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Empieza la lucha por capitalizar la histórica manifestación de Barcelona

Desde la Generalitat a la Moncloa y desde la ANC hasta la prensa internacional, pasando por la Comisión Europea, nadie se ha quedado indiferente ante la que ya ha quedado definida como la manifestación más grande en la historia de Catalunya. Una movilización que abre, sin duda alguna, un nuevo escenario en el Principat.

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Beñat ZALDUA

Con los pasos de cientos de miles de personas aún retumbando en las calles de Barcelona, los actores políticos no tardaron ayer en ponerse en la primera fila mediática e intentar barrer para casa algo del capital político reunido ayer en la capital catalana, testigo durante la Diada de la manifestación más multitudinaria de la historia de Catalunya.

Como no podía ser de otra manera, el president, Artur Mas, fue el primero en posar ante las cámaras y señalar, en tono solemne, que son «una nación que, para poder seguir siendo ella misma, pide un Estado». Pero pobre del que esperase del president -que no asistió a la manifestación ni recibió a la delegación de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) en el Parlament-, un posicionamiento nítido a favor de la secesión. Tras varios guiños a los manifestantes -«su voz era mi voz»-, Mas dejó, como de costumbre, todas las puertas abiertas: «Nada será fácil, pero todo es posible».

Tres son los conceptos que faltaron en el discurso de Mas, a cada cual más significativo: independencia, ANC y pacto fiscal. Pese a mencionar el «anhelo de libertad» y referirse en más de una ocasión a la posibilidad de convertirse en un nuevo Estado, el president evitó en todo momento utilizar la palabra independencia, concepto que parece que sigue siendo tabú en las altas esferas del Govern, pese a que la sociedad demostró ayer la normalidad con la que lo ha asimilado. La segunda ausencia en el discurso fue la de los organizadores de la marcha, la ANC, entidad que ayer se confirmó como sujeto político con un peso superior al deseado por el Govern. Solo así se entiende la omisión de Mas, que el día anterior reconoció implícitamente la importancia de la ANC al anunciar, por boca de la presidenta del Parlament, Núria de Gispert, que recibiría a una delegación de la Assemblea esta misma semana.

Y por último, la ausencia más remarcable: el pacto fiscal. Después de casi dos años de legislatura hablando de la nefasta financiación del Principat -lo que le ha servido, en parte, para aplacar la ira social e ir colando recortes más duros que los del Estado-, el pacto fiscal desapareció del discurso gubernamental como por arte de magia. Pese a que, ante las preguntas de los periodistas, Mas señaló que sigue siendo su principal objetivo, la omisión en el discurso refleja que, aunque no lo comparta, captó el mensaje de la manifestación: con pacto fiscal no hay suficiente, lo que los manifestantes pidieron ayer es la independencia.

En resumen, barrer para casa e intentar enlazar la manifestación con el concepto de «transición nacional», ambigua fórmula utilizada por Mas durante la campaña electoral que le llevó a la presidencia. Como detalle, una velada referencia a la posibilidad de un adelanto electoral: «todo el mundo tiene en la cabeza que pueden ser antes». Eso sí, ante la pregunta de si el próximo programa de CiU incluiría el referéndum sobre la independencia, silencio.

Si antes ya lo era, la necesidad de posicionarse respecto a la cuestión nacional es, después de la manifestación del martes, inevitable. De esta manera se van dibujando los bloques que, más pronto que tarde, colisionarán en la arena política catalana. Sobre ERC y Solidaritat, no hay duda de que seguirán empujando el proceso de secesión, intentando, a golpe de titular, acoger a los sectores cansados de la ambigüedad de CiU. El presidente de Esquerra, Oriol Junqueras, aseguró que Catalunya tiene «la mayoría para ganar un referéndum», mientras que Solidaritat retiró ayer la bandera española del Parlament y anunció que presentará en el hemiciclo una declaración formal de independencia. Por su parte, el secretario general de ICV, Joan Herrera, mantuvo el compromiso de los ecosocialistas con el derecho a decidir, al tiempo que marcaba perfil propio criticando el discurso de Mas: «No se puede hablar de estructuras de Estado mientras de desmonta el Estado de bienestar».

