Europa tiene que definir ya su futuro
Mientras Bruselas advertía a Mariano Rajoy de que no habrá ayuda directa a la banca, el mandatario español asistía ayer a la cumbre del G20, centrada en la situación de la eurozona, que se muestra incapaz de escapar de la crisis de deuda. A pesar de lo pregonado, está por ver el alcance real de lo aprobado en Los Cabos, aunque nada hace prever que vaya a alterar el rumbo errático de Europa. Y es que, más allá de la situación de las finanzas españolas, los países del euro tienen pendiente concretar temas tan peliagudos como la supervisión bancaria, la armonización fiscal y la emisión de eurobonos. Si algo ha quedado claro en México, es que las instituciones europeas tendrán que escapar por sí mismas de un fuego provocado por su obstinación en anteponer el interés de los mercados a la racionalidad económica.
Pero en paralelo a la debacle europea, la cumbre ha servido para dar carta de naturaleza a una realidad que había sido esbozada en anteriores citas internacionales y que se muestra ya con gran nitidez: la conformación de un nuevo orden mundial, en el que la economía está sirviendo para establecer una correlación de fuerzas diferente. Ayer, el grupo de los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- anunció que aumentará sus contribuciones al FMI para promover la estabilidad del sistema financiero, una noticia que es, sobre todo, un aviso a la comunidad internacional de que las tornas han cambiado, y que el lugar que hasta ahora ocupaban las potencias europeas tiene ya nuevo dueño.
La crisis que comenzó hace casi cinco años se está llevando por delante buena parte de las conquistas sociales de las últimas décadas, pero también está sirviendo para equilibrar la balanza del planeta. Ahora, sumida en una profunda crisis de identidad, con un tejido social deshilachado y a punto de quedar marginado en el concierto internacional, Europa debe decidir qué futuro quiere para las personas que lo habitan.