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60 DONOSTIA ZINEMALDIA

«Siempre he sido un indignado»

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Javier Krahe

Músico y cantante

El próximo sábado 29 Javier Krahe actuará en el Teatro Campos Elíseos -curiosamente, ese mismo día también se citan en Bilbo Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat-. La espigada figura de Krahe también ha sido vista en Donostia; la excusa es la proyección en el marco del Zinemaldia del documental que en el año 2005 Ana Murugarren y Joaquín Trincado le dedicaron.

Koldo LANDALUZE | DONOSTIA

Sus ojos de pícaro le delatan y sus versos certifican su discurso irónico, ácido pero no exento de ternura ocasional. Su leyenda comenzó a fraguarse con aquel mítico disco que grabó junto a Joaquín Sabina y Alberto Pérez en el Café La Mandrágora en 1981. A partir de ese instante, se fraguó una crónica de encuentros y desencuentros con Sabina que tuvo una de sus escenificaciones más concluyentes cuando Sabina grabó un directo en el Teatro Salamanca de Madrid los días 14 y 15 de febrero de 1986. En aquel recital le acompañaban Luis Eduardo Aute, Javier Gurruchaga y Javier Krahe.

Este último cantó «Cuervo ingenuo», la que ha sido considerada como su única canción política y en la que criticaba las primeras gestiones del Gobierno de Felipe González. El concierto fue retransmitido por TVE y, cuando Krahe comenzó a cantar «Cuervo ingenuo», las cámaras dejaron de grabar. Este censura supuso un freno en la carrera de Krahe: se acabaron las contrataciones por parte de los ayuntamientos y y ya no pudo grabar la canción en disco propio. Dos años después, regrabó sus canciones con el sello Lolipop, su primera discográfica independiente.

«Calcúlese un Cristo ya macilento para dos personas. Se le extraen las alcayatas y se le separa de la cruz, que dejaremos aparte. Se desencostra con agua tibia y se seca cuidadosamente». Así comienza el corto que Javier Krahe y Enrique Seseña rodaron en el 77 y que, recientemente, tuvo un gran eco mediático debido a la denuncia que interpuso contra el cantante -a Krahe le resulta fea la palabra «cantautor»- el centro jurídico Tomás Moro.

Envuelta en un tono pausado, la voz profunda de quien cantó aquello de «La hoguera», nos redescubre con alevosía y nocturnidad algunos de sus pasajes vitales y creativos.

¿Por qué Marieta ya no va a los concierto de Joaquín Sabina?

(Ríe) Lo malo es que sí va pero ya se arrepentirá algún día. El mecanismo de esa canción, que fue compuesta por George Brassens, está basado en la perpetua frustración que provoca esa tal Marieta. Hace tiempo que no canto esta canción, pero en las diversas versiones que hacía de ella, Marieta también se iba a conciertos de Luz Casal o Tam-Tam Go. Es lo que tenía de divertido esta canción: ella no venía a verme porque hasta yo mismo me aburriría si fuera a mis propios conciertos. Las flores para Marieta se siguen marchitando...

¿Cual es la receta alquímica para mantenerse tanto tiempo en la brecha?

Lo ignoro, en serio. Es algo ajeno a mí y es algo a lo que no le tengo presto excesivo interés. En realidad, no hago nada especial, me limito a subirme al escenario y agradecer a mucha gente que mis composiciones les sigan aportando algo. Si no voy mal encaminado creo que son tres las generaciones que siguen tarareando mis canciones. Visto desde la distancia resulta muy curioso porque, cuando yo comencé en esto, mis metas no iban más allá de dedicarme a cantar no más de cinco años y si la cosa no funcionaba pues me dedicaría a otra cosa. Pero creo que me equivoqué en los cálculos...

A lo largo de este periplo, es evidente una progresiva evolución en su método creativo.

Claro, es algo lógico e incluso coherente. Creo que antes mi tono era más áspero, más evidente. En cambio, ahora me considero más reflexivo.

Canadá supuso para usted un capítulo muy determinante en su vida.

Después de estar trabajando durante tres años en una agencia de publicidad, decidí hacer las maletas y largarme a Canadá. Allí conocí a fondo todo lo que hoy supone para mí la música de George Brassens. En el Estado español tenía algunas referencias de él, sobre todo las que me transmitieron mis hermanas cuando me dijeron que en el Estado francés había un tipo que no paraba de soltar tacos mientras cantaba. Dediqué tres meses completos de mi estancia en Canadá a descubrir el significado de sus canciones y me quedé fascinado con lo que decía este hombre. Fruto de aquella estancia en Canadá tuve otro encuentro sonoro con alguien al que he también tenido en cuenta, Leonard Cohen.

En Canadá parece que también tuvo un flechazo definitivo con el cine.

Antes me gustaba, pero allí tuve mucho tiempo para disfrutarlo y aprender. Solía ir tres o cuatro veces al día. Pretendía absorber todo lo que veía en la pantalla: actores, directores, cómo enfocaban la cámara, la fotografía, la música... eso es algo que he perdido con el tiempo pero entonces lo disfrutaba de esa manera. El cine fue y será para mí una muy saludable ventana de escape. Además, no hay que olvidar el elemento erótico que siempre acompaña al cine. Yo creo que es la más erótica de todas las artes, porque rara es la película que no contiene un elemento erótico.

¿A usted le gustan las distancias cortas?

