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Félix Placer ugarte | teólogo

El otro rescate

Es necesario un rescate, pero a quien hay que rescatar no es a los bancos y a los mercados multinacionales, cuyo principio y final son el capitalismo y sus beneficios, sino que ha de ser un rescate basado en normas éticas. Este rescate, defendido por el autor, debe tener como objetivo responder al clamor que proviene de los pobres, de trabajadores y trabajadoras, emigrantes, parados, «de la inmensa mayoría que reclama justicia, igualdad, bienestar social». Es necesario, en definitiva, rescatar una «economía de responsabilidad» basada en un nuevo orden mundial ético, con derechos y deberes humanos comunes, desde una democracia participativa.

Ante la situación económica y las últimas medidas financieras, el Gobierno del Estado intenta «distraer» a la opinión pública. El sentido de esta palabra no se reduce a una diversión que alivie y desvíe la atención general del problema de fondo. Va más allá y, en este caso, significa ocultar y engañar sobre las graves consecuencias de lo que se presenta como un logro altamente positivo.

Pero nadie duda de la gravedad de la operación concertada entre Rajoy («el que ha presionado soy yo», alardeaba en televisión) y la Unión Europea, que introduce a la sociedad española y su economía en un proceso de alto riesgo. Sus eufemísticas calificaciones («línea de crédito para nuestro sistema financiero») tratan de suavizar el preocupante y alarmado impacto que tales decisiones políticas están generando y para ello recurre a múltiples estratagemas.

Sin menospreciar el rédito publicitario de un campeonato europeo de fútbol, al que el mismo presidente acude como muestra de normalidad, las maniobras informativas del Gobierno intentan encubrir una situación en la que todas las señales son rojas, haciéndolas pasar por verdes. El rescate -al que ni siquiera le dan su temido nombre- trata de beneficiar a los bancos para recuperar su política de créditos y volver de nuevo al mismo proceso que indujo la monumental crisis económico-financiera. A quienes obtuvieron cómodos beneficios se les rehace sus pies de barro para que vuelvan a edificar sobre arena y conseguir la confianza de los mercados.

Habrá que dar la razón a Rajoy y a De Guindos. No se trata de un «rescate», sino de algo mucho peor: de derivar y distraer los fondos económicos en favor del capital cuyo objetivo es su propio beneficio. Y aunque se afirma que nuestro caso no es el de Grecia, Irlanda o Portugal, se constata sin embargo que la pobreza y la precariedad aumentan, mientras la política económica del Gobierno protege entidades financieras con inyecciones monetarias que no resuelven la angustia de quienes no pueden pagar su piso, ganar un salario digno, están en paro de larga duración y ahora deberán cargar con los costes de esta pretendida «línea de crédito».

Ante estos préstamos, todo el mundo percibe que, a corto y medio plazo, la enorme deuda acumulada va a provocar drásticos y más sangrantes recortes y los beneficios van a ser para los de siempre. «El dinero es para el dinero», decía con razón una sarcástica viñeta de El Roto («El País»), para los que lo poseen y especulan. Los recortes y la austeridad, el paro y los desahucios, para trabajadores y trabajadoras, parados, para los recursos básicos de la sociedad como son la sanidad, la educación, el poder adquisitivo de la base social.

En definitiva, los rescates pensados, programados y concedidos por la UE y organismos internacionales del capital y su gestores están abocados a un futuro negativo de consecuencias inconmensurables. En efecto, el progreso financiero basado en el actual sistema movido por el puro y duro beneficio capitalista está arrasando la economía mundial. Y va más allá, hasta llegar a la misma casa en la que habitamos, al ecosistema global, a la naturaleza, a la vida en una tierra cada día más exhausta donde la política financiera solo siembra dinero.

Y esto no es una predicción apocalíptica para una conclusión derrotista de «¡sálvese quien pueda!»: tentación, por otra parte, recurrente para legitimar egoísmos sociales que interesan a quienes manejan esta economía y promueven una conciencia débil que hace tirar la toalla y someterse a las leyes y medidas de los más fuertes, con rescates que dejan todo en manos del capital.

En realidad, su férreo sistema nada rescata a no ser sus propios intereses. Y si echa una mano a quien está a punto de ahogarse en sus aguas financieras será para exprimirlo más y manejarlo mejor. Porque es económicamente falso y socialmente manipulador y, por tanto, éticamente injusto. Para comprobarlo, basta hacerse estas preguntas: ¿De quién es el dinero que manejan las entidades financieras y cómo lo han acumulado? ¿Quiénes y para qué deciden, con qué objetivos? Las respuestas son evidentes.

Sin embargo es necesario un rescate; pero ¿qué hay que rescatar y para qué? Ciertamente no los bancos y los mercados multinacionales cuyas propuestas terminan donde empiezan: en el capital y sus beneficios. Su estrategia no es un rescate, sino un negocio donde gana la minoría de siempre a costa de precariedad, de recortes, de dependencias para la mayoría y, en última instancia, de pérdida de bienestar común, de dignidad y derechos de personas y pueblos.

Y es precisamente aquí donde está la clave de un auténtico y decisivo rescate cuyas leyes son éticas. El falso y engañoso SOS de bancos, entidades financieras, gobiernos al borde de la quiebra apela al dinero para recuperar su caudal perdido. Pero el auténtico clamor proviene de los pobres, de los trabajadores y trabajadoras, de los emigrantes, de los parados y paradas, de la inmensa mayoría que reclama justicia, igualdad, bienestar social. Es necesario rescatar una economía social, una mesa para todos, una naturaleza sostenible, la convivencia en la solidaridad. Ante tantos valores hundidos por el consumismo y el individualismo, ante el darwinismo social en el que sólo los más fuertes subsisten, es necesaria una gran operación social de rescate de conciencia crítica, de economía solidaria, de ecología, de otro modo de vivir, de austeridad compartida.

E stamos, por tanto, ante un desafío de amplios horizontes, ante nuevos signos de los tiempos. El teólogo alemán H. Küng -no muy de acuerdo con Merkel, supongo- propone superar el imperialismo económico, subyacente en los rescates económicos, y someterlo a objetivos humanos y sociales. Es necesario que la ética, la justicia social guíen la economía y la política. La economía global de mercado, vinculada políticamente a objetivos humanos y sociales con garantías contra las crecientes injusticias estructurales, debe garantizar el equilibrio entre el desnivel económico y social, el ordenamiento internacional frente al despilfarro de recursos no regenerables. En última instancia es necesario rescatar una «economía de responsabilidad» basada en un nuevo orden político mundial ético, con derechos y deberes humanos comunes, desde una democracia participativa. Sus fuentes son las ideas y motivaciones éticas, tradiciones culturales, derechos y respeto de todos los pueblos para lograr una concepción humana integradora que se traduzca en la vida digna de hombres y mujeres en un mundo habitable.

Ese es el único rescate viable, ético de alcance local y mundial que debe decidirse en pueblos con libertad de determinación, soberanos y solidarios como clave de una auténtica justicia y paz. Es el caso de Euskal Herria.

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