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Amparo LASHERAS Periodista

El saludo de un hombre que se aleja

Los días de agosto se han ido y en las sombras del calor que alarga las horas como una tortura de muchos veranos sin agua, el nombre del preso Iosu Uribetxebarria ha sacudido el ritmo de un mes que perdió su quietud estival hace años. Ni el miedo a los negros recortes que estrangulan nuestra existencia, ni la vorágine política de una cita electoral ni siquiera la perspectiva de una huelga general que no puede fracasar han impedido que Iosu se convierta en la única causa movilizadora que de verdad importa. Agosto se ha escapado de 2012 agarrado a la pancarta de su libertad y, hoy, deja sitio a un setiembre que la aplaude con la solidaridad de una marcha que, en Donostia, aun gritará con fuerza el nombre de otros trece presos enfermos. Y en la paradoja humana que supone ser libre para morir, pienso que, en este verano tan trabajoso, la vida de Iosu ha iniciado también la cuenta atrás de su último tiempo. Me sorprendo a mí misma hablando de la muerte que miramos y sentimos pero que nunca será la nuestra y no sé que añadir. Dos meses sin escribir anotando temas e ideas con los que iniciar el trabajo de esta columna y, ahora, me faltan las palabras. Sólo veo una ventana, un saludo tras una reja y un hombre demasiado enfermo que se aleja. Fuera queda todo lo demás, aquí, apuntado en mi libreta, declaraciones, resoluciones, concentraciones, manifestaciones prohibidas y el silencio informativo sobre la huelga de hambre indefinida llevada a cabo por cientos de presos políticos. Dura ya más de veintidós días y se ha escrito poco. Tal vez tan poco como en este espacio con el que estreno setiembre y acabo el verano, convencida de que cárcel y muerte son dos palabras hermanas.