Udate
«Hara-Kiri» profundiza en la violencia del Japón feudal
Ningún amante del cine japonés de todos los tiempos debe de perderse «Hara-Kiri», película de Takashi Miike basada en la misma novela que Masaki Kobayashi llevó a la pantalla en 1962, en blanco y negro. A la incorporación del color se suma la utilización del sistema 3D.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
La prolífica obra de Takashi Miike empieza a ser poco menos que inabarcable y no solo por el número de películas que realiza al año, sino debido a que pertenecen a géneros y estilos diferentes, como si el autor no quisiera repetirse nunca. No se deja encasillar, y aunque la línea de violencia visual culminada con «Ichi the Killer» le podía haber llevado a instalarse como autor de culto, ha preferido hacer otras cosas tan desconcertantemente opuestas como la película familiar «La felicidad de los Katakuri».
Miike es el eclepticismo personificado y nunca descarta nada, pudiendo ser al mismo tiempo el mayor de los experimentadores y un estricto clásico. Es por el camino del clasicismo renovado por donde nos regaló esa joya del chanbara que fue el remake de la película de Eichi Kudo «13 asesinos», que supera al original gracias a su particular inventiva para las coreografías de lucha. Su versión era muy entretenida y, por momentos, resultaba equivalente a lo que en Occidente es un cruce genérico como el spaghetti-western.
En «Hara-kiri» vuelve a desmarcarse de lo que podría haberse convertido en tendencia dentro de su filmografía, al sorprender una vez más con un estilo mucho más contenido e introspectivo, en la que es hasta la fecha su creación más armoniosa y serena. La he visto ya más de dos veces, porque conocerla es amarla. Hay partes que me las conozco de memoria y son aquellas en las que la narración gana en intensidad, consiguiendo un anticlímax imperecedero.
La acción está muy controlada, y apenas hay dos batallas o enfrentamientos, con el protagonista sin posibilidades de defensa al luchar con una katana de bambú. Ni siquiera entonces los movimientos se vuelven bruscos, para no descentrar el ritual del seppuku, en cuanto eje del relato. Miike introduce al espectador en una violencia de tipo ceremonial, reflejo de la cultura clasista del Japón feudal, cuando era obligado morir con dignidad, si es que eso es posible.