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José Miguel Arrugaeta | Historiador

El gran dictador

El genial Charles Chaplin, en una escena antológica de su película «El Gran Dictador», representó a Adolfo Hitler, en su ensoñación de gobernar el planeta, jugando con la bola del mundo como si fuese un globo. Hoy en día una fuerza mucho más poderosa, transnacional y destructiva que el nazi-fascismo, pretende jugar con nosotros y nuestro futuro, se trata del capital financiero internacional.

Nos cuentan que hay una gran crisis económica internacional, y es a partir de este supuesto que se exige a diversas poblaciones, sobretodo europeas, ajustes y sacrificios en sus niveles de vida, trabajo, expectativas sociales. Las políticas que nos proponen como alternativa única e indivisible se repiten con sospechosa unanimidad, una especie de café amargo para todos, bueno, para casi todos: Pérdida de valor salarial, precariedad laboral, privatizaciones, aumento de impuestos al consumo, reducciones de programas de ayuda social, afectaciones sustantivas en educación y salud, cuestionamiento de los sistemas de jubilación...En resumen el plan parece consistir en acabar con más de ciento cincuenta años de conquistas sociales europeas, en la lucha del trabajo contra el capital. A esto antes se le llamaba «lucha de clases» y ahora se llama exactamente igual. Al tiempo que nos apremian, amenazan o intentan persuadirnos para que nos apretemos los cinturones sin medida, nadie consigue explicarnos (por la sencilla razón de que es imposible) como reduciendo drásticamente las expectativas económicas de la mayoría de la población se consigue reactivar la economía.

Lo más curioso es que a menos que el mundo se reduzca a Europa, los EEUU y algunos de sus aliados, no existe «una crisis económica internacional» pues una parte superpoblada del planeta (China, India, el Sudeste Asiático, América Latina y hasta África) muestra datos positivos y estables de crecimiento aunque, eso sí, sus dinámicas se vean lastradas por la contracción de la economía «occidental» (el mayor mercado comprador del mundo) y su loca política de emisión constante de dinero, nadie sabe con qué respaldo real, lo cual provoca un aumento permanente, y especulativo, de precios y servicios. Y si he dicho «especula- tivo» resulta obligado detenernos un momento en el término, pues especular es palabra clave en el negocio este que se han montado.

Lo que para ustedes es una crisis real, con todas sus consecuencias, para ellos, el capital financiero internacional, es una oportunidad única de concentrar poder y enriquecerse hasta el infinito. Prestan dinero a bancos y gobiernos, pero no para mejorar la «econonuestra» sino la suya, o sea garantizar el cobro puntual de intereses y deudas. «Rescatan» países llevándose de nuevo lo invertido, «secuestrando» por el camino las riquezas, el presente y el futuro de poblaciones enteras. Un negocio redondo donde además solo sobreviven los más fuertes, en un proceso que técnicamente se llama «concentración del capital», pero ahora lo hacen en grado superlativo.

Para que vean que no son obsesiones mías, ni me dejo llevar por tener el corazón a la izquierda y la sangre roja, para muestra un botón: Ochocientas personas en el mundo acumulan, ellas solas, fortunas y valores por un monto de 2,5 billones de dólares (he escrito bien, es decir millones de millones). Ochocientas personas con rostros, sin distinciones de origen, nación o religión, con intereses en todos los sectores que se puedan imaginar, para quienes su única patria verdadera es la acumulación de dinero y poder en cantidades astronómicas, yo diría más bien obscenas.

El movimiento «Ocupemos Wall Street», los indignados norteamericanos, dice que en su país el 1% de la población posee el 90% de la riqueza, yo creo que si llevamos las cuentas a nivel internacional, se quedan bastante cortos. Podría usar otros datos como que el 90% del capital que se mueve diariamente, casi un billón de dólares, no tiene nada que ver con la economía real, y es meramente especulativo, o que los EEUU tienen una deuda de 16 billones de dólares, impagable e incobrable, y curiosamente nadie acude a su rescate (al gendarme hay que pagarle por su trabajo). Datos como estos en realidad son lo que sobran, y solo cuando uno los relaciona adecuadamente se da cuenta de la magnitud del momento.

