Amable arias, el artista que se parece a la pura imaginación
Aterrizó en Donostia escapando de una infancia traumática y se puso a pintar criaturas de colores. Llegó sin saber apenas nada y terminó adelantándose a su tiempo. Nunca se guió por los gustos de la gente y fue fiel a los suyos propios. Maru Rizo cree que será imposible describir a su compañero, el artista Amable Arias, pero, según su criterio, una aproximación de lo percibido es suficiente para poder acercarse a su obra.
Nagore BELASTEGI
Amable se parece a la pura imaginación». Esa es la respuesta de Maru Rizo, la compañera del artista Amable Arias (Bembibre, León 1927-Donostia, 1984), ante la constante pregunta de «¿a qué otro pintor se parece?». Sus dibujos reflejan colores, seres identificables e inventados y realidades que se transforman en cosas que solo existían en su imaginación. Algunos de sus cuadros podrían recordarnos a varios artistas, pero al analizar su obra completa las similtudes se desdibujan.
«Solía dibujar personajes quiméricos, le gustaba romper con lo que ya estaba hecho», cuenta Rizo. Ella lo conoció mejor que nadie durante los años que pasaron juntos. «Su vida fue muy dura. Con 9 años tuvo un accidente en Bembibre y a partir de entonces llevó siempre muletas. Su padre era un maltratador y un facha. Era tan malo que parecía una caricatura». Amable recorrió varias ciudades, de operación a operación, hasta que un día frente a la catedral de Santiago de Compostela vio a un pintor. Aquella visión le trasmitió un sentimiento tan intenso que decidió que sería pintor. A los 23 años, ya en Donostia, se dio cuenta que, por sus circunstancias, apenas había acudido a la escuela y que no sabía nada. Aprovechó la biblioteca para aprender sobre temas diferentes, pero como no sabía por dónde empezar se guiaba por las fotografías que había en su portada. Poco a poco se fue convirtiendo en un hombre especial. «No era especialmente guapo ni rico, y toda la vida llevó muletas, pero atraía a las mujeres. Yo misma pensé que era diferente, y por eso me gustaba», afirma Maru Rizo sonriente.
Amable Arias perteneció al grupo de artistas Gaur, del que también eran miembros Eduardo Chillida, Jorge Oteiza, Remigio Mendiburu, Rafael Ruiz Balerdi, José Antonio Sistiaga, Nestor Basterretxea y José Luis Zumeta. Sin embargo, llama la atención que no llegara a ser tan famoso como sus compañeros. Es precisamente ahora cuando sus visionarias obras despuntan más. «Amable es como una bola de nieve y siempre irá a más», cuenta su compañera, que tiene más trabajo que nunca. Incluso ha tenido que posponer algunos proyectos porque no tiene tiempo.
Amable no vendía mucho, pero tampoco hacía obras para ser vendidas. Pintaba lo que quería, y eso se ve reflejado en su obra. A Rizo le hace gracia que en una exposición la gente vea sus cuadros y se pregunte «qué estará haciendo este artista tan interesante», porque Amable murió en 1984. «Estuvo adelantado a su tiempo. Quizá sea porque todos vamos aprendiendo paso a paso, y él tuvo que aprender de golpe», explica.
Y es que Amable era muy diferente a los artistas de su época. Nunca se enfrentaba a un lienzo en blanco, porque no lo adquiría hasta que no sabía qué iba a pintar en él. Tenía la cabeza llena de ideas y las reflejaba sobre cualquier soporte y con cualquier material. A pesar de morir joven, realizó obras en cuadros, papel y hasta cartones de tabaco y sobres, y utilizó tinta, óleo, pasteles -y el polvo que desprenden- y recortes para realizar collages. «Cuando creía tener una buena idea comprábamos la tela, a pesar de que el resultado final a veces variaba de lo que había pensado. Un día paseábamos por Alderdi Eder y, al ver los pensamientos que lo adornaban, se le ocurrió hacer un hombre con pensamientos cayéndole de la boca. Al pintarlo decidió que no haría las flores, pero aun así lo llamó `El hombre que comía pensamientos'. La gente que lo ve hace otra lectura: piensa que se refiere a los pensamientos de la cabeza, a las ideas», nos cuenta.