El premio a la indefinición se lo lleva, una vez más, el PSC, partido en el que la fractura no hizo más que acentuarse tras la Diada. Mientras cabezas visibles del sector catalanista, como los diputados Ernest Maragall o Marina Geli, y el alcalde de Lleida, Àngel Ros, participaron en la manifestación de la ANC; el primer secretario de los socialistas, Pere Navarro, insistió en la quimera de una «reforma federalista» del Estado español. Para acabar de adobar el polvorín socialista, el presidente de su fundación, Albert Aixalà, abogó ayer por convertir el PSC en «el principal partido que articule los contrarios a la independencia». Todo servido, por lo tanto, para la enésima y cruenta batalla en el seno del socialismo catalán.

Quien tiene claro su lugar en el escenario de confrontación que se abre en Catalunya es el PP. Por si alguien dudaba, la secretaria general de los populares catalanes, Alicia Sánchez-Camacho, reiteró ayer sus amenazas de romper relaciones con CiU, señalando que no puede pactar con un Govern que «solo se preocupa por el pacto fiscal y la independencia». Tanto CiU como el PP han demostrado sobradamente su flexibilidad en la cuestión nacional a la hora de aprobar los recortes -tanto en el Principat como en el Estado-, pero de hacerse efectiva la amenaza del PP, el cerco se estrecharía todavía más sobre el Govern, que no podría aprobar unos presupuestos que, inevitablemente, comportarán nuevos recortes.

Eso en Catalunya. A nivel estatal, el Gobierno intentó jugar -torpemente- a quitar importancia a la movilización. Mientras el presidente, Mariano Rajoy, repitió una vez más la jugada del avestruz, la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, se limitó a declarar que hay que «mirar las cosas con cierta frialdad» y trabajar «todos juntos» para salir de la crisis. El análisis más lúcido dentro del PP lo realizó probablemente la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, quien señaló que la manifestación fue «una demostración muy clara» de la necesidad de reformar el Estado de las Autonomías. Claro está que su reforma no sería la reclamada por los cientos de miles de catalanes durante la Diada.

Pero para declaraciones sorprendentes, las del secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, que de la noche a la mañana cambió el discurso de su partido para pedir, ahora, la «plenitud máxima» del Estatut y pactar un nuevo modelo de financiación. Los años de atleta quedan ya lejos y el líder de la oposición española llega esta vez un poco tarde. Uno de los aspectos más trascendentes de la histórica Diada fue, sin duda alguna, la repercusión internacional de la movilización. Desde la `BBC', hasta `Al Jazeera', pasando por «The New York Times», «Le Monde» o «Financial Times», medios de todo el mundo encabezaron su información con el reclamo de independencia de cientos de miles de catalanes. Algo que, por cierto, no hizo en el Estado el telediario de TVE, lo que ha generado la queja, entre otras, del Consejo Asesor de RTVE en Catalunya.

A nivel institucional, las reacciones más importantes se dieron a nivel europeo. Durante la Diada, el portavoz de la Comisión Europea (CE), Olivier Bailly, advirtió de que la independencia comportaría la salida de Catalunya de la Unión Europea, pero ayer, el vicepresidente de la CE, Joaquín Almunia, matizó las declaraciones, calificándolas de «precipitadas». Horas más tarde, el propio Bailly rectificaba sus palabras, señalando que la secesión del Principat no es cosa de la CE y que debería resolverse «internamente». Al mismo tiempo, varios diarios catalanes citaban fuentes de Bruselas según las cuales el Estado español estaría presionando para evitar que el tema catalán se pusiese sobre la mesa. Se puede y se debe debatir sobre la necesidad de que una Catalunya independiente se integre o no en una Unión Europea como la actual, pero que los máximos referentes de la institución europea tengan el tema en su agenda política es, sin duda alguna, uno de los triunfos de la movilización de la ANC.

Una Assemblea que en las próximas semanas deberá marcar perfil propio para evitar ser instrumentalizada por una clase política ávida por adueñarse del capital político desplegado el martes en Barcelona. Algo que podría pasar por comenzar a elaborar un discurso político más allá de la reclamación de la independencia, preguntándose si el Estado español ha fracasado por ser español o por tener un modelo económico y social condenado al fracaso.

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