Antonio Alvarez-Solís | Periodista
El héroe
La frase tiene una irrisoria pretensión heroica: «Los españoles me han elegido para gobernar contra viento y marea». Pertenecen esas palabras al Sr. Rajoy durante su estancia en Galicia. Uno se pregunta ya en principio si gobernar contra viento y marea no es propósito pretencioso. A un ciudadano normal le suena toda esta verbalidad a tambor de hojalata; a pura huída de la realidad, ya que lo urgente es restaurar unas mínimas posibilidades de vida en esta hora de tantos e injustos sufrimientos, lo que no hace el Sr. Rajoy en modo alguno. Precisamente para eso fue elegido el Sr. Rajoy y no para enfrentarse a los elementos como hizo Ulises en su regreso a Itaca ¿Por qué no son estos políticos de coloreado papel manila más sencillos en su lenguaje? Las imágenes son siempre un explosivo difícil de manejar porque pueden estallar en las propias manos. Y ellos se prodigan torpemente en las imágenes.
Uno ve sumamente difícil deducir algo reconfortante de la mencionada frase del Sr. Rajoy. En principio parece que una interpretación literal de la misma no favorece al Gobierno, ya que luchar contra viento y marea equivaldría, en la situación de la ciudadanía española, a evitar el despido fácil, a sostener los salarios en un nivel aceptable, a no manipular las pensiones, a no convertir la jubilación en exequias funerales dada la edad que se pretende para hacerla efectiva, a no recortar la asistencia social en la sanidad y la cultura... Dado el estado lastimoso en que los especuladores han dejado la sociedad luchar contra viento y marea habría de consistir, repito, en evitar el deterioro de todos esos pilares de una vida mínimamente digna.
Pero el Sr. Rajoy se refiere en lo de luchar contra viento y marea, a succionar el poco dinero que les queda a los trabajadores para evitar la quiebra de los bancos propiedad de sus correligionarios, a privatizar los bienes públicos con la consiguiente mengua de su calidad social, a seguir sumisamente la acción bélica del Imperio, a «recortar», en suma, todos los flecos de la manta con que se abrigan los débiles. El verbo «recortar» ya es de triste uso en manos del Gobierno, puesto que «recortar» significa «cortar o cercenar lo que sobra de una cosa». Y realmente ¿sobra algo a la población trabajadora española, que anda, una vez más, como alma en pena por unos rastrojos áridos? Yo diría más bien que el Sr. Rajoy no recorta sino que arrebata, que arranca, que hurta. Y así, teniendo en cuenta lo que de verdad hace el Gobierno, sí puede decirse, al menos de alguna forma, que lucha contra viento y marea, pues los súbditos de la Corona están que trinan, si he de hacer caso a lo que oigo.
Ha de reconocerse que el viento se ha convertido en huracán y las mareas, en tsunami. No hay semana en que los ciudadanos no anotemos una nueva pérdida en nuestra contabilidad ordinaria. Quizá estas pérdidas aparejen una ganancia para el mundo financiero del Estado, pero ese mundo vive en contra de toda la ciudadanía. El dinero institucional no está conectado con la vida diaria de los españoles, no circula por sus venas y, por el contrario, supone un riesgo de intoxicación para las masas. Cada vez que crece la recepción de esos caudales por el aparato bancario la vida del común va disolviéndose en penurias crecientes. Entre otras cosas el Sr. Rajoy ha instalado en el lenguaje una lógica sorprendente. Por ejemplo, a medida que España recibe dinero, caramente prestado además, vamos teniendo menos cosas en la vida diaria. La mecánica parece mágica y uno llega a la conclusión de que en este tipo de situaciones surge el héroe, que es el ser que acaba con cualquier expresión de normalidad y convierte la vida diaria en una selva poblada por monstruos ideológicos admirables. El Genocida dejó esa triste habilidad a sus seguidores.
