Los enfrentamientos entre etnias afganas avivan el temor a otra guerra civil
Escuelas coránicas devastadas, centro médicos destruidos... El reciente y brutal ataque de nómadas kuchis contra los sedentarios hazaras en el centro de Afganistán ha alimentado el temor al estallido de conflictos étnicos a dos años de la salida de las tropas de ocupación, que podrían derivar en una nueva guerra civil.
AFP
Durante más de un siglo, los kuchis, de la etnia pastún, mayoritaria en el país, han vivido pacíficamente el invierno en el este y el sur del país, territorios también pastunes con un clima más cálido. En verano, emigran al norte, región menos calurosa y seca donde su ganado pasta sin problemas.
Ellos se enfrentan a las poblaciones locales. En Behsud, distrito de la provincia de Wardak, al oeste de Kabul, una disputa sobre tierras les ha enemistado en los últimos siete años con los sedentarios de la minoría hazara, que representa entre el 15% y el 20% de la población afgana.
Los brotes de violencia han ido aumentando y recuerdan las horas oscuras de la historia de Afganistán, sobre todo los enfrentamientos entre talibanes (suníes) y hazaras (chiíes), que dejaron decenas de miles de muertos antes de 2001.
A principios de junio, en Behsud, los kuchis atacaron la aldea de Kajab. La mayoría de sus habitantes huyeron, pero cuatro de ellos, así como siete soldados posteriormente, fueron ejecutados por los kuchis, según las autoridades locales.
Los residentes de Kajab cuentan terribles historias sobre el asalto y el saqueo perpetrado por dos mil kuchis armados con rifles de asalto, lanzacohetes y morteros.
Dos meses después, Kajab parece salida de un decorado de «Mad Max». Su calle principal está llena de edificios de tierra destruidos, ennegrecidos por las llamas y con sus tejados caídos. Algunos parecen las ruinas de fortificados castillos asediados.
Oficialmente, un centenar de edificios -hasta 300, según fuentes locales-, entre ellos dos centros médicos, fueron destruidos.
«¿Qué hemos hecho?»
La madrasa (escuela coránica) de Dahawe Gandob, junto a Kajab, también fue incendiada, y muchos ejemplares del Corán, destinados a la educación de los niños, quedaron destruidos. Solo uno, protegido por el marco de una ventana, sobrevivió.
La pasada primavera, la quema de varios ejemplares del Corán por parte de soldados estadounidenses provocó una ola de protestas que dejó varios muertos y el enfado del Gobierno de Hamid Karzai. En cada casa quemada de Kajab se destruyó al menos un ejemplar de Corán, según denuncia Ewaz, un habitante de 55 años, pero «esta vez nadie ha dicho nada. ¿Qué hemos hecho? También somos musulmanes». Los residentes señalan al Ejecutivo de Karzai, también pastún.
«Estos ataques se realizaron claramente con el apoyo del Gobierno», protesta Ghulan Hussein Nasseri, diputado hazara en Behsud, mientras indica que el Ejército, una vez alertado, tardó 19 horas en llegar a Kajab.
Shahidullah Shahid, portavoz del gobernador de Wardak, niega cualquier complot contra los hazaras e incide en que se trata de un problema de tierras: los kuchis afirman que las tierras en disputa les fueron entregadas por decreto real hace 130 años, algo que los sedentarios hazaras cuestionan porque llevan generaciones viviendo en ellas.
«Los hazaras dicen que se las han comprado al Gobierno, pero es falso. Además, ellos atacan a los kuchis», afirma Elay Ershad, un diputado de esta comunidad.
Pero más allá de la cuestión de la tierra, los habitantes de Kajab aseguran que algunos de los atacantes eran talibanes, sugiriendo que la rebelión, de origen pastún, instrumentaliza a los kuchis para ganar terreno frente al Gobierno y sus aliadas fuerzas de ocupación.
Para finales de 2014 está previsto que las tropas extranjeras desplegadas en Afganistán bajo el paraguas de la OTAN dejen el país y eso parece incrementar el temor al retorno de la guerra civil, de la que el conflicto de Behsud sería el preámbulo.
Sobre todo, porque los incidentes provocados por el avance insurgente o las tensiones étnicas están aumentando en Wardak y en las provincias vecinas. El pasado sábado, un ataque similar acabó con la vida de dos soldados neozelandeses en Bayimán, provincia hazara considerada la más tranquila del país.
En Kajab, los habitantes que huyeron no han vuelto. En este valle, verde e irrigado, los cultivos han sido abandonados.
«Si el Gobierno no protege a su población, el futuro se presenta sombrío», exclama el diputado Nasseri, advirtiendo de que «el pueblo tiene derecho a defenderse si el Gobierno no lo hace».
El ministro afgano de Defensa, Abdul Rahim Wardak, dimitió ayer después de que el Parlamento le retirara su confianza el fin de semana debido a su gestión de la inseguridad que vive el país, escenario ayer mismo de varios atentados y acciones armadas que costaron la vida a nueve civiles en Paghman y a dos soldados de la OTAN, una de cuyas bases fue atacada con un camión-bomba.
Los nueve civiles fallecieron al estallar una bomba caminera al paso del minibús en el que iban al trabajo. El artefacto fue detonado por control remoto y se informó de la detención de una persona con un mando a distancia.
La OTAN perdió a un soldado francés, que murió en un tiroteo con insurgentes en la provincia de Kapisa, y a otro estadounidense, fallecido tras ser disparado por hombres con uniforme militar afgano en la provincia de Patkia.
Además, un camión cargado de explosivos estalló junto a la base de la ISAF en Pule Alam, capital de Logan, hiriendo a veinte personas, aunque los talibanes hablaron de «varios muertos. GARA