Maru Rizo siempre ha defendido la obra de Amable, pero no como su mujer (no se llegaron a casar porque no quisieron) sino como su compañera en la obra y en las aventuras. Además de posar «miles de veces» para el artista en sus retratos de desnudos, Rizo le traía cosas que podrían interesarle y hasta llegó a pintar varios fondos a petición de él, porque así se le ocurrían cosas diferentes.
Pero Amable no se limitaba a pintar. En una ocasión, poco antes de que falleciera, le propuso escribir su autobiografía, pero él prefirió grabarla. «Utilizó 28 cintas donde repasaba su vida y las de otros hasta que tenía 9 años. Tenía una memoria increíble». Siguiendo al formato sonoro, realizó unas grabaciones artísticas en las que Maru Rizo participó poniendoles voz a varios personajes.
Además, también escribía poesías de gran carga política. Su último libro publicado en vida, «La mano muerta», ha sido reeditado recientemente aunque ya está a punto de agotarse. Pero en la amargura y dureza de sus textos no podía faltar otro de los aspectos destacables de Amable: el humor, que pudo haber sido influenciado por su afición a leer tebeos cuando era niño. «Qué difícil es encontrar sentido del humor en los artistas, se ponen tan serios...», comenta Rizo dispuesta a enseñar una de las obras de su compañero más comentadas en la prensa. Dicha obra se encuentra en el Museo San Telmo de Donostia y se trata de un sobre en el cual hay dibujado un pelotari, y su pelota va directa al sello con la cara de Franco. Sin embargo, casi todos sus dibujos son más dulces e inocentes, a excepción de la colección «Homenaje a Puigmiquel» compuesta por unas ilustraciones antimilitaristas.
Toda la obra de Amable Arias está guardada en un estudio del barrio Egia. Un estudio que él nunca llegó a adquirir, puesto que siempre estuvo de alquiler. Actualmente Maru Rizo dedica su tiempo a ordenar, conservar, catalogar y digitalizar todos sus cuadros y poemas, para que quien sienta interés por su compañero pueda acceder a toda la información fácilmente. Una de sus cuentas pendientes es una serie de dibujos en papel semitransparente. «Es un papel tan delicado que si se toca mucho se estropea. Si alguien va al estudio a ver el cuaderno se lo enseño, pero no se lo dejo mucho tiempo. Me han dicho que lo escanee, pero entonces no se percibe el movimiento de las hojas. También me han propuesto grabarlo en vídeo, pero puede que a cada persona le guste más un dibujo que otro y no quiera dedicarle el mismo tiempo a todos. Se pierden las sensaciones», nos cuenta.
Al margen de esta colección que unos pocos afortunados pueden ver, existen miles de posibilidades de conocer de cerca la obra de Amable y poder así sorprenderse con lo actual de su obra. Maru Rizo es la única persona que podría contarnos cómo era Amable, aunque tal vez sus obras podrían relatar parte de su historia. Se ha esmerado en compartir una pizca de lo que Amable le dio pero si, como ella afirma, «es una bola de nieve que siempre irá a más», quién sabe si este hombre que creció como artista en Donostia, dejando atrás todas sus penas y transformandolas en un mundo imaginario de humor, será el artista que pintó el futuro del arte contemporáneo.
Entre las muchas técnicas utilizadas por el artista, la tinta japonesa marcó sus últimas obras. Durante los meses de 1983 Amable Arias se dedicó a pintar una treintena de figuras en papel. En lugar de sacar directamente de su imaginación seres inventados como hacía habitualmente, en esta colección se reúnen seres creados a partir de manchas formadas por tintas. El color, según narra Maru Rizo, entró en los cuadros de Amable a la vez que entró ella en su vida. Fue entonces cuando empezó a experimentar con las formas. La colección «Tintas japonesas y poéticas» está expuesta en la galería donostiarra Ekai Artelanak desde el pasado día 5 y permanecerá allí hasta el 31 de octubre.