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El comercio de la city londinense tiene mala cara durante los juegos

Restaurantes medio vacíos, circulación más lenta, ventas a la baja... En el centro de Londres, normalmente lleno, numerosos comerciantes ponen mala cara en este comienzo de mes de agosto al no ver llegar el maná turístico prometido para los Juegos Olímpicos de su ciudad.

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Anne-Laure MONDESERT

En el Soho, la Casa Bertaux, la «más antigua pastelería de Londres», espera desesperadamente la llegada de clientes. «Si lo comparamos con el año pasado, y esto vale para cualquier clase de comercio, la gente no viene, ya se trate de londinenses o de turistas olímpicos», se lamenta la propietaria, Michelle Wade, en su céntrica tienda decorada para la ocasión con los colores de la Union Jack.

Superado el ecuador de los Juegos Olímpicos, el ambiente es singularmente tranquilo en las calles de este barrio, lleno de restaurantes, pubs y tiendas, a unos pocos kilómetros de las sedes olímpicas del este de la capital y del gigantesco centro comercial de Stratford, cercano al Estadio Olímpico.

«Las autoridades locales nos habían dicho que habría un aumento de clientes en las tiendas, por tanto un alza de las ventas, pero eso no ha ocurrido», constata Rob Grogan, que permanece ocioso delante de su tienda de ropa y complementos para hombre, completamente desierta. Nada más lejos de la realidad, en una comparación respecto a la semana anterior a los Juegos, la afluencia de gente a su tienda ha bajado un 30% según dice, reconociendo que «el mes de agosto no es generalmente el mejor del año».

Los comerciantes tienen bastante clara la causa de esta deserción: la campaña de comunicación alarmista llevada a cabo por el Ayuntamiento y Transport for London, el organismo que gestiona los transportes públicos de la capital. Desde hace varios meses desaconseja a los usuarios acudir a los lugares más frecuentados del centro de la capital, temiendo una congestión de la red.

Mensaje disuasivo

El mensaje ha sido tan disuasivo que el caos esperado en los transportes no se ha producido. Hasta el punto de que el primer ministro, David Cameron, ha llamado a la gente «a volver a la capital» que algunos comentaristas han calificado de «ciudad fantasma».

Las cifras parecen respaldar la queja. Los Juegos están atrayendo a 100.000 turistas diarios, más que ninguna edición anterior, pero la Asociación Europea de Turoperadores recuerda que la cifra ni roza los 300.000 diarios que suelen inundar la ciudad en un verano normal. La Agrupación de Atracciones Turísticas, que incluye en su red a todos los grandes museos y la Torre de Londres, cifra en un 35% la reducción de visitas.

«Los Juegos Olímpicos son una tontería», dice en medio de su establecimiento vacío la gerente de varias tiendas de recuerdos de Oxford Street, el templo londinense del shopping. Sin embargo, esta gran arteria londinense parece tan llena como siempre, «pero no es la gente adecuada. No tienen dinero para gastar», asegura la misma comerciante, que prefiere mantener el anonimato.

Un poco más lejos, ante un restaurante de comida rápida, tres jóvenes venidos de Amsterdam para ir a las competiciones de tenis y de hockey comen una hamburguesa. Se alojan en un camping y no han gastado nada en las tiendas del centro: «No estamos aquí para eso», dice Marianne, de 27 años.

Tampoco tienen ninguna fiebre compradora Ann y Soren Forsberg, una pareja de suecos que, cerca de Regent Street, confiesan que prefieren la equitación y el triatlón al shopping. La pareja ha decidido venir a Londres en el último momento al descubrir que todavía había aviones disponibles. «Pensábamos que estaría todo completo, pero aparentemente mucha gente no ha venido. Encontrar un hotel tampoco ha sido un problema», explica Ann Forsberg.

Un poco más apartado de Oxford Street, en una tranquila plaza, dos estudiantes suizas de camino a Edimburgo escriben unas postales para sus allegados sentadas en un banco: «Estábamos en Stratford -la zona donde se encuentra el parque olímpico y el estadio, epicentro de los Juegos- ayer por la noche, fue horrible», relata Lea, de 19 años, añadiendo contenta que «el centro está tranquilo, hay mucha menos gente».

 

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