Raimundo Fitero
Llagas
Con el pánico a la circulación de automóviles cumpliendo máximas, con el pavor del presupuesto limitado, abrumado por las perspectivas de futuro personal, familiar, comunitario y universal, lo más normal es que un sedentario empedernido cuando coinciden retransmisiones de los juegos olímpicos, fórmula uno y motos, acabe lacerado, con llagas en la mano de sustentación del mando a distancia, tendinitis en el dedo de toma de decisiones y con las posaderas y la lumbares bastante rozadas de tantas horas tirado, sentado o expuesto a las circunstancias en sofá o sillón de bajo coste y estructuras criminales para la integridad del esqueleto de sus moradores.
Lo único que se puede alegar es interés por el deporte. O necesidad de encontrar alivio, una especie de representación sublimada de lo que se entiende por identidad colectiva. Vaya, eso que tanto presumen de la marca España que, de momento, está sufriendo una de las devaluaciones más memorables. No existen casualidades más bien causalidades. El deterioro general, el estado de descomposición se tienen que notar en todas las actividades, y si a ello se añade esas dosis de soberbia y de irracionalidad que preside todo el no-pensamiento único actual, se comprende que afecten a los resultados y los resultados a la auto-estima colectiva, y ello al desgaste emocional de segundo grado personal.
Todos tenemos una versión afectada más o menos por el tinto de verano, pero las estadísticas de las audiencias de televisión superan toda apreciación subjetiva o voluntariosa, y sí, los coches concitaron una audiencia mayoritaria, al igual que el partido de fútbol de la roja, rojita, rosada o descolorida selección de fútbol que los forofos habían considerado favorita para el oro y que ha sido mandada a casa por Japón y Honduras, lo que convierte la derrota en un escarnio. Y con unas malas maneras de sus jugadores, malos perdedores, pero que, por otro lado nos viene de perillas para entretenernos un poco más. Cuando acabo estas líneas, en el medallero oficial del reino de España está a cero, en todos los metales. Un éxito rotundo. Y para colmo no gustó el diseño de su vestuario. No está claro si son llagas o estigmas.