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73 QUINCENA MUSICAL DE DONOSTIA

Un Festival que sigue latiendo mientras se transforma

La Quincena Musical clausuró ayer su 73 edición con unos resultados artísticos notables. Los grandes nombres de años anteriores han pasado el relevo a artistas sólidamente asentados pero menos mediáticos y a artistas emergentes de Euskal Herria. A falta de los datos oficiales, la respuesta del público donostiarra también ha parecido estar por encima de las expectativas.

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Mikel CHAMIZO

Anoche la Orquesta Sinfónica de Bamberg y Jonathan Nott clausuraron la 73 edición de la Quincena Musical donostiarra. Un festival que se ha transformado notablemente en muy poco tiempo, por influencia de la crisis económica y el modo en que esta se ha cebado con la cultura. El cambio de estatus de la Quincena Musical como Festival ha sido claro y ha ido en paralelo con el de otros festivales clásicos de la península, como el de Santander o El Escorial. Se ha notado en la relación de grandes nombres que se dejaban caer por Donostia habitualmente y que ya no lo hacen. Directores estrella como Barenboim, Maazel, Colin Davis, Chailly o Gergiev, que sí estuvieron en ediciones recientes, han desaparecido por completo del cartel de este año. El más destacado visitante ha sido el ruso Yuri Temirkanov, maestro de maestros, pero que está lejos de ser una estrella mediática de la dirección de orquesta. Algo parecido se puede decir de los solistas: Christian Zacharias ha sido el único instrumentista de primerísima línea que ha actuado en esta edición. También se ha reducido notablemente el número de conciertos -de más de 100 hace pocos años a 70 este verano- y han desaparecido, no sabemos si provisionalmente, los espectáculos de ballet, aunque sí se ha mantenido la ópera. El cambio en Quincena se ha notado también en otros muchos aspectos: la mayor presencia de los músicos vascos y estatales en detrimento de los internacionales, la reducción drástica de espectáculos en el Victoria Eugenia, el que varios músicos y agrupaciones hayan protagonizado dos y hasta tres conciertos cada uno, etcétera.

Podríamos seguir hablando de lo que no ha habido en esta edición de Quincena Musical y de las razones de ello -casi todas económicas o políticas-, pero resultará mucho más constructivo hablar de lo que sí ha habido en esta 73 edición, que ha sido mucho e interesante. Porque en ese «quiero y no puedo» por mantener la línea de excelencia que caracterizaba al Festival en sus años prósperos, la Quincena ha ofertado una programación sin tanto bombo y platillo pero, artísticamente, meditada y muy cuidada.

Una heterogénea selección de orquestas. Uno de los apartados más redondos de esta edición ha sido el de los conciertos sinfónicos. Además de la tradicional cita con la Orquesta de Euskadi, con su acto de reivindicación de la música de Escudero, han sido otros nueve los espectáculos protagonizados por cuatro orquestas de muy alto nivel que, en conjunto, han aportado a los donostiarras una visión diversa y bastante completa del panorama sinfónico europeo. Primero llegaron los músicos de la Hallé de Manchester, firmando dos recitales llenos de elegancia y sabor inglés a las órdenes de un Mark Elder preciso, sabio y refinado. Tras Aste Nagusia llegó la Orquesta de París, de idiosincrasia sonora inconfundiblemente francesa, capaz de tocar a Debussy y Ravel de forma maravillosa pero lastrada por la presencia de un mediocre Yoel Levi en el podio. Unos días más tarde desembarcó en Donostia el buque insignia del panorama orquestal ruso, la Filarmónica de San Petersburgo, con su sonido rudo pero de un virtuosismo sin parangón y con un Yuri Temirkanov que conoce mejor que nadie las tradiciones interpretativas del repertorio de su país. Regalaron una «Patética» de Tchaikovsky controvertida pero maravillosa. Por último, y en gran contraste con la anterior, cerró la Quincena la Orquesta de Bamberg, quintaesencia del sonido alemán, cálido y civilizado, con un Jonathan Nott al frente capaz de extraer las connotaciones más profundas y metafísicas de la música de Schubert y Mahler. Aunque ninguna de ellas se encuentre en el top mundial de las orquestas, las cuatro han traído hasta la ciudad modos muy diferentes de entender el sonido orquestal y relacionarse con el repertorio, lo que, a la postre, ha sido mucho más valioso e interesante que tener a alguna de las grandes fuera de contexto.

