CRíTICA: «Impávido»
Timbas, atracos, strippers, coches de lujo y mucho más
Mikel INSAUSTI
Esta es la verdadera ópera prima de Carlos Therón, y no la posterior «Fuga de cerebros 2», película de encargo concebida para el público adolescente. En «Impávido» se le ve mucho más a su aire y convencido de lo que hace, porque se trata de un largo basado en el corto homónimo que realizó hace cinco años. Me llama la atención su fidelidad a aquella pieza original, manteniendo intacto el núcleo del reparto. Y ahí es donde reside el mayor acierto de la propuesta, en la medida en que cada personaje va asociado a un intérprete concreto, dentro de unas composiciones originales y diferenciadas de lo que se estila en el mercado interior.
Es posible que la caracterización de mayor impacto sea la del actor porno Nacho Vidal, metido en el pellejo de un mafioso psicópata que se hace llamar Mikima, nombre que suena a japonés, pero que en realidad viene de Mickey Mouse. Sin embargo, el peso de la narración lo lleva Manolo Solo, en el papel de su contable, poniendo la voz en off y ejerciendo como catalizador de toda la corriente humorística, además de formar una pareja desternillante con el sobrino nerd de su jefe, interpretado de forma políticamente incorrecta por Selu Nieto. También es de reseñar que el protagónico Julián Villagrán se adelantó a su explosión como antihéroe para Nacho Vigalondo en «Extraterrestre», como el ladrón de coches apodado Rai. Y, junto a ellos, la lista de episódicos no menos divertidos resulta interminable, aunque te quedas con Pepón Nieto haciendo de experto en razas caninas, o con Pepo Oliva de entrañable exconvicto.
Siempre habrá algún secundario no tan entonado, aunque es el precio a pagar cuando se maneja una tipología delictiva tan amplia. Lo importante es que la traducción que Therón lleva a cabo de las comedias de gángsters anglosajonas en clave de humor negro, con Guy Ritchie o Quentin Tarantino como referentes, no cae en el ridículo. El secreto reside en utilizar unas localizaciones poco identificables, en contraste con una jerga que sí suena más cercana. Los diálogos y chistes tienen un sello propio, valiendo a modo de muestra la conversación gamberra a cuenta del Cola Cao.