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Guía estival de mitos griegos (I)

El retorno a los orígenes

De la mano de la pluma de su colaborador desde Atenas, GARA inicia una serie de reportajes semanales en los que rescata los antiguos mitos para constatar que explican pese a la distancia temporal, los males que asolan hoy al pueblo griego.

Antonio CUESTA

Durante siglos, la mitología sirvió para explicar cómo y por qué actuaban las fuerzas desconocidas de la naturaleza en ausencia de un discurso racional que aportara las respuestas. La antigua Grecia es prolija en este tipo de relatos que trataban de ofrecer modelos de actuación, pautas de comportamiento, ante los recurrentes problemas del ser humano.

La Grecia de hoy en día no se ha alejado tanto del espíritu que alumbró aquella visión del mundo: por un lado, el pueblo sigue sufriendo los embates de unas fuerzas desconocidas e incorpóreas (los mercados) que, como los antiguos dioses olímpicos, parecen existir y actuar al margen de valores y virtudes humanas tales como la justicia, la sabiduría o la honestidad; por otro, los tiranos continúan recurriendo al pensamiento pre-lógico para tratar de aplacar esas potencias arbitrarias y caóticas, que únicamente pueden ser sosegadas -y solo temporalmente- mediante constantes sacrificios y hecatombes realizadas en su nombre.

Es por ello que los antiguos mitos se prestan en el contexto actual como la mejor forma de explicar los males sociales y económicos que abaten el país. La espiral de austeridad, los continuos memorandos, las deudas y los plazos, la permanencia o la salida de la eurozona, se presentan en los mismos términos que las leyendas arcaicas sobre la prosperidad y la ruina, el orden y el caos o la venganza de los poderosos.

A estas alturas, los ciudadanos griegos se sienten como el antiguo rey Sísifo, fundador de la ciudad de Corinto, condenado por los dioses a empujar una roca montaña arriba para dejarla caer por la otra vertiente. Un castigo cíclico y eterno pues cuando está a punto de lograrlo se ve obligado a retroceder debido al peso de la malvada piedra, que vuelve a caer hasta la parte más baja de la ladera.

Los recortes en los sueldos y las pensiones, el aumento de impuestos o la paulatina desaparición de las coberturas sociales sirven para expiar el pecado original de quienes pensaron un día ser partícipes de eso que se dio en llamar el «estado del bienestar», y nos recuerdan al mito del titán Prometeo, aquel que robó el fuego a los dioses para beneficio de la humanidad. También el escarmiento para cuantos se oponen a la iniquidad de las nuevas deidades es diario y eterno. Cada mañana, los medios de prensa anuncian las últimas medidas pergeñadas la víspera y que, como el buitre hacía con el hígado del héroe, se encargan de devorar las vísceras de los ciudadanos, posteriormente regeneradas durante la noche para poder enfrentarse a una nueva jornada.

Que se sepa, nadie ha robado por el momento a esa santísima trinidad -o troika- integrada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Pero sus concesiones, a semejanza de lo ocurrido con la Pandora ofrecida por Zeus, han conseguido esparcir todos los males de este mundo. Cuando los gobernantes griegos recibieron de esos seres superiores el «rescate» que solucionaría su penosa situación no tuvieron presente la insensata acción de Epimeteo, cuando al abrir la vasija de la bella Pandora liberó todas las calamidades que podían malograr la felicidad del ser humano, tales como la vejez, la fatiga, la enfermedad, la demencia o el vicio. Del mismo modo imprudente, los Samarás y los Venizelos, contra toda lógica y razón, han infectado a la sociedad griega de todo aquello que constituye la esencia del capitalismo: explotación, pobreza, marginación, barbarie y fascismo.

Hesiodo, uno de los primeros cronistas de los mitos griegos, explicaba que el mal de los hombres y de las mujeres radicaba en su torpeza a la hora de actuar y no en la injusticia divina. Decía el poeta que «muchas veces, hasta toda una ciudad carga con la culpa de un malvado cada vez que comete delitos o proyecta barbaridades». Tres mil años después, solo hemos variado cuantitativamente, ahora las injusticias de un buen número de poderosos acaban con naciones enteras.

 

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