Una buena muestra del poder de este capital financiero es que ustedes habrán oído hablar, cada vez que hay cumbre de «países ricos», de medidas que se están analizando y que nunca acaban de a concretarse. Son apenas tres decisiones elementales: Aumentar los impuestos a los más ricos, ponerle una modesta tasa al «capital golondrina» (que es ese especulativo), y tomar medidas en contra de los paraísos fiscales, que es donde este capital-vampiro se resguarda, enmascara y prepara sus fechorías. Si esperan que alguna de estas medidas, justas y lógicas, se concrete busquen una cómoda silla donde esperar. La razón es sencilla, este capital financiero, concentrado en cada vez menos manos, es quien manda y gobierna, y los representantes de los más importantes estados del mundo (qué partido gobierne es cada vez más intrascendente) apenas actúan como portavoces y representantes de sus amos.

Como si durmiesen juntos y estuviesen conectados por un cordón umbilical los economistas orgánicos, gobiernos y entidades financieras internacionales realizan esfuerzos ingentes «en confundirnos con harta palabrería», como diría la cantautora Violeta Parra, y para ello apelan cada vez con más insistencia al término confianza, que al parecer se ha convertido en la nueva herramienta milagrosa de la economía política. Si estos apóstoles del capitalismo extremo hablan de confianza creo que es prudente, higiénico y saludable aplicar sistemáticamente su antónimo, es decir la desconfianza, sobre todo lo que nos cuentan, como una manera para poder entender mínimamente, y guiarnos básicamente, en esta situación global de «crisis» del sistema de explotación que sufrimos.

Sin embargo pensar el mundo en qué vivimos desde ángulos «desconfiados» requiere pedirles a nuestros estudiosos, economistas y especialistas (que yo denominaría de manera general como anti-sistema) un esfuerzo extra en la labor de divulgar sus conocimientos y análisis de manera lo más comprensible posible para todos, y poder actuar así, consecuentemente, a favor de nuestros propios intereses. Un buen ejemplo de esto a lo que me refiero puede ser el manual «Historia económica de la Historia» que acabo de leer, en donde su autor, aparte del repaso general de las formaciones económico-sociales que ha conocido la humanidad, le mete el diente con certeza y claridad a la etapa capitalista actual, crisis incluida, y los dilemas que presenta, no digo alternativas, puesto que estas desgraciadamente brillan por su ausencia, por el momento. Casi al final de su libro el profesor Lorenzo Espinosa señala que «el capitalismo puede llevar en su interior el germen de nuestra desaparición como especie». A mí la idea me parece aterradora en sí misma, y sin embargo es perfectamente posible pues sintetiza el peligro de no pagar las numerosas «deudas» reales acumuladas (distribución de la riqueza, ecológica, modelos de vida sostenibles...).

Sin embargo las ideas aterradoras me parece que no deben ser causa de parálisis sino por el contrario de acción urgente y radical, por eso para concluir estás líneas quiero referirme a aquél pensador alemán, Carlos Marx, al que hay que seguir acudiendo para comprender las ciencias sociales, quién en una ocasión sentenció que «la economía determina en última instancia», por lo tanto a mí se me ocurre que no hay que esperar a que nos destruyan, antes de eso tenemos que agotar las «otras instancias», y una de la más importante es el accionar social consciente, agrupado y coordinado, para cambiar las cosas. Esa fuerza humana puede y debe ser también un poder colosal, la voluntad de las mayorías, que somos en definitiva quienes escribimos la historia. No dejemos que sea la historia la que describa el final de nuestra especie por la ciega avaricia de una minoría que maneja un poder económico concentrado y antinatural.

Es tiempo de cerezas, de buscar, y comenzar a construir, alternativas globales y nacionales, o sea de cultivar «brotes verdes» de ese otro mundo posible, justo y solidario, que enarbolan como consigna numerosos movimientos políticos, sociales y alternativos del mundo, para hacerle frente a esta fase del sistema capitalista actual, irracional y suicida, dirigido por un capital que tiene nombres y apellidos, y que cree ciegamente que la única lógica posible es que «el futuro» se limita a contar el aumento de sus beneficios en el balance de fin de año. Vamos a pinchar el globo terráqueo con el que juega este Gran Dictador, para que su sueño de dominar el mundo se convierta en una pesadilla, y para esa tarea, llena de humanidad y altruismo, nos van a hacer falta todos los métodos, los clásicos y otros nuevos que tendremos que inventar.

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