Mikel INSAUSTI

Emily Tang denuncia la situación de la mujer en China, señalándola como la principal perjudicada del control demográfico. Para las familias humildes la medida por la cual no podían tener más de un hijo, hacía que quisieran que ese  único descendiente fuese de sexo masculino, convencidos de la mayor productividad de los hombres sobre las mujeres. Siempre en clara desventaja, la esterilidad femenina ha pasado a ser tomada como una lacra social, más aún en las pequeñas comunidades rurales.

 

La realizadora de “Perfect Life” echa mano en su tercer largometraje de un tono costumbrista, que le sirve para remarcar las diferencias existentes entre la China agraria y la urbana, con las dificultades que entraña para la gente del campo progresar en su éxodo hacia las grandes ciudades.

El modo en que Tang plantea dicho paulatino desplazamiento es decididamente melodramático, debido a que un accidente de tráfico cambia las vidas de dos familias vecinas, tanto en cuanto la que ha perdido al niño de la casa les reclama otro igual o parecido que le reemplace a quienes consideran responsables.

 

El conflicto en sí queda desarrollado nada más comenzar la narración, por lo que el resto del metraje se alarga mediante el seguimiento del embarazo que dará a luz a ese otro hijo de sustitución. Se trata, por tanto, de una anécdota muy breve y sencilla, que habría encontrado mejor acomodo en un corto. Si no, la parte inicial del pleito debería  durar más a fin de compensar la falta de consistencia de lo que sigue a continuación.