Las protestas contra las embajadas se extienden en el viernes de oración
Si el objetivo del autor o autores, y de los promotores del libelo contra Mahoma era provocar la ira del mundo musulmán, lo han conseguido. Al menos siete personas -dos en Túnez, tres en Jartum y una en Trípoli (Líbano) y una más en Egipto - murieron y decenas resultaron heridas ayer las protestas que se extendieron desde Marruecos y los países musulmanes africanos hasta India e Indonesia, sin olvidar el polvorín de Oriente Medio.
Dabid LAZKANOITURBURU | DONOSTIA
Cierto es que la jornada de ayer, día de oración musulmán, era de alto riesgo. Pero el balance, aún abierto, de los enfrentamientos y de la represión de las protestas no augura nada bueno para los próximos días. Menos si tenemos en cuenta que asciende ya a 15 el balance de víctimas mortales de esta crisis provocada por la difusión a través de internet y de la traducción al árabe de un tráiler de escasos minutos de la película considerada ofensiva con el islam y el profeta Mahoma.
Las protestas por la publicación en setiembre de 2005 de una docena de caricaturas de Mahoma en un diario danés dejaron un saldo de más de un centenar de muertos en varios países. Pero la diferencia la marca el momento político, en pleno proceso de reposicionamiento geoestratégico como consecuencia de la Primavera Árabe.
La crisis supone un duro golpe para la Administración Obama y su intento, ya desde la llegada del actual presidente a la Casa Blanca, de recomponer sus relaciones con el mundo musulmán. Lejos queda el discurso de Obama en la Universidad Al-Azhar de El Cairo en el que propuso «un nuevo comienzo» tras una década marcada por los ataques del 11-S y las invasiones de Irak y Afganistán.
Porque, frente a lecturas simplistas, no cabe duda de que el prestigio de EEUU en el mundo árabe y, por extensión en la umma (comunidad mundial) musulmana, sigue bajo mínimos. Y si el objetivo de la difusión de la película iba más allá e incluía poner en un brete al primer presidente no WASP (blanco, anglosajón y protestante) de la historia de EEUU, quienes están detrás pueden sentirse satisfechos.
Pero no es el único que se topa, en este caso, con problemas. Las revoluciones árabes han alumbrado una nueva situación política con la emergencia o con la llegada al poder de gobiernos islamistas. Y estos se encuentran entre la espada y la pared, obligados a mostrar una posición firme contra la «blasfemia» para no perder apoyo electoral pero necesitados de lograr un difícil equilibrio y no enemistarse con Washington y con Occidente.
El caso de los Hermanos Musulmanes egipcios es sintomático. Obligados a apoyar las protestas, sus dirigentes han lanzado mensajes contradictorios. Su difícil posición equidistante no ha pasado desapercibida en Washington y en el Congreso ya empiezan a oírse algo más que voces para que EEUU retire sus subvenciones anuales y le niegue un préstamo de 1.000 millones de dólares que está en proceso de negociación.
Bajo la fina cuerda en la que el Gobierno del islamista Mohamed Morsi hace peligrosos equilibrismos se hallan, sin duda, a la espera, los salafistas, que en las legislativas del año pasado se convirtieron en segunda fuerza electoral logrando el 25% de los votos. El terreno electoral de ambas tendencias islamistas es el mismo y la pragmática cofradía no puede permitirse el lujo de perder pie. Los salafistas son fuertes en las zonas depauperadas.
Pero si tenemos en cuenta a los que participan en estos disturbios, por lo menos en El Cairo, es evidente que la autoría de las protestas va más allá de los que propugnan una visión rigorista y asistólica del islam. Jóvenes urbanos descalzados se han sumado a las protestas y las imágenes recuerdan por momentos, que no por la magnitud, a algunas escenas en la plaza Tahrir.
Distintos escenarios
Para analizar las protestas hay que tener, sin embargo, en cuenta la situación de cada país. El caso de Libia -que inauguró la lista de muertos con el ataque con armamento pesado a la Embajada estadounidense en Bengasi- es comparable, con matices, al egipcio. Pese a los intentos de imputar la muerte del embajador y otros tres estadounidenses -dos de ellos miembros de las fuerzas especiales del Ejército- a sectores gadafistas, el nuevo Gobierno de Trípoli cejó ayer y apuntaba a Al Qaeda, en un intento de vincularlo con el 11-S. Todo apunta a la autoría de alguna milicia islamista de las muchas que siguen sin desarmarse.
En Sudán, a la ira musulmana se le ha podido sumar las ganas de revancha contra EEUU de parte de la población de un Estado que ha sido señalado por Washington como parte del histórico «eje del mal» y que se ha visto desmembrado por un proceso de secesión del Sur pilotado por Occidente.
El caso yemení guarda paralelismos tanto con Egipto como con Sudán. A la fuerza del islamismo político hay que sumarle el hecho de que fue EEUU el que, junto con Arabia Saudí, forzó una transición que truncó la revolución y ha dejado al país en una situación de peligroso impasse.
Y es que, frente a interpretaciones eurocéntricas, lo que ha quedado demostrado tanto en los procesos electorales como en la realidad de los países árabes que se han sublevado, con éxito o sin él, es que la llamada Primavera Árabe fue cualquier cosa menos un levantamiento en clave occidental.
La ira contra los viejos regímenes árabes incluía en todo caso a los que, desde Washington a Berlín, los apoyaron durante décadas en la represión y el sometimiento de la población.
Una ira larvada -en la que el siempre presente drama palestino tiene una posición predominante- que explica, aunque no justifique, los actuales sucesos. Porque la negativa a explicar un suceso, por dramático que sea, es siempre la antesala a la justificación de posteriores y mucho más graves excesos.
Mientras ante las embajadas estadounidenses de países de mayoría musulmana los manifestantes gritaban «Obama, Obama, todos somos Osama», en referencia a Osama Bin Laden, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, advertía de que «la justicia caerá sobre quienes ataquen a estadounidenses», tras las agresiones sufridas en los últimos días por varias representaciones diplomáticas de EEUU y que han costado la vida a cuatro ciudadanos de ese país. Obama acudió a la base de la Fuerza Aérea Andrews, en Maryland, para recibir los cuerpos de los fallecidos, entre ellos su embajador en Libia, Christopher Stevens. Además, en el asalto del martes al consulado en Bengasi murieron un funcionario y dos ex miembros de las fuerzas de élite Navy SEAL que trabajaban en una misión de Inteligencia. El Departamento de Estado informó de que está reforzando la seguridad de sus embajadas en Oriente Medio y África, mientras la secretaria de Estado, Hillary Clinton, afirmó que Estados Unidos «no tiene nada que ver» con el vídeo que ha desatado la ira del mundo musulmán. GARA
La Casa Blanca negó haber tenido información de inteligencia que alertara de un inminente o planeado ataque contra su consulado en Bengasi, según había publicado el diario «The Independent», citando fuentes diplomáticas.
El tráfico aéreo se reanudó ayer por la tarde en Benngasi, en el este de Libia, después de haber sido suspendido desde el jueves por la noche por razones de seguridad.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, condenó «la película llena de odio que parece haberse diseñado deliberadamente para sembrar la intolerancia y el derramamiento de sangre» y que ha provocado unos ataques que, aseguró «nada los justifica».