Fermin Munarriz Periodista
Perder el respeto
Hay una sensación generalizada de que se ríen de nosotros. Asistimos a una tropelía tras otra con perplejidad y rabia. Sabíamos de antiguo que el mundo está sembrado de canallas, pero nos sorprende su hiperactividad y su impunidad. El otro día, viendo en televisión al nuevo cabecilla de una banda bancaria, un amigo vaticinaba que, a no muy tardar, esta gente acabará sus ruedas de prensa orinando al populacho desde el atril. No es mi intención dar ideas; estoy convencido de que al rufián se le han ocurrido cosas peores.
El mundo, a fin de cuentas, es una lucha de intereses. Pero la impudicia que muestran muchos de los responsables políticos, económicos, judiciales, eclesiásticos... responde, además, a que nos están perdiendo el último resquicio de respeto.
En su dimensión social, el respeto es un concepto viscoso que puede oscilar desde la flemática cortesía y la empatía hasta la consideración, la veneración... o la sumisión absoluta. Es un abanico muy amplio y depende de quién lo agite para que se abra por un extremo u otro. Depende también del poder disuasorio de sus argumentos y de sus medios. Siempre ha sido así.
Por ejemplo, para el obispo, respeto es que se reclinen ante él, no que le reprochen que elude impuestos o se apropia de inmuebles que no le pertenecen. Para el empresario, respeto es admirar su abnegación por crear riqueza, no que le pregunten dónde la despilfarra u oculta mientras envía familias a la miseria. Para el juez, respeto es cumplir sus sentencias injustas, no cuestionar por qué mandó presa a una persona inocente. Para el banquero, respeto es indemnizarle sus juergas y ejecutar con firmeza el desahucio, no encararle que se lucra impúdicamente a costa de clientes esclavizados de por vida... El respeto es, en definitiva, someterse a su manera de pensar la vida. Y eso nos pierde.
Porque para la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de a pie que apenas atesoramos otra cosa que la fuerza de trabajo, el respeto pretende ser una actitud -más o menos afortunada- de reconocernos en sociedad para una convivencia pacífica. El escrúpulo para no despellejarnos. Pero en realidad debería ser la actitud de tener un pensamiento propio. Sin miedo ni consideración. Como dice mi amigo Lucio, sin esperar nada de ellos.
Por que si nos pierde el respeto, nos pierden el respeto.