El jugar y haber marcado contra el Espanyol, además de la vuelta al equipo, supuso para Llorente el retorno al escaparate mediático en la forma en que más cómodo se siente, dialogando con los medios de ámbito estatal y manteniendo silencio ante los locales, curiosamente los que transmiten el mensaje a quienes de verdad esperábamos escucharle. Sus explicaciones, justificando su postura, esa que le ha situado en un callejón sin salida por las gestiones de su representante y hermano, se movieron en una medida ambigüedad que posibilita a algunos seguir presentándole como víctima de no se sabe muy bien qué y a otros alimentar las esperanzas de una renovación que parece una quimera.

Su comparecencia más complicada, con todo, la tuvo cuatro días después, en San Mamés y contra el Hapoel, partido en el que se esperaba el plebiscito que permitiera calibrar si su aportación deportiva compensaría la división en la grada. En una Catedral con media entrada, los pitos, minoritarios y con epicentro fácilmente identificable, fueron superados por aplausos que sonaron algo forzados.

Su rendimiento, alejado del que se supone debe dar un delantero que aspira a firmar un contrato que se mueve en parámetros de crack, se ve afectado por la presión a la que está sometido por lo extradeportivo y por la competencia de un Aduriz cuyo retorno no está resultando baldío. De haberse producido antes, además de la incógnita sobre la influencia que hubiese podido tener Aritz en mejorar los logros deportivos de la pasada campaña, cabe plantearse si no podría haber servido para presionar al de Rincón de Soto con objeto de lograr la renovación antes de su deseada participación en la Eurocopa. Porque la herida sigue abierta, por mucho que intente vestirse de normalidad la vuelta al césped del nueve.

A medida que llegue enero, además, la presión aumentará para un jugador necesitado de partidos y goles que le permitan seguir en las agendas de los clubes que dicen pretenderle. Cada gol marcado o fallado ahondará el debate de si debe el Athletic permitirse el lujo económico y deportivo de dejarle en la grada o es más adecuado utilizar deportivamente al jugador para intentar alcanzar éxitos que fortalezcan al club.

Lo más inteligente parece lo segundo, aunque cueste ponerlo en práctica en una entidad que se siente, que se vive con el corazón, como se demostró el pasado domingo con el homenaje al `Txopo', ese del que todos los aficionados zurigorris desde nacimiento sabemos que es cojonudo, y que volvió a dar una lección de humildad, de lo que es ser y sentirse Athletic, de que se puede pasar a ser leyenda vistiendo de rojiblanco y abrírsete todas las puertas del mundo del fútbol para no tener necesidad de saltar vallas.