Dustin Hoffman quiso debutar en la dirección en 1978, cuando inició el rodaje de “Libertad condicional”, pero tuvo problemas para terminarlo y llamo a su amigo Ulu Grosbard, un admirable cineasta de origen belga que ha fallecido este mismo año. Después de aquella primera intentona, no había vuelto a ponerse detrás de la cámara. No quiere volver a repetir de ninguna manera la mala experiencia de desdoblarse como realizador y actor, por lo que en su ópera prima “Quartet” no actúa.

Se ha concentrado en la dirección interpretativa, al poder contar con uno de los mejores y más curtidos repartos ingleses. Los cuatro protagonistas saben lo que es participar en películas corales junto a otros intérpretes de edad avanzada, modalidad que constituye todo un género dentro del cine inglés. A Maggie Smith la hemos visto recientemente en «El exótico hotel Marigold», y antes en «La última primavera». A Tom Courtenay en «Last Orders» y a Pauline Collins en «Camino al Paraíso». El escocés Billy Connolly, que es el menos mayor, formó parte de «Siempre locos», sobre un grupo de rock de los 70 que vuelve a reunirse.

A pesar de sus respectivas aportaciones al melodrama crepuscular, ninguno de los mencionados títulos alcanza el tono decididamente nostálgico de «Quartet», donde todos ellos conviven en una residencia para músicos y cantantes retirados. El nexo de unión entre los cuatro protagonistas es la ópera, y, como tenores y sopranos que han sido, se resisten a dejar de cantar. La gala anual que se celebra en la fecha del aniversario de Verdi les servirá de excusa perfecta para reagruparse, incluso con romance otoñal de por medio.

Dustin Hoffman resuelve dignamente el inconveniente de que sus dos actrices y sus dos actores no dominen el canto, dejando que el peso operístico recaiga sobre los secundarios, convocando para tal menester a verdaderos músicos a los que se rinde homenaje en los títulos de crédito finales. Mientras afinan voces e instrumentos, el cuarteto estelar dispone de espacio para exhibir su talento actoral.