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Un paseo por la cárcel de Iruñea antes de que se la comieran las excavadoras

El Ayuntamiento abre la cárcel de Iruñea a la prensa después de firmar su derribo. Varios colectivos han exigido una reflexión sobre los posibles usos de la prisión de Donibane, pero las máquinas ya empezaron a demolerla por la tarde.

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Aritz INTXUSTA

Cristiano Ronaldo, rescatado de una portada del «Marca», preside el raro mural que decora una de las celdas de la vieja cárcel de Iruñea. A su lado, el collage sube de tono con recortes de mujeres semidesnudas. En otra celda aún queda un plato sucio de comida. En la habitación contigua, alguien estaba aprendiendo euskara con un libro finito, de esos que usan pocas palabras y frases simples. Junto a la litera de otra de esas habitaciones inhumanas, un preso dejó olvidada sobre la mesa una lista con normas de higiene para otro recluso recién llegado. Y en muchas de ellas, lo que hay es un calendario, ya sea de vírgenes o de paisajes de la Cochabamba.

El Ayuntamiento abrió ayer las puertas de la cárcel de Iruñea a los periodistas. Lideraba la visita el empleado municipal encargado del área de Proyectos, José Ignacio Alfonso. El improvisado guía se afanaba en enseñar las partes, para él, más llamativas: los patios, las galerías y los puestos de control y de mando, la capilla, la enfermería, el comedor. En realidad, el recinto es inmenso. Este tamaño contrasta con la pequeñez de las celdas donde convivían dos personas casi hasta ayer mismo. Más pequeñas aún son las celdas individuales, las «de castigo», que no conservan fotos en sus paredes.

Da la impresión de que la visita para los medios de comunicación se decidió a última hora y a toda prisa. Al viejo penal de Donibane, que abrió -o más bien cerró- sus puertas por primera vez a inicios del siglo XX, le queda muy poco tiempo. Bajo el escudo del Reino de España que preside la puerta de entrada tras los primeros muros, la fecha de su apertura está inscrita en la piedra: 1907. Pronto será destruido. Al terminar la visita una excavadora con una enorme pala esperaba pegada al muro a que el equipo de gobierno de UPN le diera la orden. Trabajadores de la constructora pululaban por los pasillos preparándolo todo. Por la tarde se dio el pistoletazo del derribo y las máquinas empezaron a trabajar. Según explicaron, se han comprometido a no dejar piedra sobre piedra en 35 días. Al ocupar una superficie tan extensa, unos 4.000 metros cuadrados, irán demoliéndola arrojando los escombros hacia el interior. El derribo costará 105.100 euros al Ayuntamiento de la capital navarra.

La destrucción de la cárcel se aprobó ayer por la mañana. Resulta llamativa la premura, puesto que los concejales de la oposición no tuvieron oportunidad de ver el estado de conservación del edificio hasta después de haberse firmado el papel. Diversos colectivos habían solicitado un poco más de tiempo, solo para reflexionar si merece la pena aprovechar el edificio para otros usos. Consideran que, como no hay ninguna urgencia, el edificio se debería dejar en pie para poder abrir un debate sereno entre la ciudadanía. Varios arquitectos suscriben un manifiesto que dice que no hay prisa, que el edificio se encuentra bien, porque en primavera albergaba a cientos de personas.

Icono del movimiento insumiso

Las cárceles, sin duda, son un lugar horrendo. El estado de la prisión de Iruñea, abandonado y sucio desde que los reclusos y los guardias la abandonaron, aumenta esa sensación lóbrega y triste. Pero la cárcel de Iruñea también es historia, no por el valor de sus muros ni por los barrotes, sino por las personas que ha tenido dentro. Quizá su momento más importante en la historia reciente esté vinculado al potente movimiento insumiso de Iruñea. La prisión de Donibane encerró a cientos de jóvenes que se negaron a que el Estado español les enseñara a hacer la guerra. Ahora, varias de estas personas están grabando un documental sobre su lucha antimilitarista y algunas escenas se pudieron rodar ayer mismo por la mañana dentro de los muros de la prisión.

Teniendo todo esto en cuenta, el derribo de una prisión no es un momento de alegría, porque también se borra parte de la memoria de quienes estuvieron allí, de por qué fueron encerrados y de quién los encerró. Así que, en principio, parece un error decidir el derribo de la prisión desde un punto meramente arquitectónico, tal y como ha hecho el gobierno municipal.

La cárcel se echa abajo porque se ha construido una nueva. Supuestamente, por ser más nueva debiera de ser «mejor», pero la semana pasada se denunció el primer suicidio. No conviene olvidar que quien realizó el mural de Ronaldo, el que dejó el plato olvidado en su celda y el que tachaba los días sobre un calendario de la virgen, probablemente, están ahora en la prisión recién inaugurada. La cárcel abandonada tiene un aire triste, pero el miedo surge al pensar que el Estado la abandonó para levantar una más grande, para encerrar a más gente.

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