CRíTICA: «Salvajes»
Seguimos fumando y haciendo películas de traca
Mikel INSAUSTI
No voy a negar que me he divertido a ratos viendo «Salvajes», pero es una película muy descontrolada en su errático desarrollo y con una resolución bastante penosa y patética. Oliver Stone ya no es el provocador que era, pero sigue teniendo una querencia por el mundo de la droga y sus efectos, algo que convierte sus creaciones en excéntricas dentro del cine comercial. Su visión del narcotráfico actual es como una extensión de su reciente secuela de «Wall Street», por tratarse siempre de negocios sucios. Aquí hay un cartel mexicano al que se le llega a definir como el Wall-Mart (supermercado) de las sustancias ilegales, y a sus hipotéticos socios gringos como a los encargados de llenar las estanterías del pasillo destinado a la marihuana.
La guerra fronteriza de Stone sólo puede ser calificada de confusa y caótica, un todos contra todos en el que la traición es la moneda de cambio corriente. Aún así, veo más unilateralidad en el bando mexicano, que son malos y punto. Por contra, los gringos presentan matices, de acuerdo con la propia personalidad contradictoria del cineasta: mitad budista (yin), mitad excombatiente (yang). Dicha bipolaridad la traslada a la relación entre los dos chicos de Laguna Beach que rentabilizan sus plantaciones. Está el pacifista que se cuestiona la necesidad de matar, mientras su colega prefiere poner en practica los métodos letales aprendidos en el ejército.
La perspectiva norteña se impone desde el principio, toda vez que la narradora es la chica cuyo amor es compartido por los dos jóvenes protagonistas, una víctima propiciatoria como materia de canje a la hora del secuestro. Si esto fuera realmente de salvajismo como prometen el título y la publicidad, el relato debería corresponder al lado sureño, e impactaría más de haber sido puesto en boca del personaje de Salma Hayek, inspirado en la Tura Satana de Russ Meyer. La megavillana azteca se ve perjudicada por el tono de culebrón maternofilial que le toca soportar, así como por un doble final a gusto del consumidor, que puede elegir entre drogas blandas y duras.