Cien años arriba y abajo
Son suyas las mejores vistas de Donostia. Pequeño y grandioso al mismo tiempo, su perfume huele a historia. El próximo 25 de agosto el parque de atracciones del Monte Igeldo y el rojo funicular cumplen cien años en los que han guardado como el mejor de los confesores las vivencias de los visitantes, como el sabor de un beso robado en la penumbra del Laberinto.
Texto: Oihane LARRETXEA
Fotografías: Imanol OTEGI - Gari GARAIALDE | ARGAZKI PRESS / KUTXA FOTOTEKA
Los recuerdos están pegados a Igeldo. Es inevitable mirar al parque de atracciones y no recordar ningún momento especial. Con toda probabilidad que a ti, lector, te hayan venido a la memoria pasajes nada más leer estas primeras líneas. Mis vivencias allí están ligadas a la izeba Izaskun. El día grande del verano era aquel en que nos llevaba a pasar la tarde. Una vuelta en la Montaña Suiza, otra en el Río Misterioso, otra en el Laberinto -donde incluso llegamos a perdernos de verdad-... Entre viaje y viaje nos compraba un dulce a cada sobrina. Solo uno, así que había que pensárselo bien, porque hasta el verano siguiente no habría de nuevo ocasión.
En el puesto que aún hoy continúa abierto se podía elegir entre una nube de azúcar, unas garrapiñadas o una manzana roja caramelizada cuyo brillo me deslumbraba. Al final siempre terminaba optando por la nube rosa. Era agradable sentir cómo se deshacía el azúcar en la boca, cómo de pronto, el pedazo, frágil y esponjoso, se desintegraba sobre la lengua.
Han pasado unos cuantos años desde entonces. Al igual que yo, cualquiera que haya vuelto tiempo después tendrá la extraña sensación de que las manillas del reloj no se movieron desde la última vez. No obstante, el parque respira, sigue vivo. Cada año recibe la visita de miles de personas, especialmente en verano. La esencia pervive, por eso es un lugar acogedor para los nostálgicos. La directora del parque, Pilar Pascual, insiste precisamente en esta idea, que su Historia, en mayúsculas, la han escrito las personas que acuden al lugar. «Es un tesoro que pasa de generación en generación», comenta a este diario.
El próximo 25 de agosto, tanto el funicular como el Monte Igeldo cumplen su primer siglo de vida, motivo por el que se han organizado un sinfín de actividades.
Pascual opina que el parque es un gran tapiz de momentos y experiencias. Compartiendo esta idea, GARA ha recabado diferentes testimonios al hilo de la pregunta: «¿Qué recuerdo le trae el parque de atracciones?».
Los hermanos Quincoces Sagasti están asomados al gran mirador. Observan la Bahía, señalando con el dedo índice esto y aquello, intercambiándose comentarios. Puede que estén ubicando en el espacio la casa de la amona o la escuela en la que estudiaron. Sus miradas derrochan recuerdos. Recuerdos buenos. Nacieron en la capital guipuzcoana, pero Juan y José Mari viven en Barcelona desde hace muchos años, mientras que Álvaro, o Batitxu, que es como le llaman al mayor de los tres, vive en Brasil. Se marchó de Donostia a los 16 años. Esta era la segunda vez que desde entonces volvía a la ciudad que le vio nacer. Corría el año 1988 cuando realizó la primera visita.
Desde el mirador reconocen que la ciudad «ha cambiado mucho», no así el parque, al que subían solos en bicicleta para después entretenerse arriba jugando, y «muy de vez cuando» en las ferias y barracas, aunque para eso había que subir con los adultos. Y entre recuerdo y recuerdo, mencionan a Úrsula, la osa que vivía enjaulada en el parque de atracciones y que después de veinte años fue llevada al zoo de Barcelona, donde murió unos días después.
Joserra Viles también subía solo, pero este donostiarra, natural de la Parte Vieja, optaba por tomar el funicular, y una vez allí, se quitaba las zapatillas para calzarse los patines. «Recuerdo que siempre me guardaba el calzado la misma señora, la que regentaba el puesto de tiro con el mapa de España», cuenta.
Más allá de que niños y niñas encontraran en Igeldo el lugar ideal para jugar, para las familias también era un plan perfecto. Ya fueran los padres, los tíos o los aitonas, era y es parada obligada. Así lo creen Ángeles Andoño y Marifeli Jimeno, dos amigas que llevaban a sus hijos, hoy ya adultos. Se desplazaban desde Gares hasta Donostia para pasar el día en la playa, y en algunas ocasiones la jornada terminaba en las atracciones. Aseguran que subir en funicular era «imperdonable».
Pero hablar de Igeldo es también hablar de amor -del eterno y del fugaz-, de romanticismo, de bailes, de parejas, de trajes elegantes y de seducción. Los jueves, sábados y domingos se celebraban bailes en el salón, que constaba de dos orquestas. Una época en la que también había un cine.
«Los hombres vestían traje y las mujeres vestido y tacones. Nosotras teníamos que esperar a que alguno de ellos nos sacara a bailar. Así era esa época. Como viniera alguno que no te gustara...», exclama Mari Carmen Etxeberria. Lleva casada con José Mari Etxeberria 51 años, y antes de contraer matrimonio, cuando eran novios, subían a bailar a aquel salón, aunque también acudieron de solteros y en cuadrilla.
