción y el discurso muestran una relación tan estrecha porque el acto primordial y específicamente humano debe responder al mismo tiempo a la pregunta hecha a todo recién llegado: ¿Quién eres?». Arendt se concentra en una política del quién con el objeto de establecer una política relacional, en la cual la exposición y la vulnerabilidad del otro representen para mí una demanda ética primordial.
En este nuevo tiempo, las fuerzas renovadas, el deseo compartido y la esperanza residen en que los testimonios narrados en primera persona, en que nuestras palabras y gestos lleguen a cuestionar, a hacer explosionar los cismas dominantes que atraviesan las ideologías. Cuando Judith Butler se centra en la resistencia a los marcos de las guerras libradas por el Gobierno estadounidense, y analiza la poesía escrita en árabe por los presos de Guantánamo, descubre que los poemas constituyen y vehiculan una capacidad de respuesta moral; a través de dichos poemas se refuta la «base argumentativa militar que ha restringido la capacidad de respuesta moral a la violencia, y lo ha hecho de una manera incoherente e injusta». Alguien escribe con amargura encerrado en Guantánamo: «Paz, dicen/ ¿Paz de la mente? / ¿Paz en la Tierra? / ¿Paz de qué tipo?/ Los veo hablar, discutir, pelear.../ ¿Qué clase de paz buscan?/ ¿Por qué matan?, ¿qué están planeando?/ ¿Son simples palabras?, ¿por qué discuten/ ¿Es tan sencillo matar?, ¿es ése su plan?/ ¡Sí, por supuesto!/ Hablan, discuten, matan.../ Luchan por la paz».
Unos y otros hemos padecido los efectos de la guerra. Si nuestro deseo es vivir en paz, ¿qué mecanismos hay que poner en marcha? Hay muchas cuestiones pendientes sobre la mesa. Por nuestra parte, cabe preguntarnos: ¿cuáles son las razones, los deseos, las convicciones que nos conducen a exponer nuestras vidas y nuestros cuerpos?, ¿cuáles son las razones que nos han empujado a usar la violencia?; ¿por qué hemos decidido no rendirnos? Si luchamos por una idea de justicia, ¿somos criminales?, si decidimos luchar por causas que consideramos justas, las cuales rigen nuestros principios éticos, ¿a qué fuerzas nos estamos enfrentando? Las feministas abertzales estamos siendo partícipes en la construcción de una Euskal Herria que imaginamos socialista y feminista, hermanada con otros pueblos libres del mundo.
¿Vana utopía? Deseamos crear, habitar pueblos libres, comunidades de gente libre. ¿No estamos en pleno derecho de llevarlo a cabo, o de intentarlo en un incierto combate? La feminista y lesbiana negra Audre Lorde también creyó que «el futuro de la Tierra puede depender de la capacidad de las mujeres para identificar y desarrollar nuevas definiciones del poder y nuevos modelos de relación entre las diferencias». Ella escribió: «Nos hemos escogido como compañeras/ Para compartir el filo de nuestras batallas/ La guerra es sólo una/ Si la perdemos/ Llegará el día en que la sangre de las mujeres/ Cubrirá, reseca, un planeta muerto/ Si vencemos/ Ya sabéis qué buscamos/ Más allá de la historia/ Una relación nueva y mejor». Por algo mejor, merece la pena el esfuerzo, por una vida digna y afirmativa, merece la pena seguir luchando.