La apuesta por los de casa. La reducción de grupos y solistas procedentes del extranjero ha conllevado que en ninguna otra edición anterior de la Quincena Musical hayan tenido tanto protagonismo como en esta los músicos de casa. Marta Zabaleta, Iagoba Fanlo, Judith Jauregui, Raquel Andueza, Arantza Ezenarro, Orfeón Donostiarra, Cuarteto Arriaga, Josetxo Silguero, Trío San Sebastián, Ensemble UgHari, Loreto Aramendi, Coral Andra Mari, la Escolania Easo, Elena Sancho, Kepa Junkera, Cuarteto Isasi, Ciklus Ensemble, Alize Mendizabal, Marifé Nogales, Fermín Villanueva, Miren Urbieta... son solo algunos de los numerosos artistas vascos que han pasado por la programación de esta edición de la Quincena. Y lo han hecho, en muchos casos, protagonizando conciertos en los ciclos más importantes del Festival. Es el caso de la Escolania Easo, Iagoba Fanlo y Raquel Andueza, que protagonizaron tres magníficas actuaciones en el Ciclo de Música Antigua; Arantza Ezenarro, que debutó en solitario en la Quincena con un recital en el Victoria Eugenia; el Cuarteto Arriaga, que se unió a Christian Zacharias para interpretar el quinteto «La trucha» de Schubert; o Marta Zabaleta, que ofreció una magnífica versión del «Concierto en Sol» de Ravel en el Kursaal.

Toda esta presencia de músicos vascos en Quincena ha puesto de relieve dos aspectos muy significativos: que la calidad de la vida musical en Euskal Herria se ha potenciado enormemente en los últimos años, en gran parte gracias a Musikene -centro al que casi todos esos músicos están ligados de una u otra manera, bien como alumnos o como profesores-; y que ese grupo de músicos vascos es capaz de movilizar a un público que, a la espera de que el festival proporcione hoy los datos oficiales, parece haber respondido de manera espectacular a la aparente «humildad» de las propuestas de la Quincena. Llenos completos en Música Antigua, en Jóvenes Intérpretes, en el Victoria Eugenia... solo algún pequeño tropiezo en un par de conciertos sinfónicos del Kursaal, que no desmerecen la sólida imagen de implicación del público de Donostia con su veterano festival de música clásica.

¿Qué ha sido lo mejor? Aunque se hayan reducido significativamente, 70 sigue siendo un número inabarcable de conciertos para un melómano. Cada cual habrá vivido de forma particular y diferenciada su Quincena Musical, pero ha habido hitos indudables en el desarrollo de esta edición. En el Kursaal, ese impactante «Iván el Terrible» que firmaron la Filarmónica de San Petersburgo y el Orfeón Donostiarra, en una de sus mejores actuaciones de los últimos años. En Santa Teresa, el intenso y espiritual recital a solo de Iagoba Fanlo con las suites para violonchelo de Bach. En el Victoria Eugenia, el recital de piano francés de Gustavo Díaz-Jérez que nos dejó a todos con la boca abierta. En el Ciclo de Contemporánea, una extraordinaria interpretación del «Vortex Temporum» de Grisey por el Ensemble Recherche. También la Orquesta de Bamberg, la «Misa Glagolítica» de Elder y la Hallé, el Ravel de Neuburger con la Orquesta de París... muchos, y algunos inesperados, hitos para un festival que sigue latiendo con fuerza en plena transformación.

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