Sin ánimo de jocosidad barata podría componerse, al menos para entender las barrocas retóricas electorales de los «populares», un diccionario «Rajoy-Español, Español-Rajoy». El significado tradicional de las palabras ha sido radicalmente vacíado por esta tribu de bustos parlantes. El mismo Rajoy acaba de proferir otro concepto verbal que obliga a plantearse por parte del oyente algo parecido a una aritmética de primeros auxilios para entendederas simples. El Sr. Rajoy ha vuelto a subrayar que «le desagrada imponer un ticket a las medicinas, recortar una mensualidad a los funcionarios, subir el IVA, el IRPF y las tasas escolares», pero que lo ha hecho «de una forma equitativa, para que quien tenga más pague más». Puro rococó. En la frase no es fácil hallar la frontera entre «lo más» y «lo posible», por ejemplo. Si los que tienen más tienen muchísimo, un impuesto más elevado que el que grava a los que apenas tienen nada, puede resultar ridículamente lesivo.
Sobre el ingreso de un millón anual de euros un impuesto del cuarenta por ciento deja libres seiscientos mil euros para el contribuyente rico. Si para el que gana veinte mil euros al año el impuesto sube al veinte por ciento hallamos que al contribuyente así grabado le quedan dieciséis mil euros, lo que supone una vida desgraciada si además ha de pagar ahora parte de su sanidad, mucha de su enseñanza, el encarecido transporte, las copiosas tasas municipales y otras gabelas que omito. Pues bien, a este tipo de tributación la llama «equitativa» el Sr. Rajoy, que como gallego de la jet-set galaica vende muy cara la vaca porque está forrada de piel de vaca.
El lenguaje que han horneado los «populares» está llegando a unos límites ante los que no se si apreciar más su desvergüenza moral o su radical ignorancia. Leía en los últimos días una serie de declaraciones del Sr. Basagoiti, del que no acabo de apreciar nunca bastante su impudicia, dedicadas a contrastar su profundo catolicismo con la calidad del que profesan obispos como monseñor Uriarte o monseñor Setién, de los que dice que se fueron de sus sillas episcopales sin pedir perdón por sus predicaciones a favor de la reconciliación de todos los que han sufrido violencia en Euskal Herria, sea del tipo que sea esta violencia. Conste que yo no dudo del catolicismo del Sr. Basagoiti, pues a los mejor en su familia han adquirido la bula de Su Santidad para comer carne en viernes o librarse de la condenación eterna.
Una abuela mía había adquirido una de esas bulas, aunque la verdad es que la carne que comíamos en su casa era penitencial. Conste, pues, que no dudo del catolicismo del Sr. Basagoiti. De lo que estoy seguro es de su nulo cristianismo si analizo las cosas que dice, entre ellas esa de que «a los populares les importa un bledo la situación de los presos de ETA enfermos». Entre los textos fundamentales que se atribuyen al Señor está aquella bienaventuranza en que bendice a los «que sufren persecución por la justicia». Decir que a un cristiano, y por tal se tiene el católico y atropellado dirigente del PP vasco, le importan un bledo los presos enfermos, estén encarcelados por la razón que sea, constituye una expresión blasfema contra la caridad o el amor que exige el Señor.
En otros tiempos incluso el Santo Oficio, esa institución tan apreciada hoy por las sectas reaccionarias de la Iglesia Romana a las que pertenecen tantos dirigentes del Partido ultraderechista, hubiera excomulgado al Sr. Basagoiti. Y digo esto como cristiano que no cree en excomuniones canónicas porque mi relación con Cristo es íntima y la ejerzo exteriormente mediante el compromiso con todos los que sufren. Supongo que el Sr. Rajoy habrá enviado una ofrenda en desagravio a Santiago Apóstol ante esta detestable barbaridad. En cualquier caso estamos ante dos tipos de héroe: el que machaca al pueblo en nombre de un triunfal porvenir ignoto y el que, héroe exiguo y manolo, se enfrenta nada menos que con su Dios para hacerle una rotunda pirula doctrinal.