Soy feliz cantando en garitos o teatros pequeños. Me gusta sentir ese contacto casi directo con la gente que te está escuchando. No me van los grandes escenarios. Prefiero terminar el concierto, acercarme a la barra y, de repente, que alguien se acerque y me comente cosas relacionadas con lo que ha escuchado. Es curioso, no sabía que había influido tanto en las vidas de los demás.

Un tribunal anunció que usted no es un «blasfemo». ¿Se siente decepcionado?

¡En absoluto! (Ríe) gracias a esa sentencia me he librado de una buena condena económica. Sinceramente, todo aquello me sobrepasó. No podía terminar de creer que en pleno siglo XXI hubiera estos resquicios inquisitoriales y por algo que hice hace ya mucho tiempo. Me sentí muy arropado por mis amigos, pero estoy convencido de que quienes me acusaron de blasfemo, volverán a la carga en breve.

¿Qué siente usted cuando abre un periódico o pasea por la calle?

Decepción. No me gusta lo que veo o leo en los periódicos. No me gusta este modelo de sociedad que intentan imponer. Creo que es obligatorio sentirse indignado. En realidad, creo que nunca he dejado de sentirme un indignado.

«No creo que vuelva a cantar con Sabina; su rollo es diferente al mío»

¿Cómo dio comienzo su periplo artístico?

De manera indirecta. Las canciones que tenía compuestas se las enviaba a mi hermano Jorge y él les daba forma definitiva en el escenario, cuando las cantaba. A él le apasionaba Bob Dylan... yo no entiendo a Dylan ¿Cuántos años lleva predicando que la respuesta está en el viento? ¡Y todavía cuánta gente no sabe qué demonios es esa respuesta que está soplando en el viento! Yo, al menos la desconozco. Bueno, el caso es que mi hermano tocaba muy bien la guitarra y, sobre todo, cantaba muy bien. Un día le sugerí que pusiera música a mis letras y aceptó. El principal motivo por el que comencé a cantar fue la diversión y creo que todavía mantengo esa excusa.

Su primer contrato profesional fue con una gran compañía discográfica.

Sí, la CBS. Tenía treinta y pico años y los que allí mandaban rondaban los veinte. Mucho compañeros me advertían de lo incomprendidos que se sentían cuando trabajaban con esta gente tan joven. Si ellos decían que debían ir vestidos o peinados de tal forma, tenían que cumplir las órdenes. A mí no me complicaron mucho la existencia, quizás era demasiado mayor. En CBS grabé «Valle de lágrimas» (1980), «La Mandrágora» (1981) y «Aparejo de fortuna» (1984) pero para entonces ya estaba fuera de la CBS. «La Mandrágora» fue un disco que funcionó muy bien pero todo concluyó cuando la compañía me llamó para que Joaquín Sabina, Alberto Pérez y yo fuéramos a cantar a uno de esos especiales de Nochevieja. Me negué a ir porque los tres que habíamos participado en el disco nos acabábamos de separar. Ellos insistieron en que volviéramos a reunirnos y volví a repetir mi negativa, total que me echaron. Al año siguiente cambiaron la jefatura de la compañía y el nuevo director me ofreció grabar otro disco. Hice «Corral de cuernos» (1985) y entre las canciones incluí una que se titulaba «El hombre, el oso y el madroño» pero decidieron quitar el final de la canción. El motivo de esta censura fue que la letra incluía en un párrafo que decía «Tú pásame la china, que vamos a fumar aquí en la capital» el estribillo iba acompañado por el ritmo de «La Verbena de la Paloma». Aquello, como se suele decir, fue la puntilla.

¿Le molesta que todavía hoy en día le sigamos preguntando por «La Mandrágora»?

Un poco sí. No voy a negar que fue un trabajo que tuvo una gran repercusión, pero es un disco que ya lo tengo muy apartado. En cierta ocasión me sorprendió escucharlo en mi propia casa. Cuando entré en el salón, descubrí que había sido mi hija la que lo había puesto. Cuando le pregunté por el motivo, ella me respondió que le habían dicho en el instituto que ese disco era muy divertido. Fueron tres años muy interesantes y divertidos, disfrutamos con aquella etapa pero ya se acabó. No creo que vuelva a cantar con Joaquín Sabina porque su rollo es diferente al mío. K.L.

«Esta no es la vida privada de Javier Krahe»

A lo largo de los 85 minutos de «Esta no es la vida privada de Javier Krahe», nos adentramos en las vivencias y obra de un artista por el que no pasa el tiempo y que vive ajeno a los lastres que suponen las ataduras a la industria. En este documental, que fue rodado en 2005 por Ana Murugarren y Joaquín Trincado, acompañamos a Krahe en las más de 70 actuaciones que realiza al año. También redescubrimos fragmentos como su polémica actuación junto a Sabina contra la OTAN y que recoge el tema que dedicó a Felipe González, o el súper 8 «Sobre la Cristofagia» que tanta polémica levantó. «Básicamente -señala el propio protagonista- el espectador va a encontrarse con un hombre ya mayor que sigue divirtiéndose con lo que hace y al que le gusta estar acompañado de sus amigos. En momento alguno me sentí incómodo cuando se rodó este documental, porque también considero amigos a quienes lo realizaron». El largometraje ha sufrido una inusitada persecución y acoso, centrado en la figura de Krahe, por supuestas ofensas a la religión. El último juicio tuvo lugar el pasado mayo, donde las acusaciones fueron desestimadas y él absuelto. Su pase en Zinemaldia se ha convertido en un homenaje, no solo a Javier Krahe, sino a la libertad de expresión. K.L.

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