Los Etxeberria han disfrutado del parque en grupo, después con los hijos y ahora con los nietos. «Cuando salimos de Donostia para irnos de vacaciones en lugar de traerles un regalo o un recuerdo, cuando regresamos los llevamos a Igeldo», cuenta Jose Mari, que hablando de su «papel» como aitona no puede evitar acordarse de su niñez. «Era la posguerra, así que los juguetes, el entretenimiento, nos lo teníamos que buscar. De críos nos movíamos entre la playa, el frontón e Igeldo, que la considerábamos como nuestra segunda casa», relata.
Una óptica interesante
La perspectiva más común es la de los visitantes, y por eso, porque solo unas pocas personas «ven los toros desde la barrera» es tan interesante la óptica de los empleados. Hay cientos de anécdotas. Antxon Zendoia es la tercera generación de una familia que se ha dedicado a trabajar en el parque. Y ya han pasado 32 años desde su primer día. Desde la ventanilla de la Montaña Suiza recuerda un episodio ocurrido precisamente en esa atracción. «Un turista que estaba alojado en el hotel [Monte Igeldo] preguntó en recepción sobre el transporte para bajar al centro -narra-. Le indicaron que pasaba por delante, y el hombre, que nada más salir vio pasar los vagones de la Montaña Suiza, no se le ocurrió otra cosa que pensar que se trataba del transporte público». Al concluir el recorrido y volver al punto de partida, sospechó que no había entendido bien. «¡Cuando regresó a recepción para preguntar de nuevo, no daban crédito a lo que escuchaban!», recuerda aún entre carcajadas.
Siempre con un puro entre los dedos Miguel Arrillaga se encarga de conducir este peculiar tren. Tiene fresca en la memoria a una joven francesa que aseguraba haber perdido una espada de juguete durante el recorrido y saltó a las vías para recuperarla. Arrillaga se lleva las manos a la cabeza al recordar que se la encontró de frente. Afortunadamente frenó a tiempo. Por cierto, la espada apareció en los servicios.
Pero en Igeldo no solo se han extraviado objetos. Hay aitonas que han perdido a sus nietos, o que han tenido que «rescatarlos» del agua en alguna atracción. Eso cuenta Emilio Santos, que lleva 25 años en el Río Misterioso, en uno de los extremos. Se mire a donde mire solo aparece el ancho mar, así que las vistas son impresionantes. «Puede que sea antiguo, pero esto es todo un privilegio. Todos los días son diferentes, y el paisaje también», dice mirando al verde molino de agua que hace que la feria funcione. Produce un ruido casi ensordecedor, constante, y al mismo tiempo calmante. «Lo conozco como la palma de mi mano. Según el ruido que hace sé qué es lo que le pasa».
Es de madera y brilla mucho gracias al barniz esparcido cuidadosamente. Es de color rojo. Rojo pasión o rojo Coca-Cola. Llamativo pero no ostentoso, resulta fácil de identificar. Sube y baja varias veces al día, casi desde la orilla de Ondarreta hasta el parque de atracciones del monte Igeldo. Lo hace cargado de personas que suben a disfrutar, o que acaban de disfrutar.
Hoy se priorizan los medios de transporte rápidos, directos, y por lo tanto, incompatibles con la esencia de lo auténtico, sin el encanto de lo antiguo. Se desplaza tranquilo, despacio, sin prisa, al ritmo de un dulce traqueteo. Como si fuera una cuna, meciéndose.
Inaugurado el 25 de agosto de 1912, el funicular de Igeldo ha visto cómo ha cambiado la ciudad mientras él ha mantenido su carácter.
Los nostálgicos puede que derramen alguna lágrima, porque Lakua ha anunciado que sustituirá los dos vagones por otros a imagen y semejanza del actual pero adaptado a las normas de seguridad vigentes y accesible a todos los públicos. Se estima que el verano que viene estén en marcha.
También serán más seguros. La imagen no lo es todo, pero además de esto, también deberían seguir siendo igual de románticos, igual de rojo pasión, o rojo Coca Cola. O.L.
Por el momento se han celebrado varias actividades para conmemorar los cien años, como un concurso fotográfico en el que había que rescatar de los álbumes familiares imágenes personales en el parque, o la Semana del Centenario, con juegos infantiles y actuaciones.
No obstante, la fecha exacta, el día «D», es el próximo 25 de agosto, porque tal día como ese del año 1912 se inauguró el funicular. La fecha es considerada la inauguración oficial del Monte Igeldo.
Según confirmó Pilar Pascual, directora del parque, a las 12.00 está prevista «una acción sorpresa y espectacular». Por el momento, solo han podido adelantar que se verá desde todos los puntos de la ciudad.
Por otro lado, los días 7 y 8 de setiembre el recinto acogerá la segunda edición del festival musical Kutxa Kultur Festibala. «Se trata de un hito en la historia del recinto que quiere, sin perder su carácter clásico y tradicional hacer un guiño a la modernidad», afirmó Pascual. O.L.