Ya no funciona nada. Ni los anuncios solemnes de cumbre sobre la crisis tras cumbre de la última oportunidad, ni los cientos de miles de millones de euros inyectados catastróficamente cuando un dominó colapsa y el siguiente comienza a temblar. No funciona nada y, paradoja de paradojas, estas palabras y acciones contribuyen a empeorar el desastre que deberían evitar. Error de perspectiva: negarse a ver que esta crisis, económica en su origen, ha mutado para cambiar su naturaleza y convertirse en esencialmente política, reclamando respuestas políticas, articuladas en torno a un proyecto político. Europa, tal y como cae en pedazos, ¿es capaz de ello? Si es así, ¿está destinada, o condenada, para aquellos que comparten la misma moneda a devenir en un espacio federal donde la soberanía de los Estados será compartida? ¿Los mecanismos supranacionales de control serán, por consiguiente, inevitables para impedir que cada país no busque solo la cobertura para sí mismo, o incluso, no mienta descaradamente a sus socios? ¿El Banco Central Europeo debería ver su misión profundamente reformada de manera que sólo los Jefes de Estado y de gobierno pueden definirla? Ninguna de estas cuestiones, de hecho cruciales, recibe una respuesta clara desde el año 2008. Ninguna de estas opciones se debate ante los ciudadanos de la UE. Como si hacer política en Europa significara volver a abrir una caja de Pandora mucho más explosiva que la producción en masa de parches ineficaces. Mientras tanto, en la debacle económica, solo la crisis prospera.